(Palabras dicha en la
presentación de la novela 9 de enero
de Andrés Villa)
Me gustaría contarles como llegué a estar aquí frente a ustedes. Sé
de la vocación de Andrés Villa por la novela histórica, por lo tanto no fue
sorpresa que escribiese una sobre los acontecimientos del nueve de enero. Supuse
que no era sorpresa que me llamara para presentar dicha novela. Como Andrés y
mi primo Tito Yanis tienen toda una vida de ser amigos y Tito y yo somos
sobrinos de un Mártir del 64... La sorpresa fue comprobar que Andy no conocía
este último dato. La segunda sorpresa me la llevé al leer la novela. Comparar
dicha lectura con cualquier noticiero nacional actual, es como hablar de dos países distintos. En Panamá han
crecido el número y el tamaño de los edificios, pero otras cosas más valiosas
han decrecido, cuando no han desaparecido. Y esa es la virtud de esta novela. Nos
retrotrae a esa patria que se perderá irremediablemente si no asumimos nuestras
responsabilidades ya.
“Un hombre del pueblo y ‘de pueblo’
como el escritor Andrés Villa nos regala, en las cercanías del cincuentenario
de los funestos hechos del 9 de enero de 1964, una novela homónima, que tiene
como propósito sacudir la conciencia de una nación y poner en perspectiva la
valoración que hace de su historia.”
Estas son palabras del académico Rodolfo de Gracia Reynaldo, pero ¿quién es hombre del pueblo? Quizás todos
estemos de acuerdo que para serlo, primero hay que aceptar que se es y vivir
como tal. Y esto lo deja bien claro Andrés en el texto que nos convoca. Sus
fuentes, su idioma, su enfoque, así lo constatan. Sin rebuscamientos y con la
mayor de las diafanidades, Villa nos relata los hechos tal como se lo
transmitieron sus informadores. Nos transporta al lugar de los hechos, pero
sobre todo, logra que los protagonistas
nos compartan sus emociones.
“Todos esos factores
eran un caldo de cultivo aderezado con la impotencia y la rabia que en ese 9 de enero de 1964 atrajeron a todos a la
Avenida 4 de Julio.”
Con estas palabras,
Andrés añade un ingrediente importante a la definición de pueblo. El pueblo, en
este caso, el pueblo panameño lo forman las mayorías excluidas de los
beneficios del canal. Y fue, precisamente, dicha marginación la que enfureció a
quienes se lanzaron contra la cerca. El pueblo es la patria. Gracias a la furia
de los excluidos, Panamá es soberana en el canal. Pero hoy como en el 64, el
empobrecimiento persiste. La patria sufre.
Nada mejor que leer la
novela para conocer los aciagos hechos del 64, así que no voy a comentarlos,
voy a compartir con ustedes mis reflexiones sobre tres actitudes registradas en
ella.
“No griten, es un hospital, hay enfermos—dijo alguien.
Los que iban adelante gesticularon para que los de más
atrás no gritaran. Las arengas cesaron y
en toda la columna reinó un solemne silencio, aunque siguieron subiendo la
cuesta con decisión.”
Igualito que en las actuales manifestaciones, ¿verdad? ¿Cuál es la
queja que hoy día aflora con cada cierre de calle? La afectación a terceros. En
el diccionario de uso diario del ciudadano panameño se ha perdido la palabra
consideración. Sin embargo, los manifestantes de enero del 64 no sólo eran
considerados con sus compañeros y profesores en sus aulas de clases, también en
las calles cuando marchaban contra sus opresores.
“Chencho ha perdido un
zapato y camina con dificultad. Está en retirada, pero sigue custodiando
su bandera. Solo la soltará en
manos de un compañero cuando entre nuevamente al colegio.”
Responsabilidad, otra palabra
perdida en el mar de la desidia. Sistema educativo en crisis, familia
disfuncional, medios de comunicación mediocres y negligentes. Próximos a
cumplir 50 años de la fecha conmemorada, la irresponsabilidad parece cabalgar
sobre Bucéfalo y los panameños parece que hemos olvidado que Bucéfalo era un
caballo de guerra.
“Los estudiantes se reagrupan en
la Avenida 4 de Julio. Detienen
autos y le cuentan lo sucedido a todo el
que los quiere oír.”
Después de la ofensa, los aguiluchos
acudieron al pueblo y el pueblo los escuchó. Y no sólo el pueblo, también el
presidente del gobierno nacional, Roberto Chiari les prestó atención y actúo en
consecuencia; ni la Cuba de Fidel Castro después de la Invasión de Bahía de
Cochinos rompió
relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, Panamá sí.
A lo largo de esta novela, Andrés
nos habla de un Panamá considerado y responsable. De una sociedad aún con la
capacidad de dialogar con ella misma. Lo ocurrido el 9 de enero de 1964 fue
espontáneo, no fue un plan de los comunistas, fue una población comunicándose rápida
y eficientemente. Esa fue la gesta: un pueblo escuchó a sus jóvenes y los
defendió. La afrenta de los zonians no sólo fue rasgar la bandera, también fue
manchar las camisas blancas de nuestros estudiantes. Por eso aquel enero es
glorioso, por eso estos tiempos son desastrosos.
¿Qué estoy exagerando? Permítanme
hacerles una pregunta. ¿Me pueden decir el nombre de uno de los mártires?
¿Cuántos recordaron a Ascanio Arosemena? ¿Cuántos a Estanislado Orobio? Tranquilos, no se incomoden, pero acabamos de
experimentar una consecuencia de pertenecer una sociedad que no sabe dialogar.
En una sociedad así, sólo es escuchado quien más grita y quien no lo hace es
olvidado. En una sociedad así, abunda la gente escandalosa y más abundan los
extremadamente silenciosos. En una sociedad así, hasta entre los muertos queda
marcada la diferencia entre ruidosos y callados. Andrés nos recuerda que una
vez pudimos escucharnos, ¿será que ya no lo hacemos? En el 64 el pueblo se
lanzó contra la cerca de la zona, en el 89 se lanzó a saquear el comercio de
las ciudades de Panamá y Colón. Hemos perdido cosas muy valiosas, entre ellas,
la memoria. Y sin memoria, ¿puede haber patria?
El buen amigo Andrés Villa con está
y el resto de sus novelas, contribuye a la restauración de la memoria, al diálogo
con la historia. Esto es la patria, recibir un legado y transmitirlo. Si en los
tiempos de la globalización queremos seguir siendo panameños, es necesario y
obligatorio cuidar nuestro legado. Ya Andrés hizo su parte, ahora nos toca a
nosotros.