Primera Maestra
“Por lo tanto, en la guerra, el camino es
evitar lo que es fuerte y atacar lo que es débil.”
Sun Tzu
La verdad es que no soy un tipo ambicioso, por lo menos no ambiciono
lo que comúnmente se ambiciona: poder y prestigio, riqueza. Pero tengo una pretensión
por la cual he declarado más de una guerra: nunca permitir que otro me imponga
su voluntad. Claro, que por haber ganado esas batallas no tengo ni poder, ni
prestigio, ni riqueza.
Para vencer siempre desubico a quienes desean domesticarme:
enloquezco y reniego del poder, la fama y la riqueza. Como esa locura es mucho
más mal vista que todas las locuras juntas, los domesticadores prefieren
mantener su distancia y es allí cuando los ataco. Río y bailo feliz sin tener
prestigio, riqueza, poder. La mayoría de los domesticadores no soportan ese
ataque.
Me cuido mucho de no cometer el error de caer en la incoherencia,
vigilo, me vigilo con mucho celo, estrictamente estoy pendiente de cultivar en
mí la caridad y la nobleza para así evitar caer en la tentación de la envidia.
Envidiar sería ser derrotado. Sabiendo de antemano que la horda de los
domesticadores está derrotada si uno no les envidia su poder, su riqueza y su
prestigio, me lanzo a la batalla sin ningún temor. Y bailo y río y soy feliz
sin tener ninguno de sus bienes. Y lo que más me encumbra en la victoria es que
bailo y río y soy feliz sin prestarle atención alguna a los domesticadores. No
es asunto mío si se dan o no cuenta de mi felicidad.
Como
bailo y río para yo ser feliz, dejo la puerta abierta para que los
domesticadores se retiren; si cuando se marchan declaran que estoy loco y que
no vale la pena domesticarme, no hago problema de ello; total, ellos son los
que se retiran sin haber podido domesticarme. Esta forma de batallar me la
enseñó mi primera maestra, mi madre; ella ya no está conmigo, pero hay muchas
primeras maestras que siguen enseñando como batallar. ¡Feliz día de las madres!
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