sábado, 23 de noviembre de 2013

LEALTAD A LA LITERATURA

Profundidad

“Si realmente, la literatura es el conducto, pero no el único que va a servir para construir una sociedad más libre, el vehículo no será la alta literatura escrita para esas élites eruditas que ya poseen el conocimiento, sino una literatura más sencilla capaz de llegar a las masas para hacerles vibrar con los graves problemas que afectan al universo, desvelando situaciones sobre las que el hombre cierra los ojos, tapadas por un cúmulo de mentiras y tan repetidas que hasta parecen la verdad absoluta.”
Manu de Ordoñana              
A la literatura se le puede ser infiel, pero jamás desleal. Un escritor puede coquetearle a las otras artes: asistir al teatro o al cine, gozar de la música, aplaudir al ballet, o hasta ir a una pictórica; pero lo que no puede hacer es prometerle algo y no cumplirle.
La primera promesa de un escritor a la literatura es la de ser un buen lector. Esa promesa no necesita mucha explicación. La segunda es sacar tiempo para escribir, una hora diaria o un minuto cada década, no importa, lo que importa es saber que esa hora y ese minuto le pertenecen a ella. El tercer juramento consiste en no enamorarse de sus palabras y tachar, tachar y tachar; de ser necesario, practicar el homicidio, la eutanasia o el aborto con los textos que no cumplan con el mínimo estético que el mismo escritor se ha impuesto.
Hasta aquí, posiblemente, no haya mayor desacuerdo. De aquí en adelante puede que sí lo haya. El cuarto ofrecimiento radica en asociar a la literatura con la vida. Para algunos literatos esto se reduce a oler cocaína y a acostarse con la mujer de algún desprevenido. Otros se comprometen con la lucha por la justicia y la libertad; abundan los ejemplos de poetas y escritores que entregaron sus vidas en los altares de sus ideales. En lo muy personal, considero esta cuarta promesa, además de no negociable, como muestra de la madures de un ser humano que tiene como uno de sus oficios escribir literatura. Ese ser humano que también escribe, cree en lo que escribe y lo practica y lo vive. Ese ser humano que también escribe, no osa defender con sus escritos a la verdad y mentir en lo cotidiano de su vida. Ese ser humano que también escribe es, sobre todo, leal a esos seres humanos que sacan tiempo para leerlo. No es que sea complaciente al escribir, es que es noble al tratarlos, al encontrarse con ellos.
La lealtad a la literatura es lealtad a la vida, es decir, a los seres vivos, es decir, a la gente. Pero es más fácil ser, supuestamente, leal a los libros (que al fin y al cabo son cosas) que a las personas (que al fin y al cabo te pueden cuestionar).
Hay otra forma de deslealtad a la literatura y a la gente. En el mundillo literario, hay mucho simpatizante dispuesto a defender a muerte, en nombre de la calidad de la obra, los abusos y excesos de algún literato. Poco importa que sea un megalómano narcisista, un enfermo de la envidia, un delincuente, o lo peor, un desleal que traiciona su propia obra literaria. Y esa defensa al sociopata literario es, por usar el más suave de los términos que se me ocurre en este momento, una hipocresía. No me imagino a ninguno de esos apologistas defendiendo a un docente que realiza maravillas en el aula de clase, pero que es cliente frecuente de la prostitución infantil.

No sé, de repente, y de nuevo, soy el equivocado; pero me es imposible separar lo plasmado en un papel o lo practicado en un salón de clases de lo experimentado en la vida. No sé, de repente, y de nuevo, soy el equivocado; pero me alegra serlo.