sábado, 28 de junio de 2014

DE LAS CONSAGRACIONES


“Todo lo que el curador ubique en la sala del museo tiene sentido y significado.”
Avelina Lésper

Pienso que la gran tentación de todo escritor es la consagración. Recibir el homenaje de sus lectores. Pero, ¿quién en realidad consagra? ¿Cuáles son los mecanismos que conducen a un escritor hasta la celestial trascendencia? 
Uno de esos mecanismos es el concurso literario. Sobre el ganador cae la luz de los reflectores, aunque sea por un par de minutos. Pero el ganador sólo ha sido leído por el jurado del premio, que generalmente está formado por 3 ó 5 expertos. ¿Ello basta para la consagración?
Otro es el recibir críticas favorables también de expertos. ¿No sigue siendo elitista?
Hay otro mecanismo que es mucho más masivo: la venta de libros, alcanzar ser el mejor vendido. Acá en Panamá se logra amarrando colegios que compren los libros. ¿La lectura por una nota puede consagrar a un escritor?
No lo sé. Lo que sí sé es que tuve que cambiar mis definiciones de consagración y trascendencia. Hace unos años locamente afirmaba que si veinte años después de mi muerte mis libros aún fuesen leídos, yo habría alcanzado la trascendencia. Unas amigas, Isabel y Érika, me ubicaron: ¿Para qué buscar un fruto que no podría disfrutar? ¿Para quedar atrapado en un museo como un felino disecado? ¡Quiero encontrar sentido y significado en vida!

Cierto que este negocio del trascender en literatura es un resistir al tiempo, pero más cierto es que no vale la pena si ese resistir no incluye encontrar gozosa coherencia en el vivir como escritor. El día del sepelio de García Márquez recordé unas palabras suyas: Yo escribo para que me quieran mis amigos. Asumo como propia la filosofía encerrada en esas palabras. Escribir es mi patente de corso, no para asaltar, sino para ser feliz con mis amigos.

domingo, 15 de junio de 2014

¿HABRÁ PERDIDO LA GUERRA EL PENSAMIENTO?

Arte de Rafael Galdames

“Yo creo que vale la pena seguir resistiendo.”
Susan Sontag
Una de las frases que más he escuchado en mi vida es: la crisis educativa. Otra que escuchó igualmente repetida es: la crisis de valores. Y escucho que las mencionan como si no hubiese relación entre ellas y como si educación y ética fuesen tortugas que caminan por las calles libres de los vaivenes políticos y económicos.
¿Por qué? ¿Por qué ocurre ese desatino? Porque, en el fondo, los estamentos con el poder para resolver ambas crisis no tienen ningún interés en resolverlas. Ni siquiera los afectados directamente quieren pagar el precio de resolverlas. Por ejemplo, acabo de escuchar en las noticias que una vendedora de billetes de lotería, de manera autónoma, subió en un 40% los precios de los mismos y que no hay instrucciones en la Lotería Nacional de Beneficencia de la República de Panamá para enfrentar dichos casos. ¿La vendedora es abusiva? ¡Sí! ¿La Lotería Nacional es negligente? ¡Sí! Pero quien dijo que los juegos de azar son un artículo de primera necesidad. ¿Qué pasaría con la vendedora abusiva si los compradores, todos los compradores, comprendieran que no hay ninguna razón para soportarla? Otro ejemplo, todo el mundo se queja de la violencia en la televisión, ¿pero cuántos la apagan? Desde mi punto de vista, tanto la crisis de valores como la crisis en el sistema educativo no son más que consecuencias del modelo político económico que tenemos.
Puedo entender que quienes pelechan de dicho modelo no sólo no hagan nada para resolver la crisis, sino que, además, estén más que dispuestos a utilizar la fuerza bruta para mantener la situación tal como está. Pero no es fácil comprender por qué quien sufre el atropello, simplemente, no resuelve de raíz el problema. Siguiendo nuestros ejemplos sería no comprar lotería y apagar el televisor.
¡Y allí es donde la puerca tuerce el rabo! La conclusión a la que llego, una y otra vez, es que el pensamiento, específicamente el pensamiento crítico, perdió la guerra. Las redes sociales y el Internet están llenos de foros de discusión, pero no hay mayor razonamiento. Los ordenadores han facilitado en un mil por ciento el arte de escribir, nunca como hoy ha habido tanto escritor publicado, sin embargo, nunca como hoy ha habido tanto texto insustancial. Existe poco interés en comprender la realidad, mucho menos en incidir en ella. El faranduleo ganó, el pensar perdió.
Pero si la crítica al mundo es exigua, la autocrítica es casi extinta. Los estereotipos han configurado el comportamiento diario de los individuos hasta tal punto, que ya no se reconoce que es lo fingido y que lo concreto. Vivimos en los tiempos de las confusiones profundas.
Cierto que eso de navegar en aguas profundas siempre ha sido práctica de unos cuantos. La intelectualidad está llamada ha realizar permanentemente esa tarea. ¿Y dónde está ella, la intelectualidad? Me asusta pensar que se encuentre imitando a Homero Simpson.
Los intelectuales lo son porque están comprometidos con la reflexión. La inteligencia es nuestra capacidad de resolver problemas y éstos se resuelven conectando el conocimiento con la realidad del planeta. ¡Involucrándose con ella! El pensamiento comenzó a perder la guerra cuando se le divorció de la pasión. ¿Cómo resolver problemas sin involucrarse completamente? ¿Cómo involucrarse en la solución de un problema con los sentimientos amputados? ¿Cómo querer resolver los  problemas del  planeta sin tener la mínima simpatía por él? ¿Sin amarlo?
El pensamiento  comenzó a perder la guerra cuando el ejercicio reflexivo se convirtió en un engaño defensor del fanatismo. Parece que es más importante sostener los dogmas que entender la realidad. No hace mucho escuché a un supuesto pensador revolucionario hacer diferencia entre la contaminación industrial producida en Estados Unidos de América y la producida en la República Popular China. La primera era responsable de la hecatombe ambiental y la segunda era inocua a nivel planetario. ¿Se puede ser más fanático?
El pensamiento está perdiendo la guerra. Quien se crea pensador debe exponer el producto de su quehacer. Y eso significa que debe escribir. Y no hacerlo en los tiempos del ciberespacio es mera vagancia. Escribir es, en realidad, razonar.
El pensamiento está perdiendo la guerra y es porque dejó de proponer cosas interesantes, estilos de vida que resistan la tropelía a la que estamos sometidos. La vida es resistir, así lo comprueban las cucarachas y las amebas. El pensamiento crítico es la contribución de la intelectualidad a esa resistencia. El pensamiento crítico contribuye a romper el velo que disfraza de inevitable aquello que los poderosos llaman destino, pero que en realidad no es más que la afrentosa consecución y concreción de sus propios intereses.

El pensamiento habrá perdido la guerra cuando renunciemos a nuestra condición de humanos, cuando nos reduzcamos a ser consumidores, a cifras estadísticas del mercado. Ser humano es pensar y no sólo en la academia, también en la cocina, y no sólo sobre el problema del ser, también sobre los problemas y las bellezas de cada día.

domingo, 1 de junio de 2014

EL PRECIO A PAGAR

Bus en ruta a la flor

“Un niño que se niega a ser igual a los demás es señalado con el dedo; se le pide que se sienta culpable y que se arrepienta. Y sin embargo, esas cualidades, la ausencia de culpa, la independencia y el pensamiento libre, son las que ustedes califican de actitudes fructíferas, de actitudes que llevan a la realización personal.”
Wayne Dyer
Ser narcisista en una sociedad narcisista, ¿será el camino más seguro al éxito? ¡Claro que sí! Ser un individualista en una sociedad uniformada, ¿será la mejor forma de garantizarse el rechazo de los próximos y también de los lejanos? ¡Por supuesto que sí! ¡Ah! Entiéndase individualista como alguien independiente. Narcisismo es una enfermedad.
A pesar de los permanentes discursos que hablan de nuevos tiempos, ¿que preferirá la sociedad ególatra: caminar por los mismos caminos trillados o arriesgarse por nuevas rutas? ¡Sin duda alguna los mismos caminos trillados! Los rumbos desconocidos dan miedo y los bravucones son cobardes por naturaleza, al contrario de los generosos que son valientes por propia decisión. ¿Y cuáles son esas vías gastadas? ¿Las costumbres patológicas? La pregunta es retórica.
Una persona sencilla y humilde, entendiendo que la sencillez es la transparencia y la humildad es la verdad, ¿tendrá algún poder de convocatoria para realizar sus proyectos dentro de  una sociedad ególatra? ¡Jajaja! ¡Ninguno! ¡Qué se prepare para la solitariedad!
¿Cómo hace una persona autónoma, espontánea y cordial para no frustrarse en una sociedad egoísta que le niega el bien ganado reconocimiento?  ¡Y esa es la pregunta! ¡La gran  pregunta! Aunque, para ser francos, no debería ser la gran pregunta. ¿No? ¡No!
Las reglas sociales están claras, se pertenece al rebaño o se es un marginado. La independencia tiene un precio y la manada siempre lo cobra. La persona liberada tiene que tener muy, muy, muy, muy claro, que nada es gratis, mucho menos la emancipación. ¡La libertad!
Ahora bien, si la persona autónoma, espontánea y cordial alimenta su creatividad, el precio se hace soportable. Esa persona no tiene poder de convocatoria sobre aquellos que no son autónomos, espontáneos y cordiales y estos últimos lo van a repeler, aislar, atacar. ¿Por qué? Por miedo. ¿Qué queda? Ser creativos. La persona autónoma, espontánea y cordial está obligada a crear un discurso fascinante y sostenerlo con su vida ejemplar. Ser genial o no serlo, he ahí el dilema. ¿Y sí no se es un genio? Entonces, hay que asumir la verdad: si no soy un magnífico creador, la gente no tiene porque tratarme como tal. Es más, hasta siendo un gran innovador, una sociedad mediocre y deficiente no tiene las herramientas necesarias para reconocer tal talento; sólo un auténtico estúpido se alegra si una sociedad estúpida comienza a aplaudirlo.
Para no caer en las redes de la vulgaridad colectiva es importantísimo que la persona autónoma, espontánea y cordial cuide su autoestima. Le está prohibido revolcarse en el lodo y desde allí gritar: Torpes ustedes que no se dejan alumbrar por mi luz. En lugar de perder el tiempo en despreciar al otro, debe preocuparse y ocuparse en ella misma. Debe permitir que otros se preocupen y ocupen de ella. Debe preocuparse por los otros y ocuparse con ellos. La persona autónoma, espontánea y cordial está obligada a vivir en el amor.
Una persona autónoma, espontánea y cordial, para no frustrarse en una sociedad egoísta que le niega el bien ganado reconocimiento, debe no tomarse tan en serio eso del bien ganado reconocimiento. ¿Cuántas estatuas hay por las avenidas dedicadas a virtuales desconocidos, cuya única virtud fue tener parientes con influencias suficientes para dedicarles monumentos a sus virtuales descocidos ancestros?
Quien se dedica a aquello que lo hace feliz, por lo general, tiene poco conflictos con eso de los elogios no recibidos. Pero debe entender que la posibilidad de ser injuriado es parte del paquete. ¡Hay cada miserable suelto que resiente el bienestar ajeno y lo hace gratuitamente!

Los miserables no le temen a las jerarquías, al contrario, obedecer y estar sometido a un jefe les da la seguridad que necesitan para deambular en la selva de sus malandanzas. Así su actuar mezquino es por la obediencia debida, dicen ellos. Nunca son responsables de su ruindad.
Les irrita que alguien cuestione a las jerarquías o lo peor, que no desee ser jerarca. Ellos, los miserables interesados en acumular poder o en idolatrar a los poderosos, sufren estar frente a un fulano desinteresado en eso de inventarse reinos e imperios. Les revienta el hígado aquel que no aspira ser un reyezuelo de una esquina del pantano. Y una persona autónoma, espontánea y cordial, que cuida de su autoestima, que no resiente el no recibir el reconocimiento de los mediocres, es una persona con autoridad, con mucha autoridad. Y si encima es un genio…pobre hígado de los miserables.
Ser una persona autónoma, espontánea y cordial sí tiene un alto precio: lidiar con los miserables del mundo, seres estos dispuestos a lo que sea con tal de mantenerse enlodados y en la oscuridad; seres dispuestos a enlodar a todo aquel que puedan y a sumergirlo en la oscuridad. Sí, los seres autónomos, espontáneos y cordiales tienen un alto precio que pagar.
Sin embargo, ese riesgo es en sí mismo un halago, un aplauso. Si un roñoso te grita improperios, eso significa que tú eres todo lo contrario; y si te odia, quizás, tal vez, podría indicar que en realidad te admira y que teme imitarte…pobre hígado de los miserables