domingo, 17 de marzo de 2013

EL TRIUNFO DE LOS SADUCEOS




Filisteos al aire
 
“No es el poder del hechizo, es el poder que tú le das.”
Anónimo
Los saduceos eran una secta judía que, a pesar de su confesión de creyente en Dios, renegaba de su principal promesa: la resurrección. Sin vida futura, la conclusión es lógica: todo es en esta vida y, me refiero, a poseer toda la riqueza.
Esa ha sido la filosofía de todos aquellos que se han autoproclamado dueños del mundo. Desde los generales Julio César y Genghis Khan, hasta las corporaciones Halliburton y British Petroleum. No hay mañana, todo el poder ahora, ya. Por eso se me antoja llamarlos saduceos.
Los saduceos llevan milenios en guerra contra los desposeídos. Por eso tienen los mejores ejércitos. Llevan miles de años manipulando a los marginados a través de las ideologías: las religiosas y las políticas, y ahora controlan la programación televisiva. Un saduceo puede hablar de las promesas divinas en las que no cree o de las revoluciones sociales que no comparte o del bienestar común del cual se ríe, con tal de continuar la expoliación y cuando lo cree necesario, sin que le tiemble la mano, hunde el cuchillo en el pecho que se le enfrenta. 
Pero el principal pilar del poder de los saduceos no está ni en los fusiles ni en sus dinerales. Ni en el acero ni el oro. Está en la tonta idea que tienen los filisteos, los que hacen el trabajo sucio, de que algún día serán admitidos en el club Unión Saduq. Y por ese insano deseo, los filisteos, armados y sedientos de dolor, expolian a los desposeídos y, lo tristemente absurdo, regalan lo expoliado a los saduceos y se conforman con las migajas. Somos 7 mil millones de humanos en el planeta. Varios miles de filisteos se enriquecen cada año. Varios miles de empobrecidos mueren cada día de hambre. Ningún saduceo empobrece. ¡Maldita aritmética!

sábado, 9 de marzo de 2013

DE COMO SE CONSTRUYE UN SILENCIO



Y este tipo de conversación es diferente al evangelizar, porque una parte no trata de convertir a la otra.”

Kwame Anthony Appiah

Lo confieso: gracias a mi boca me he metido en cada lío. Tantos, que me veo obligado a detenerme, reflexionar el asunto y comprometerme con un nuevo comportamiento. La pasión no ha sido una buena consejera. Por lo menos, no siempre lo ha sido conmigo.

Pues sí, luego de hacer un alto para pensar, pero sobre todo, para observar mis emociones, elaboré unos puntos que espero me funcionen. Antes de abrir la boca, debo preguntarme:

¿Cuál es mi estado de ánimo? ¿Estoy exaltado o sereno? Hablar exaltado no es la mejor de las ideas, aunque se tengan muy buenas intenciones. Es mejor aguardar unos minutos. ¡Qué sabio es aquello de contar hasta diez!

¿Conozco los hechos? ¿Mis evidencias son contundentes o circunstanciales? ¿De primera o quinta mano? La ignorancia es la madre del chisme y éste, además de cargar toneladas de sucio morbo, es una arrogante demostración de mediocridad.

¿Alguien me ha pedido mi participación en el asunto? ¿Es de mi incumbencia? ¿Hasta donde me incumbe? ¿Hasta esbozar los hechos? ¿Hacer una pregunta? ¿Hasta sentenciar y tomar partido? ¿O mejor guardo silencio? Nada como un metiche, para crear problemas.

¿Si rompo el silencio quién gana? ¿Qué vida se embellece? ¿Quién recibe respeto? ¿Qué causa se defiende? ¿Qué situación se denuncia? Si no es útil, la experiencia me ha demostrado, es mejor no romper el silencio. Lo contrario, sólo es correr tras ese espejismo llamado ego.