domingo, 26 de julio de 2015

DE LA PÉRDIDA DEL PODER DE CONVOCATORIA

“Por el rey, es verdad, pero... ¿Por qué rey?”
Giuseppe Tomasi di Lampedusa
En repetidas ocasiones he escrito que vivimos tiempos donde la solidaridad, que es algo distinto a la beneficencia, está perdiendo terreno y lo está perdiendo por múltiples razones. Hoy escribiré sobre una de ellas, una razón que pienso es fundamental.
Cuando los recursos son escasos y el problema es de gran magnitud, se hace obligatorio el trabajar en equipo; y es en este punto donde parece que la puerca tuerce el rabo; los mismos afectados parecen no interesados en resolver su afectación. Aquel que asume la responsabilidad del cambio aparece como un ser abandonado y no seguido por nadie.
Sin embargo, esa pérdida del poder de convocatoria no es gratuita, tras que los medios de comunicación masivos atentan contra toda iniciativa de organización para el cambio social e instauración, nuevamente, de la solidaridad entre nosotros, los supuestos agentes transformadores tienen actitudes que atentan contra sus buenas intenciones.
Parten de supuestos equivocados: 1-todo el mundo está de acuerdo con que hay que realizar un cambio; 2-yo conozco muy bien el tema; 3-yo debo dirigir el proceso de cambio. ¡Error! ¡Error! ¡Error! Este trío de equivocaciones conlleva otro par de síndromes.
Primer síndrome, el de la inconsulta. Resulta ser que el proceso que quiero llevar adelante necesita de los recursos y el tiempo del otro, de aquel a quien no he consultado sobre que piensa de la situación que me parece un problema. Puede ser que en un inicio aquel acepte participar, pero no tardará mucho en entrar en contradicción con el proceso solidario, pues termina repudiándolo por no comprenderlo, por no sentirlo suyo. Y eso nos empuja al segundo síndrome, el de la pertenencia. El problema le pertenece a todos, pero la solución es mía, porque yo soy el hombre que pensó que había que hacer algo. ¿Acaso tengo que seguir explicando?

domingo, 19 de julio de 2015

EL REINADO DEL MAL GUSTO

“La globalización nos ha traído muchas cosas buenas, pero también ha convertido la estulticia humana en pandemia.”

Paco Moreno

Hay un momento especialmente crítico en la historia personal de cualquier hombre, cualquier mujer. Es cuando tiene que asumir responsabilidades profesionales, compromisos familiares, cuando tiene que comenzar a pagar cuentas. Lo terrible es que ese instante puede servir de excusa para la estupidez y lo desmedido. ¡Cómo si ya no tuviéramos suficiente!
En nombre de las obligaciones hemos anulado las capacidades que nos inspiraron a pintar las cavernas. La creatividad está agotada, la imaginación sufre un soponcio. Mareados por una falsa originalidad y atrapados por la novedad del refrito, vivimos tiempos de rendición del talento y entronización del mal gusto. Es una fatalidad no poder diferenciar entre lo bello y lo feo.
¡Y todo gracias a una falacia! El consumismo impele a gastar, es un monstruo del comercio que necesita constantemente nuevas deudas con las cuales alimentarse y como la industria, cualquiera que ella sea, no tiene la capacidad de ofrecer ingeniosos inventos a la velocidad que el monstruo requiere, el resultado es que los individuos terminan comprando babosadas al precio de perlas gigantes. Oro por espejitos. Y como bono: la depresión. Y como bono extra: la tristeza. ¿Por qué? Por haber sacrificado nuestra creatividad e imaginación.
Nuestra sociedad es la sociedad de la triple D: desproporcionada, descuidada, deficiente. ¿Qué se puede hacer? A cada ciudadano y ciudadana le toca no conformarse con ser un simple pagador de cuentas y cultivar la moderación personal y aprender a manejar eficientemente sus recursos, tanto los económicos como los emotivos. Nos toca aspirar a la integridad. Tenemos la obligación de crear formas de vida que nos permitan caminar más allá del centro comercial. 

domingo, 12 de julio de 2015

DE LO LAMENTABLE EN EL INSTITUTO NACIONAL

“Toda solución sostenible al fenómeno de las pandillas y de la violencia en general, pasa necesariamente por la adopción de políticas integrales de atención al fenómeno de la violencia juvenil, la generación de oportunidades de inclusión social a los jóvenes, el fortalecimiento de la institucionalidad democrática y la lucha contra la impunidad.”
Jeannette Aguilar
Dicen las autoridades del Ministerio de Educación que el Instituto Nacional, el glorioso Nido de Águilas, prestigioso colegio que ha sido el buque insignia en las luchas patrióticas y sociales de Panamá, posiblemente está infiltrado por pandillas y que, por tal razón, las investigaciones que hay que realizar a las últimas protestas callejeras sobrepasan la capacidad de las autoridades educativas y hay que trasladarlas al Ministerio Público. En las últimas protestas fueron destruidos automóviles estacionados en la vía pública y quemados con una bomba Molotov los cuerpos de dos estudiantes y un profesor; las quemaduras son de segundo grado. La razón de las protestas fue por la aplicación de medidas disciplinarias llevadas adelante por docentes y administrativos del colegio. Días antes de los eventos, supuestos estudiantes encapuchados del Instituto Nacional hicieron circular por las redes sociales un video donde amenazaban a quienes aplicaban las medidas mencionadas, incluso, al Presidente de la República.
La medida anunciada por la Ministra de Educación de poco va a servir. Es la salida fácil que a la larga oxigena el problema. Aunque sí es delictivo el comportamiento de los jóvenes involucrados en los hechos, no es el de pandilleros comunes. El negocio de las pandillas es la venta de drogas y formar un alboroto en el área de las ventas es malo para el comercio. ¡Ah! Se me olvidaba. Durante las protestas había presencia policial que sirvió de testigo al vandalismo. Dicen que fue porque el Ministerio de Educación no autorizó su intervención.
Nada me dice que el Ministerio Público no hará lo mismo que la policía y el ministro de educación: mirar para otro lado. Porque por eso el monstruo está fuera de control.
Es imposible que a esta altura las autoridades del Ministerio de Educación, la policía, los padres de familia, el cuerpo docente, directivos, administrativos y estudiantes del Instituto Nacional no sepan quienes son los terroristas. No hay máscara que oculte el lenguaje corporal de alguien conocido. ¿Por qué, entonces, las dudas para proceder? Porque tienen mucho tiempo mirando para otro lado y están esperando que el problema desaparezca por arte de magia.
Olvidan que estos actuales “estudiantes no mirados” hoy tienen ejemplos funestos, desde las maras centroamericanas hasta las tropas combatientes del estado islámico. Y con la impunidad galopando a lo largo de la patria, esos muchachos quizás estén pensando: si ellos pueden, yo también puedo. ¿Qué significa que, a pesar de la cercanía de un profesor, un estudiante encienda una bomba Molotov arrojada a un tinaco? Para mí es obvia la respuesta: ese estudiante ya no reconoce como autoridad al cuerpo docente. ¿Por qué? ¿Será por qué ya está acostumbrado a verlo mirar a otro lado?
A partir de mañana, pudiera ser que, en el resto de los colegios del país las medidas represivas contra los estudiantes recrudezcan. ¿Lo harán por qué ellos sí miran a sus estudiantes? No, no es así. Lo harán por miedo. Y eso es lamentable.
Lo ocurrido en el Nido de Águilas es una metáfora de lo que ocurre en el país. Minorías estúpidas tienen secuestrada a la patria. Y son estúpidas porque sus coacciones no necesariamente se traducen en ganancias reales, mucho hacen por la sola sensación de abuso del poder. Todo esto sucede con la complicidad de las tontas mayorías que prefieren mirar a otro lado. Son tontas porque tienen un gran poder y optan por no ejecutarlo y lo hacen por no asumir la responsabilidad que implica el ejercicio del poder. Y eso es lamentable.

domingo, 5 de julio de 2015

DEL CARIÑO DE RIGOBERTO POR LOS LOCOS

“Voilà, Vincent, comienzo por decirte
Que descreo, si quieres tontamente,
Del afamado retintín de tu locura.
¿O será que los locos tienen que ser así,
Pastores de almas, marchantes, sontos y suicidas?”
Locos. Siempre los han llamado locos. Así los descalifican, a ellos, a los que evitan que el mundo pierda la cordura. A los poetas y pintores, a los músicos y danzarines, a los del teatro y a los del canto. Locos. Dementes. Así los llaman. Así los descalifican. ¿Y por qué? ¿Por qué?
Porque de la fealdad, la vulgaridad y monstruosidad hacen emerger belleza. Les basta la denuncia. Y siempre tienen la palabra correcta para hacerlo. Les basta su sagaz mirada. Esa que escudriña los pliegues del engaño. Por eso, por eso los llaman locos. Por eso los descalifican.
Sólo otro loco, perdón, sólo otro poeta entiende, comprende. Sólo otro poeta asume el compromiso de poner manos a la obra, esa, la de siempre, la de redimir la ternura, la de recordarnos quienes somos, sí, esa misma. La de siempre.
Rigoberto lo entendió. Sí, lo comprendió. Y vivió en el mundo de los locos, allá donde la amistad es posible, entre los orates, los que aún construyen la utopía. Y vivió entre los locos y les extendió su mano y cada vez que pudo, convirtió un apretón de manos en un abrazo cariñoso. Algunos tuvimos esa suerte, al resto, y nosotros también, nos quedan sus poemas.
“¿Loco tú?, ni en el sanatorio Saint-Remy lo daban por cierto;
De otro mundo, decían, sí eras Vincent,

De allá donde locura y pasión ponen obra por vida.”