domingo, 24 de junio de 2012

DIALOGANDO CON LOS INDIGNADOS DEL MUNDO


¡No a la minería anti-vida!
 
Se suponía que la economía estaba al servicio de la humanidad, pero resulta que la humanidad es la que está al servicio de la economía. "No somos antisistema, el sistema es anti-nosotros". Se acabaron los sueños de un mejor mañana, ¿qué nos queda? ¿Protestar? "Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir".
Antes se protestaba contra la opresión, ahora los niveles de marginación son tan altos que parece que hoy los que protestan buscan ser explotados. "Se alquila esclavo económico". Estamos en los tiempos de la confusión, la confusión adrede. La cosa siempre ha sido la de siempre, pero hoy la niebla no permite ver el asunto. "Esto no es una cuestión de izquierda contra derechas, es de los de abajo contra los de arriba".
Al sistema le basta repetir las mismas promesas en cada elección y parece que a la gente le basta creerlas cada vez que le piden el voto, pero eso ya no es suficiente. O cambia la situación o nos lleva candanga. "Mis sueños no caben en tus urnas".
¿Qué será peor: la promesa o la explicación de porque no se cumple? Lo triste es que ya comienza a haber voces que justifica el no cumplimiento de la  promesa y esas voces no son de los que hacen la promesa, sino de los  que reciben la  promesa. "¡Nos mean y dicen que llueve!". 
En estos tiempos, la producción de alimentos ha alcanzado cotas nunca antes sospechadas por la humanidad, sin embargo, las hambrunas son aún una trágica noticia. El desarrollo tecnológico está en la más elevada cima histórica, sin embargo, aún hay gente que nunca ha visto un foco incandescente brillar. Hoy se habla de millones, billones y trillones y sin embargo, la  pobreza ha ido en aumento. Recuerda que ahora somos más. “No falta el dinero. Sobran ladrones". Hay que hacer algo y pronto. La vida de mucho está en juego. Pero parece no importar. Nos hemos acostumbrado. ¿Qué hacer? "No apagues la televisión... Podrías pensar".

domingo, 17 de junio de 2012

OLOGWAGDI ES UNA FORMA DE VIDA


“Nadie piensa en un ángel perdido en la multitud.”
Ahmad Elshahawy
La amistad no se encuentra en los diccionarios, sino entre los seres vivos y sus vivencias. Vivir sin un amigo o amiga por la sola fuerza emanada de una decisión tomada por el cariño, no es vivir, es vegetar. Pienso que una amistad no se tiene que justificar con otros argumentos diferentes a los dictados por la felicidad. Lo demás es lo demás.
Así las cosas, sé que muchas personas tienen muchas felices razones para celebrar la vida de Ologwagdi. Y eso es un hito en un país racista como Panamá, donde aún cholo y machigüa son sinónimos de idiota e ignorante.
Olo es sinónimo de apropiación; nació Armado Díaz, pero se parió Ologwagdi. Hace muchos años le escuché decir que ser indio no era cuestión de razas sino de como asumías la vida. Como ya dije, Panamá es un país racista, lo cual es una paradoja en un país de mestizos. Nunca he visto a Olo en ese plan. Apropiarse de un estilo de vida, no significa denigrar al otro, es asumir la propia vida y a Olo su estilo amoroso de vida, no le deja tiempo libre para odiar.
Olo es una mano abierta y nos brinda su arte. Al sentarse con él en una cantina o en un restaurante a tomarse una cerveza o un café, casi de inmediato va el hombre sacando papel y lápiz y plasmando para la posteridad al amigo o a la amiga. Quien no haya sido retratado por Olo, apúrese he invítele una cerveza o un café. Menciono el café para disimular un poco.
Y sobre todo, Olo es sabiduría. A esta altura del partido, he entendido que el sabio no es sabio por emitir con erudición muchas definiciones, el sabio es sabio porque los conceptos que domina tienen que ver con la armonía. No por gusto Olo, que es un ángel perdido en la multitud, tiene tantos amigos y amigas deseosos de encontrarlo y celebrar su vida.

sábado, 9 de junio de 2012

DE LOS CÓDIGOS Y LA ALQUIMIA


Detalle mural de Camilo Ravey
 
“¿Qué es cultura si no es lo que un colectivo ha heredado de su pasado y que quiere utilizar para transformar el futuro?”
Marco A. Gandásegui
Hace unas semanas vi como una niñita de tres años manejaba sin ningún problema un teléfono inteligente. Yo no soy capaz de manejar tal instrumento con la maestría de aquella bebé. Simplemente no entiendo sus códigos y la infante sí. ¿Y qué tiene que ver el arte de escribir cuentos con el manejo de un teléfono inteligente por parte de una nena? La respuesta es simple: quien domine los códigos del cuento, dominará su escritura con la misma maestría que la bebita mencionada maneja los íconos del teléfono inteligente. ¿Tan simple y sencillo es el asunto? Así de simple y sencillo, pero simple y sencillo no quiere decir fácil y suave.
Un código es un sistema de signos y de reglas que permite formular y comprender un mensaje. La literatura es un conjunto de códigos, por ende, los talleres literarios son para conocer y dominar esos famosos códigos. Pero esa no es su única función, por lo menos mi visión muy personal de ellos incluye otros quehaceres.
El oficio de escritor consiste en buscar, hallar y volver a buscar esos significantes y significados que permitieron, por ejemplo, a Pedro Rivera retratar la vida cotidiana de un barrio popular de Panamá y a Rogelio Sinán fusionar convenientemente la descripción de la biodiversidad marina con el entramado psicológico de una relación de pareja.
Sin duda alguna, Rogelio y Pedro son íconos nacionales. Pero ¿puede cualquier ser humano conocer y manejar a su antojo los códigos mencionados y así poder escribir cuentos o este arte es exclusividad de unos pocos iluminados por la gracia de quien sabe que espíritu? ¿La posesión de tal talento estará determinada por los genes? O por el contrario, ¿podrá un taller literario lograr que sus asistentes logren, en algún grado, el dominio del arte cuentístico?
Se dice que cultura es el conjunto de conocimientos que permite el desarrollo del juicio crítico y éste, a su vez, es la capacidad de comparar dos ideas para conocer y determinar sus relaciones. Entonces, me parece, que siendo el taller literario un espacio cultural, debe ser un espacio donde se fomente el pensamiento crítico entre sus participantes.
Otra definición de cultura afirma que en ella se recoge todo el quehacer humano. Esta definición, por cierto, no es del agrado de aquellos que consideran que las elites y sólo ellas son las cultas. De las masas únicamente brota barbarie, dicen ellos. Si cultura es la faena  humana, toda mujer y todo hombre deberían poder pasar por un taller literario y vincularse de alguna manera a la literatura. Pero si es lo contrario, que solamente las elites tienen la capacidad de ser cultas, el taller literario es para desalentar a quien no alcance el estándar predeterminado. ¿En qué clase de taller literario te gustaría participar: en uno incluyente o en uno excluyente? ¿Qué clase de taller necesita este país?
En el universo biológico, todo organismo transmite a la siguiente generación su información genética. En el cosmos cultural se trata de conocer y transferir lo conocido. ¿Conocer y transferir qué? Conocer lo que se tenga que conocer para mantenernos humanos. Conocer y transferir cultura. La cultura es cultura gracias a una red de imaginarios y códigos que nos diferencian de un hato de vacas. Transferir tal red es trabajo de la educación. La educación en general y los talleres literarios en particular son para que seamos más humanos.
Somos fruto de nuestra educación, tenemos el potencial para aprender lo que sea, para aprender lo que sea que nos sea permitido; por eso la nena del inicio de mi intervención, me gana manejando un teléfono inteligente. Sus padres la pusieron en contacto con tal tecnología; en cambio, para mis progenitores eso era imposible, en mi infancia tales aparatos no existían, lo más cercano era el zapato telefónico del agente Maxwell Smart.
Tanto el fracaso como el éxito en la educación parten del mismo punto: la nutrición emocional e intelectual en la niñez. Me llama la atención que en otros países hay novelistas treintones de reconocida trayectoria internacional. Esos países tienen sistemas educativos preocupados por fomentar la lectura y la creatividad. ¿Cómo andaría la escuela básica panameña si los niños y niñas participasen de talleres literarios? ¿Qué clase de universitarios serían? ¿Qué calidad de escritores y escritoras tendríamos en esta patria nuestra?
Para un taller literario es importante conocer el estado de salud de la educación panameña, así podrá elaborar mejores estrategias de incidencia en los centros educativos nacionales y, por ende, en la República de Panamá. Pienso que los talleres también deben involucrarse en la promoción literaria.
Si de algo tiene que cuidarse el escritor panameño, más el escritor panameño que quiera facilitar un taller literario, es de ser un improvisado incapaz de hablar de algo diferente al juego del yo-yo. El escritor panameño que facilita talleres literarios está obligado a ser una persona culta, y culto no es sólo repetir de memoria algunos textos sabios, culto es quien tiene suficiente criterio para saber porque tales textos son sabios. También debe conocer elementos mínimos de didáctica constructivista, porque si no es así, estará repitiendo el desastre del sistema educativo nacional.
En el siglo pasado, Pedro Correa y Ricardo Segura defendieron la idea de crítica literaria como un pacto de amor con la obra. Para el texto primitivo e insuficiente, no era necesario el ataque, bastaba el silencio. ¿Será que los talleres literarios deben ser un pacto de amor con la gente?
El amor y sus pactos son la razón de ser de los grupos. En el grupo, a diferencia del aglomerado, sus miembros tienen un objetivo en común, alrededor del cual interactúan y se interrelacionan. Cierto que hay un escritor experimentado a cargo del taller, cierto que su papel es esencial, que él es la puerta por donde ingresan al mundo literario los nuevos cuentistas, pero sin participación activa de los asistentes, no es taller, es una aburrida clase más. El taller es un esfuerzo de todas las partes involucradas, en ello radica su eficiencia y éxito. Podemos levantar de sus tumbas a Juan Rulfo y a Jorge Luís Borges para que nos dicten un taller hoy mismo, pero si nosotros no le metemos el pecho y las ganas al asunto, tal resucitación sería infructífera.
En el mundillo literario abundan los mitos: que tengo que obsesionarme con escribir una obra cien por ciento original (a lo sumo escribir es un mero reordenar lo ya dicho miles de veces por otros), que debo sentarme y esperar que la inspiración me asalte (escribir es un oficio y no una lotería), que estoy esperando escribir el cuento que me va a permitir caminar instantáneamente bajo los reflectores y sobre la alfombra roja (la mayoría de los escritores que hoy en día consideramos clásicos de la literatura universal, no conocieron en vida el éxito editorial), por cierto, nuestro gremio no existe en el producto interno bruto. ¿Para qué es el taller literario: para desmentir o para reafirmar los mitos?
Todo trabajo humano consiste en aplicar cierto conocimiento técnico y desarrollar capacidades específicas. Así es tanto para gobernar un país, como para atarse los cordones de los zapatos. En el caso del taller literario, es fácil concluir que su prioridad es resolver el dilema técnico, pero respecto a las capacidades, mejor conocidas como talentos, el asunto no es tan sencillo. Las aptitudes, en su mayoría, se adquieren en la primera infancia, así que es cierto que no todo adulto tiene la inclinación y habilidad para escribir literatura. Entonces, ¿qué hacer con quién no posea tal vocación? ¿Desecharlo? ¿Sumarlo a una actividad afín?
La literatura tiene valores estéticos y también éticos. Si expreso que el cabello rubio es bello, pudiera ser que no dejo espacio para que el cabello negro también lo sea. El roce entre los talleristas ayuda a descubrir los discursos escondidos en los textos. La literatura no está exenta de ideología. Las palabras no son inocentes, construyen o destruyen cosmogonías.
Hace un par de días escuché a una prestigiosa profesora afirmar que si bien no todo arte está comprometido con la sociedad, si es cierto que todo arte tiene efecto en la sociedad. ¿Por qué no discutir esos temas en un taller literario?
Un taller literario amplía el horizonte de sus miembros, allí se percatan de que hay algo más allá de los chismes de las telenoticias y debería ser así, porque ese es uno de los frutos de la  buena literatura. La buena literatura integra fondo y forma, su lectura se convierte en una experiencia rotunda y enriquecedora, hace más culto a quien entra en contacto con ella.
Escribir es construir con palabras. El escritor, por constructor, usa herramientas. Tal como un albañil o un carpintero. La diferencia es que no se pueden tocar con las manos, sino con la mente. Ellas son: la sensibilidad, la capacidad de observar, la imaginación y la cultura. Casualmente, estas herramientas las conocí en un taller facilitado por Héctor Collado.
Escribir, y específicamente, escribir cuentos es una forma especial de narrar historias. Es narrar con fricción. ¿Fricción? Sí, fricción. Es provocar una alteración en el lenguaje comúnmente utilizado y provocar un cambio de ánimo en el lector. Y esa alteración en el lenguaje se logra al friccionar entre sí a los personajes con las acciones y lubricando todo con las descripciones necesarias, solamente las necesarias, teniendo como resultado un conflicto y su resolución. Este concepto es una extrapolación que hice a partir de lo aprendido en un taller poético facilitado por el poeta cubano Roberto Manzano.
Otra extrapolación que hice, luego de comprender como lograr musicalidad en el verso libre, fue escribir textos narrativos que posean algún grado de ritmicidad. También lo aprendí en un taller literario, esta vez facilitado por los poetas Liliana Pinedo y Luís Guardia.
Gracias a Juan Antonio Gómez y Enrique Jaramillo Levi tuve que contestarme ¿Quién es escritor? Varias veces le he dado diferentes respuestas. Hoy, por lo pronto, la respondo así: un escritor, en sus inicios, es un asustado espécimen que no supo resolver por vías más comunes los problemas de la comunicación de todo buen adolescente. Luego se convierte en un rebelde sobreviviente de los campos de uniformización de esta sociedad llena de estereotipos. Por último, es un artista en búsqueda de su propio discurso estético. Este último concepto se lo aprendí a Rafael Ruiloba. Como que algo aprendí en los talleres que asistí.
La sociedad panameña, más que por formular juicios críticos, se caracteriza por  experimentar momentos críticos. Queda poco espacio para reflexionar. En esas condiciones, es probable que el asistente al taller literario busque en él la fórmula mágica que lo convierta rápidamente en escritor y le ahorre el esfuerzo de establecer nuevas conexiones neuronales, de construir conocimiento a partir del desarrollo del pensamiento analítico y sintético, de escribir cuentos con paciencia y oficio. Sin embargo, la premura impuesta por los conflictos sociales acorta el tiempo disponible, por lo menos, esa es la sensación que predomina.
También en las sociedades que viven de crisis en crisis, abundan los redentores; así las cosas, es muy posible, que algún facilitador de algún taller literario, sin tener la capacidad de elaborar juicios críticos, por lo tanto, sin ser idóneo, se lance a la aventura no muy agraciada de predicar recetas de hechizos y así fundar nuevas capillas, y así fundar su capilla.
Por suerte, esa no fue mi experiencia. En el primer quinquenio de la última década del siglo pasado pertenecí a tres talleres. Umbral Editores, José Martí y Amarte. Uno especialista en cuento y los otros dos en poesía. Todos me permitieron crecer a mi propio ritmo y, sobre todo, crecer en mi propio estilo. En ellos viví un ambiente rico en cultura, en desarrollo del pensamiento crítico. Los tres talleres desaparecieron, pero cumplieron su misión: dieron a luz a una nueva generación de escritores.
En la segunda mitad de los 90 florecieron los círculos de lectura y muy pronto se entronaron como el fenómeno literario dominante, incluso, de ellos egresaron nuevos escritores, y es precisamente el indudable éxito, aún vigente hoy, de los círculos de lectura y el apocamiento de los talleres literarios, que me indica que, posiblemente, estos últimos en Panamá tienen una falla de diseño.
Un seminario de creación literaria, con una fecha de inicio y otra de cierre, no es un taller. Un taller aspira a ser un espacio permanente. Son los círculos de lectura quienes se convirtieron en esos espacios permanentes. Y los talleres, ¿dónde están? Al contarlos, sobran los dedos de la mano de un desobediente yakusa. ¿Qué ocurrió? Por un lado, la férrea voluntad del profesor Ricardo Ríos Torres y de otros personajes y organizaciones, convencieron a un sector de la sociedad de la importancia de los círculos de lectura. Por otro lado, como el grueso de los escritores se auto publican, parece ser que ya nadie se siente obligado de convencer a otros, previamente, sobre la calidad de sus escritos. Como que lo más importante es la capacidad de pago a la imprenta y no la opinión de un grupo de colegas deseosos de que el libro publicado sea un sólido aporte a la literatura panameña.
Pero eso no ocurre en mi país ideal. En mi Panamá ideal existen muchos talleres literarios donde se abandona el instinto y se conoce el oficio. Se entiende que escribir por instinto es liberar en catarsis las emociones atrapadas en la psique. En los talleres literarios se aprende a escribir por oficio, a buscar en el mundo exterior y en el mundo interno las palabras que han de convertirse en literatura. En los talleres de mi Panamá ideal se busca, se crea y se vuelve a buscar. Y ese buscar y rebuscar tiene como resultado el manejo maestro de los códigos que les permitirán a los talleristas escribir un cuento, un buen cuento. Y un buen cuento es pensado y sentido por el autor, un buen cuento conmueve al lector y trasciende la cotidianidad. Sin sed de trascendencia, la literatura no es arte, es terapia ocupacional.
En conclusión, el taller literario, por lo menos el tipo de taller que existe en mi Panamá ideal, busca incluir a todos aquellos que se le acerquen, no porque puedan pagar la cuota, sino porque pueden convertirse en escritores o en críticos literarios o en promotores o en amantes de la buena lectura. Así como la bebita inicial de esta intervención tuvo la experiencia de entrar en contacto con un teléfono inteligente y aprendió a manejarlo con maestría, así mismo los talleres que defiendo ponen a sus miembros en contacto con la literatura y allí aprenden, con destreza, de cultura, arte, literatura, vida. En mi Panamá ideal abundan los talleres literarios que tienen un pacto de amor con la gente.

domingo, 3 de junio de 2012

ANALFABETOS FUNCIONALES: ¿FRUTOS DE LA EDUCACIÓN?


El eterno Damocles
 


“Cada minuto que dedico a la lectura, es un minuto que no dedico a discutir tonterías.”

Marcos Méndez
¿Puede un niño o niña pasar 6 años en la  escuela primaria y llegar a la pre-media siendo analfabeta? Sí puede. ¿Cómo? Puede fracasar en todos las tareas de español, pero sacar las más altas notas en educación física y pasa el año escolar. Claro, estoy exagerando, ¿verdad que el sistema educativo panameño está pendiente  y supervisa que nada así pueda ocurrir? ¡Jajajaja!
La intención de la educación panameña es erradicar el analfabetismo clásico, no así el analfabetismo funcional. Un analfabeta funcional, en teoría sabe leer y escribir, sin embargo, es incapaz de poder leer y escribir eficientemente, es decir, lee sin entender y comprender lo leído. La educación panameña no se plantea el analfabetismo funcional como reto a superar, sino es así, ¿por qué el hábito más escaso entre Paso Canoa y Jaqué es, precisamente, el hábito de la lectura?
Un analfabeto funcional de estudiante se conformaba con copiar y pegar textos del rincón del vago en Internet. Al final, el resultado es un profesional mediocre. ¿Quién pondría su salud en manos de un médico que no está actualizado?
¿Cómo contribuye la educación panameña en el nacimiento de los analfabetos funcionales? Así lo hace: leer se asocia al castigo y no al placer. ¿A dónde se envían los estudiantes que están molestando? ¡A la biblioteca! ¿Cuántas veces a la semana los estudiantes ven a sus maestros leer frente a ellos? ¿Qué no hay tiempo? ¿Seguro? ¿O será que lo menos importante es prioridad?
Quizás la más importante de las causas del analfabetismo funcional es la forma de evaluación de la lectura, específicamente, de la lectura de literatura. La literatura es para reflexionar, para imaginar, para gozar; el sistema evaluativo panameño, por el contrario, es para memorizar, para repetir, para salir del paso. ¿Cómo, entonces, salir con el hábito de lector?