domingo, 18 de noviembre de 2012

EL CAMINO DE LA ILUMINACIÓN



Para comenzar a caminar hay que abrir la puerta



“No podemos resolver problemas usando el mismo tipo de pensamiento que usamos cuando los creamos.”
Alberto Einstein


A esta altura de mi vida, entiendo que la vida se trata de aprender algo, desaprenderlo y nuevamente buscar algo que aprender, y aprenderlo, y desaprenderlo, y buscar de nuevo. Recientemente he aprendido algo. Son cinco preguntas y sus respectivas respuestas. La primera: ¿Quién es el ser más importante del universo? Respuesta: Yo mismo. La segunda: ¿Cuál no es mi ubicación en el universo? Respuesta: Mi ubicación no es el centro del universo. La tercera: ¿Cuál es mi lugar en el universo? Respuesta: El lugar donde estoy ahora mismo. La cuarta: ¿Cuál es mi misión en el universo? Respuesta: Hacer bien lo que estoy haciendo. Y la quinta: ¿Quién es el ser más importante en el universo? Y la última respuesta: No importa que sea o no sea yo, lo que importa es que yo sea yo mismo.
Y mientras desaprendo lo que aprendí con las cinco preguntas, aprendo que hacer el bien consiste en cuidarme y cultivarme, dejar que me cuiden y cultiven, cuidar y cultivar al prójimo. ¡Y todo al mismo tiempo! También estoy aprendiendo que no hacer el mal es no hacerme daño, no permitir que me hagan daño, no hacerle daño al prójimo. ¡Y todo al mismo tiempo!
Cuando me toque desaprender que es hacer el bien y que no es hacer daño, voy a comenzar a aprender como apaciguar la mente, es tan simple que asusta en su sencillez: primero, querer lo que tengo; segundo, no sufrir por lo que no tengo; y tercero, estar atento, lúcido y despierto (adiós a la obnubilación y la confusión). A esta altura del partido que es mi vida, he comprendido que la sabiduría no es una piscina, sino un riachuelo donde el agua fluye.

sábado, 10 de noviembre de 2012

DECLARACIÓN EN MIS 52 AÑOS



“A esta edad ya no tengo que demostrar nada. Estoy en paz con la vida. Esa es la libertad.”
Tomás Segovia
Llegué a la edad del mazo de barajas. 52 años. Hace cuarenta, al recibir el certificado de educación primaria, esa cantidad de años me era imposible computarla. Un año era una eternidad. Pero arribé a los 52. Se pasaron volando, aún recuerdo los lodazales que tenía que cruzar para ir a la escuela; sobre los zapatos puestos me calzaba cartuchos plásticos, así de abundante era el lodo.
Llegué a los 52 años. Y pienso que me gané el derecho de dar declaraciones. Después de decirle a mi abuela: tío Pipo pum, pum el 9 de enero de 1964 (el día que los gringos lo asesinaron), de ser evacuado de la ciudad por mi tío Julio en octubre de 1968 (me puso en la cara una toalla empapada con vinagre y aún así sentí los gases lagrimógenos del golpe de estado), después de haber soportado todos los puñetazos de los abusivos del barrio y el colegio, de gritar consignas en la plaza 5 de mayo en septiembre de 1977 mientras esperábamos a Omar y a los tratados del canal, de lanzar piedras contra la guardia, de graduarme tarde de la universidad, de ser testigo del Viernes Negro de 1987 y de la Invasión de 1989, después de conocer el amor y salirle huyendo, luego de que el amor me conociera y saliera huyendo, de comprender que en la vida no hay muchas cosas que entender y hay mucho que vivir. Después de haber hecho todas las tonterías que he hecho, sí, sí me he ganado el derecho a hacer una declaración:
Me declaro pendejo, con tanto practicante del juega vivo, ser un bribón no tiene nada de original. 
Me declaro fracasado, hay tal cantidad de triunfadores infelices caminando por las calles de esta infeliz ciudad, que al verlos sólo puedo pensar que, en realidad, el supuesto éxito es un castigo. 
Me declaro innecesario, no soy mercancía convertida en necesaria por la tele. 
Y, por último y por sobre todo, me declaro anormal, inadaptado, loco; parece que la gracia de ser normal es caminar uniformado y en manada para hostigar al raro.
Llegué a los 52 años vivo, feliz y despierto. ¿Acaso no basta?

domingo, 4 de noviembre de 2012

UN SOLO TERRITORIO, UNA SOLA BANDERA



"Cuando enero regrese
por las torres del cerro...
el país será verde, 
el canal un clavel."
Diana Morán
La literatura ha tenido un papel relevante en la estructuración del ser panameño. Lo literario, por ser un énfasis virtual en la realidad, resuelve lo que la sociedad y el individuo no logran. Libre de las precauciones a las que otras ramas del saber son ligadas, vuela muy alto.
Durante casi todo el siglo veinte, la literatura panameña presentó diversos matices de una misma cuestión que se halla resumida en el credo: “Un solo territorio, una sola bandera”. Pero ya el canal es nuestro. ¿Y ahora? Tengo la impresión de que el significado de lo panameño hoy no es tema central de la literatura que se escribe en Panamá. ¿O sí lo es?
En nuestra historia, lo patriótico ha estado muy cerca de las reivindicaciones populares y del antiimperialismo. Y aunque antiimperialismo es una palabra proscrita, aún hay quienes siguen luchando por la causa de los pobres. Pero, ¿hay literatura que recoja estas exigencias?
La causa de la soberanía tuvo sus literatos. El problema canalero se convirtió en una visión de nación y en proyecto político: Vivir en un país sin bases militares extranjeras. Sin embargo, ausentes las bases militares, parece que no hay norte que señale la nueva corriente de opinión por la cual debe abordarse el concepto de lo panameño.
El día de la reversión del canal, Rubén Darío Sousa declaró que lograda la soberanía nacional el siguiente paso era la democratización del país. Ese discurso lo esgrimieron aquellos que se opusieron al dictador. Pero me pregunto, ¿por qué de las filas de los llamados civilistas no salió una literatura defensora de la democracia? ¿Será por qué significaría proclamar una nación capaz de asumir y decidir su historia? ¿Defender la democracia es defender la soberanía?