viernes, 30 de agosto de 2013

TOPÁNDOME CON ELLOS LO DESCUBRÍ

Fundamento
“Existo como soy, con eso basta, Y si nadie lo sabe me doy por satisfecho.”
Walt Whitman
Tengo 27 años de laborar como docente. Siempre en colegios públicos, con jóvenes e infantes de extracto popular. Me ha tocado dar clases de inglés, física, religión, matemáticas, ciencias y biología. Incluso, en una ocasión, para completar mi carga horario fungí de bibliotecario. Seis colegios secundarios, una escuela primaria, cuatro provincias, cinco distritos.
A pesar de tanta vuelta y revuelo, siento que recién en los últimos 7 años he ido comprendiendo que es enseñar. Y pienso que he ido entendiendo este negocio de la enseñanza, porque creo que en realidad no enseño, por lo  menos no enseño lo que se supone que debería enseñar. Nunca he completado el programa y siempre termino conversando temas de otras materias diferentes a la mía, la biología. Estoy convencido de que nunca voy a ser condecorado.
He llegado a dicha conclusión al toparme con egresados del colegio donde trabajo. Los que tienen pocos años de haberse graduado me abordan como buscando que les diga una nueva palabra, cuando en realidad son ellos quienes ahora tienen la palabra. Los que tienen más año de haberse graduado me miran de arriba para abajo y sus rostros parecen preguntar: ¿Y este viejo panzón fue el que me hizo la vida de cuadritos? Porque, tengo que confesarlo, a eso me he dedicado, la primera veintena de años lo hice instintivamente, los últimos siete años lo estoy haciendo adrede: traumar chiquillos ajenos.
Y es que preguntar en una sociedad que reniega del arte de hacerse preguntas es incómodo. Ubicarse en un ángulo donde se obtenga una nueva óptica de la situación es incómodo. Preocuparse por aprender algo dentro de un sistema embrutecedor a quien lo único que le importa es la calificación, es incómodo.
Y he aquí mi gran confesión: he llegado a la conclusión que en realidad no he enseñado, he aprendido; porque sino fuese educador nunca hubiese aprendido a preguntarme cosas, a verlas desde otro punto de vista diferente al de la manada, a preocuparme por aprender y no por cumplir los requisitos que exige ese sistema oxidado y mal tratador que es la educación panameña.
Voy a mencionar a dos egresados que, pienso, me servirán para darme a entender. Ambos son empresarios, uno tiene un gran auto y se roza con las elites profesionales del país, el otro vende plátanos en un semáforo. Pero ambos cumplen el principal requerimiento de todo organismo vivo: luchar por sobrevivir. ¿Yo les enseñé eso? No. Afirmar eso sería mentir. ¿Quién se los enseñó? La vida.
Y ese ha sido mi gran descubrimiento en el aula de clase. No se trata de cuantas moléculas de ATP se producen por molécula de glucosa oxidada en el Ciclo de Krebs, el asunto consiste en que hago con esa energía atrapada en los enlaces de hidrógeno. Por eso pienso que en realidad yo no enseño, por lo menos no enseño biología. Pienso que en realidad aprendo biofilia.
¿Biofilia? Sí, aprendo a inclinarme a favor de la vida. A ocuparme con los seres vivos, incluyéndome. Es muy probable que al final de mi carrera docente tenga que pedir disculpas por no haber sido el profesor que dicen las reglas y disposiciones de las autoridades. Mis razones para no respetar los reglamentos fueron egoístas: no me permitían crecer y yo quería y quiero crecer.
¿Habré transmitido dicho sentir y pensar a mis estudiantes? Honestamente, no lo sé. Pero cuando veo a aquel muchacho vendiendo plátanos en un semáforo, cuando lo veo pelear, pelear y pelear, sonrío y pienso: este muchacho sí entendió qué es la vida.

miércoles, 14 de agosto de 2013

DE LAS VENTAJAS DE PERTENECER A LA MANADA

“Cuando el sujeto encuentra el sentido de su vida a través de su vinculación al orden social establecido y lo que éste le ofrece como metas y objetivos vitales, deja en un segundo plano su condición social o, mejor dicho, aunque sea consciente de que está sufriendo una injusticia, la justificará y aceptará como una variante más del sentido que le es propio como ser existencial."
Pedro Antonio Honrubia Hurtado
Pertenecer a una manada tiene sus ventajas, sus grandes ventajas. Dentro de ella el individuo gana poder, poder que ejerce en la consecución de una causa, y no de cualquier causa, sino de la causa mayor. La causa de todas las causas. Hay otros beneficios.
La manada le impone su disciplina al individuo y termina por ordenarle la vida. Y esto no es gratuito, es para favorecer el trabajo en equipo. ¿Ya mencione la causa mayor?
Con dicha labor se gana prestigio, se deja de ser el tipo gris y anodino. Mientras más se trabaje por la manada, más prestigio y, por ende, más autoridad para denunciar y reprimir a los miembros que no cumplan las reglas de la manada. El mejor disidente es el disidente anulado.
Todo buen miembro de la manada no deja pasar oportunidad para demostrar lealtad a la manada, a sus miembros y, sobre todo, a su líder. No hay mayor lealtad al líder que reclutar nuevos miembros y comprometerse a convertirlos en fieles seguidores del líder, por supuesto.
El líder siempre da indicaciones que nadie nunca acaba de entender y que todos los de la manada, a pesar de la confusión, siguen con mucho entusiasmo. El ser fieles a las indicaciones del líder da un lugar dentro de la manada y, por tanto, dentro de la sociedad. No importa que la sociedad no entienda las indicaciones, no importa que la manada tampoco las entienda, sólo importa tener plena confianza en saber que el líder sí las entiende y comprende.
El individuo no tiene un puesto en la sociedad. La manada es quien tiene un lugar en la sociedad. Y lo tiene porque el líder se lo ha  dado. Así nace el síndrome del pretoriano, los mayores afanes de los miembros más prominentes de la manada se dirigen a proteger y satisfacer las necesidades del líder. El líder no se viste, se inviste. Y eso no hay que olvidarlo.
La manada se convierte en el centro de las vidas de sus miembros. Compiten por demostrarse quien está más comprometido con la manada y con el líder. Están orgullosos de pertenecer a la manada y de seguir al pie de la letra las indicaciones del líder. Como nadie entiende las famosas indicaciones se termina ponderando lo mágico y despreciando a la razón.
La lógica es reemplazada por una caricatura que sólo sirve para justificar las determinaciones del líder. Se olvidan los motivos originales que provocaron el nacimiento de la manada. Ahora sólo importa mantener vigente, pese a todo, a la manada. Y eso se logra al presionar a cada miembro a auto convencerse que su imagen en la manada es en realidad su propia identidad en la vida. El miembro de una manada se convierte en una imagen y deja de ser él. La consigna de su vida: Todo en la manada, nada fuera de ella.
Al final, el miembro  de la manada acumula poder esclavizante, él se vuelve esclavo y esclavizador, se adhiere a la divinidad de los preceptos manadiles y se lanza con todo su ser a la consecución de la gran causa: la manada debe conquistar el mundo y debe hacerlo de forma totalitaria. Cero disidentes. Menos que cero críticas a la manada.
Pertenecer a una manada tiene sus ventajas, sus grandes ventajas. Te olvidas de hacerte responsable de tu vida, no importa que seas manipulado; no tienes que preocuparte por construir tu poder personal, sólo lo entregas a la manada y punto. Pertenecer a una manada tiene sus ventajas, sus grandes ventajas. Claro que las tiene, únicamente tienes que renunciar a ser tu mismo. ¿No te parece muy bajo el precio?

sábado, 10 de agosto de 2013

DEDICATORIAS




“Porque la libertad no implica romper las cadenas que otros nos han puesto, sino aprender a liberarse de uno mismo (complejos, miedos, odios).” 

Víctor Paz

Mis escritos me han servido para crecer. He crecido en la comprensión de la felicidad y la infelicidad, de mi felicidad y de mi infelicidad. Escribiendo crecí y pasé de concebir historias de falsas complacencias a otras de constantes búsquedas. Puede ser que estos textos no sean genialidades ni totalmente originales, pero son el inventario de mis vivencias reflexionadas. Y esas vivencias fueron enriquecidas por algunas personas muy especiales, maravillosas.

Tuve la dicha de toparme con gente extraordinaria que así lo hizo posible. Con su paciencia, su firmeza, cariño. Debería mencionar a muchos en este escrito, pero no tendría suficiente espacio. Por eso he decidido que dos personas sean sacramento de lo maravilloso que es influir positivamente en otro ser humano. 
Dedico esta discusión escrita y las que vendrán a dos discutantes fundamentales en mi vida. A Aurora Elena, la mujer que parió mi ser biológico y conformó mi ser discutante. Ella me retó a pensar, a debatir con buen humor y a no ser un dogmático; siempre me dijo: no sólo existen el blanco y el negro, mira, allí están los grises. De ella aprendí las cosas importantes, que al fin y al cabo, no son muchas. También quiero mencionar a Carlos Matías Ramos. Con él discutí mucho, en especial, sobre temas relacionados con la felicidad y la amistad. Carlos llegó a hablar de escribir un ensayo sobre el amicalismo, la ética del ser amigo. A los dos mi homenaje póstumo. Nunca es tarde cuando la dicha es buena y la semilla de Aurora y Carlos ya está dando frutos. ¡Qué bueno!

viernes, 2 de agosto de 2013

DIÁLOGO ENTRE EL VIEJO Y EL JOVEN



Detente

“Nos están martillando una nueva ética que ya no es universal sino que se fracciona en dos: la de las clases dominantes y la de las clases dominadas. Entre las primeras, la ética significa cualquier acción que garantice aumento de sus fortunas; para las segundas, ética es no estorbar esos objetivos.”
Mauro Zúñiga Araúz

El Viejo: Yo ya justifiqué mi juventud, ahora estoy justificando mi adultez.
El Joven: ¡Valiente forma de hacerlo!
El Viejo: ¿Qué? ¿No crees que sea suficiente no pedir dinero prestado a los bancos para ganarme en mi edad madura el título de luchador?
El Joven: No, no lo creo. Eso es insuficiente. Una caricatura de protesta.
El Viejo: Pues mira quien habla…
El Joven: ¿Mira quién habla, qué?
El Viejo: Pues mira quien habla de luchas.
El Joven: Yo no fallo a ninguna marcha o piqueteo, ¿te parece poco?
El Viejo: Al contrario, me parece mucha complicidad.
El Joven: ¡Yo no soy cómplice!
El Viejo: Claro que sí lo eres.
El Joven: ¿Tienes pruebas?
El Viejo: Por supuesto…
El Joven: Muéstralas…
El Viejo: Si mal no recuerdo, tu protesta de moda es contra la minería destructora del medio ambiente. Pero en cada reunión, tú y tus compañeros compran cerveza en un supermercado y pagan con una tarjeta de crédito.
El Joven: ¿Y?
El Viejo: ¿Y tú quién crees que es el dueño del supermercado, de la cervecería, del banco de la tarjeta de crédito y de las minas destructoras del ambiente? ¿Adivinaste?