sábado, 30 de noviembre de 2013

MÁS POESÍA Y MENOS POLICÍA

"La poesía, es verdad, puede dar acceso al mundo del alma y del espíritu, y mucho mejor que la religión. Porque lo que caracteriza a los poetas, es su capacidad de captar realidades extremadamente sutiles y de expresarlas en sus obras. 
Omraam Mikhaël Aïvanhov
Ayer fue el black Friday. Ayer fue el recital +Poesía –Policía. Ayer ningún centro comercial vendió trocitos de humanidad. Ayer algunos oyentes nos llevamos a casa una renovación de espíritu humano. Pero, un momento, ¿de qué se trata esto? ¿De arruinar la economía de las ofertas y los baratillos? ¿De desprestigiar a la Policía Nacional? No, de ninguna forma. Total, los baratillos ya tienen arruinadas a muchas economías familiares y a la policía le bastan sus propias acciones para deshonrarse.
En tiempos de coaliciones entre partidos políticos para el saqueo de las arcas del tesoro nacional, precisamente en estos tiempos, se concretó un nuevo tipo de alianza a favor del arte de amar y de la colectividad. El Festival de Poesía Ars Amandi, cuatro talentosas gatas poetas, y el Colectivo, cuatro gatos tercos deseosos de hacer patria, dieron el primer paso para, desde la poesía y la plástica, resistir la deshumanización que sufrimos aceleradamente en estos últimos años. Porque, definitivamente, en estos últimos cuatro años el bestialismo ha crecido más que en los últimos cuarenta. Sin embargo, que bueno que hay un sin embargo, cuatro gatas poetas y cuatro patriotas tercos llegaron para quedarse y recordarnos que aún somos humanos.
Qué? ¿Qué pintar murales en la ciudad de Panamá y leer poemas en el transporte público van a hacer la diferencia? No, pero sí. Mientras sea posible que un transeúnte vea el mural y, antes que lo censuren, comprenda algo; mientras sea posible que un usuario escuche un verso y descubra algo antes de pedir su parada; mientras eso sea posible, todo será posible.

sábado, 23 de noviembre de 2013

LEALTAD A LA LITERATURA

Profundidad

“Si realmente, la literatura es el conducto, pero no el único que va a servir para construir una sociedad más libre, el vehículo no será la alta literatura escrita para esas élites eruditas que ya poseen el conocimiento, sino una literatura más sencilla capaz de llegar a las masas para hacerles vibrar con los graves problemas que afectan al universo, desvelando situaciones sobre las que el hombre cierra los ojos, tapadas por un cúmulo de mentiras y tan repetidas que hasta parecen la verdad absoluta.”
Manu de Ordoñana              
A la literatura se le puede ser infiel, pero jamás desleal. Un escritor puede coquetearle a las otras artes: asistir al teatro o al cine, gozar de la música, aplaudir al ballet, o hasta ir a una pictórica; pero lo que no puede hacer es prometerle algo y no cumplirle.
La primera promesa de un escritor a la literatura es la de ser un buen lector. Esa promesa no necesita mucha explicación. La segunda es sacar tiempo para escribir, una hora diaria o un minuto cada década, no importa, lo que importa es saber que esa hora y ese minuto le pertenecen a ella. El tercer juramento consiste en no enamorarse de sus palabras y tachar, tachar y tachar; de ser necesario, practicar el homicidio, la eutanasia o el aborto con los textos que no cumplan con el mínimo estético que el mismo escritor se ha impuesto.
Hasta aquí, posiblemente, no haya mayor desacuerdo. De aquí en adelante puede que sí lo haya. El cuarto ofrecimiento radica en asociar a la literatura con la vida. Para algunos literatos esto se reduce a oler cocaína y a acostarse con la mujer de algún desprevenido. Otros se comprometen con la lucha por la justicia y la libertad; abundan los ejemplos de poetas y escritores que entregaron sus vidas en los altares de sus ideales. En lo muy personal, considero esta cuarta promesa, además de no negociable, como muestra de la madures de un ser humano que tiene como uno de sus oficios escribir literatura. Ese ser humano que también escribe, cree en lo que escribe y lo practica y lo vive. Ese ser humano que también escribe, no osa defender con sus escritos a la verdad y mentir en lo cotidiano de su vida. Ese ser humano que también escribe es, sobre todo, leal a esos seres humanos que sacan tiempo para leerlo. No es que sea complaciente al escribir, es que es noble al tratarlos, al encontrarse con ellos.
La lealtad a la literatura es lealtad a la vida, es decir, a los seres vivos, es decir, a la gente. Pero es más fácil ser, supuestamente, leal a los libros (que al fin y al cabo son cosas) que a las personas (que al fin y al cabo te pueden cuestionar).
Hay otra forma de deslealtad a la literatura y a la gente. En el mundillo literario, hay mucho simpatizante dispuesto a defender a muerte, en nombre de la calidad de la obra, los abusos y excesos de algún literato. Poco importa que sea un megalómano narcisista, un enfermo de la envidia, un delincuente, o lo peor, un desleal que traiciona su propia obra literaria. Y esa defensa al sociopata literario es, por usar el más suave de los términos que se me ocurre en este momento, una hipocresía. No me imagino a ninguno de esos apologistas defendiendo a un docente que realiza maravillas en el aula de clase, pero que es cliente frecuente de la prostitución infantil.

No sé, de repente, y de nuevo, soy el equivocado; pero me es imposible separar lo plasmado en un papel o lo practicado en un salón de clases de lo experimentado en la vida. No sé, de repente, y de nuevo, soy el equivocado; pero me alegra serlo.

domingo, 17 de noviembre de 2013

9 DE ENERO: MÁS QUE AL RESCATE DE LA MEMORIA Y DE LA PATRIA

(Palabras dicha en la presentación de la novela 9 de enero de Andrés Villa)

Me gustaría contarles como llegué a estar aquí frente a ustedes. Sé de la vocación de Andrés Villa por la novela histórica, por lo tanto no fue sorpresa que escribiese una sobre los acontecimientos del nueve de enero. Supuse que no era sorpresa que me llamara para presentar dicha novela. Como Andrés y mi primo Tito Yanis tienen toda una vida de ser amigos y Tito y yo somos sobrinos de un Mártir del 64... La sorpresa fue comprobar que Andy no conocía este último dato. La segunda sorpresa me la llevé al leer la novela. Comparar dicha lectura con cualquier noticiero nacional actual, es como hablar  de dos países distintos. En Panamá han crecido el número y el tamaño de los edificios, pero otras cosas más valiosas han decrecido, cuando no han desaparecido. Y esa es la virtud de esta novela. Nos retrotrae a esa patria que se perderá irremediablemente si no asumimos nuestras responsabilidades ya.
“Un hombre del pueblo y ‘de pueblo’ como el escritor Andrés Villa nos regala, en las cercanías del cincuentenario de los funestos hechos del 9 de enero de 1964, una novela homónima, que tiene como propósito sacudir la conciencia de una nación y poner en perspectiva la valoración que hace de su historia.”
Estas son palabras del académico Rodolfo de Gracia Reynaldo, pero ¿quién es hombre del pueblo? Quizás todos estemos de acuerdo que para serlo, primero hay que aceptar que se es y vivir como tal. Y esto lo deja bien claro Andrés en el texto que nos convoca. Sus fuentes, su idioma, su enfoque, así lo constatan. Sin rebuscamientos y con la mayor de las diafanidades, Villa nos relata los hechos tal como se lo transmitieron sus informadores. Nos transporta al lugar de los hechos, pero sobre  todo, logra que los protagonistas nos compartan sus emociones.
“Todos esos factores eran un caldo de cultivo aderezado con la impotencia y la rabia que en ese  9 de enero de 1964 atrajeron a todos a la Avenida 4 de Julio.”
Con estas palabras, Andrés añade un ingrediente importante a la definición de pueblo. El pueblo, en este caso, el pueblo panameño lo forman las mayorías excluidas de los beneficios del canal. Y fue, precisamente, dicha marginación la que enfureció a quienes se lanzaron contra la cerca. El pueblo es la patria. Gracias a la furia de los excluidos, Panamá es soberana en el canal. Pero hoy como en el 64, el empobrecimiento persiste. La patria sufre.
Nada mejor que leer la novela para conocer los aciagos hechos del 64, así que no voy a comentarlos, voy a compartir con ustedes mis reflexiones sobre tres actitudes registradas en ella.
“No griten,  es un hospital, hay enfermos—dijo alguien. Los  que iban  adelante gesticularon para que los de más atrás  no gritaran. Las arengas cesaron y en toda la columna reinó un solemne silencio, aunque siguieron subiendo la cuesta con decisión.”
Igualito que en las actuales manifestaciones, ¿verdad? ¿Cuál es la queja que hoy día aflora con cada cierre de calle? La afectación a terceros. En el diccionario de uso diario del ciudadano panameño se ha perdido la palabra consideración. Sin embargo, los manifestantes de enero del 64 no sólo eran considerados con sus compañeros y profesores en sus aulas de clases, también en las calles cuando marchaban contra sus opresores.
“Chencho ha perdido un zapato y camina con dificultad. Está en retirada, pero sigue  custodiando  su bandera. Solo  la soltará en manos de un compañero cuando entre nuevamente al colegio.”
Responsabilidad, otra palabra perdida en el mar de la desidia. Sistema educativo en crisis, familia disfuncional, medios de comunicación mediocres y negligentes. Próximos a cumplir 50 años de la fecha conmemorada, la irresponsabilidad parece cabalgar sobre Bucéfalo y los panameños parece que hemos olvidado que Bucéfalo era un caballo de guerra.
“Los estudiantes se reagrupan  en la Avenida  4 de Julio. Detienen autos  y le cuentan lo sucedido a todo el que los quiere oír.”
Después de la ofensa, los aguiluchos acudieron al pueblo y el pueblo los escuchó. Y no sólo el pueblo, también el presidente del gobierno nacional, Roberto Chiari les prestó atención y actúo en consecuencia; ni la Cuba de Fidel Castro después de la Invasión de Bahía de Cochinos rompió relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, Panamá sí.
A lo largo de esta novela, Andrés nos habla de un Panamá considerado y responsable. De una sociedad aún con la capacidad de dialogar con ella misma. Lo ocurrido el 9 de enero de 1964 fue espontáneo, no fue un plan de los comunistas, fue una población comunicándose rápida y eficientemente. Esa fue la gesta: un pueblo escuchó a sus jóvenes y los defendió. La afrenta de los zonians no sólo fue rasgar la bandera, también fue manchar las camisas blancas de nuestros estudiantes. Por eso aquel enero es glorioso, por eso estos tiempos son desastrosos.
¿Qué estoy exagerando? Permítanme hacerles una pregunta. ¿Me pueden decir el nombre de uno de los mártires? ¿Cuántos recordaron a Ascanio Arosemena? ¿Cuántos a Estanislado Orobio?  Tranquilos, no se incomoden, pero acabamos de experimentar una consecuencia de pertenecer una sociedad que no sabe dialogar. En una sociedad así, sólo es escuchado quien más grita y quien no lo hace es olvidado. En una sociedad así, abunda la gente escandalosa y más abundan los extremadamente silenciosos. En una sociedad así, hasta entre los muertos queda marcada la diferencia entre ruidosos y callados. Andrés nos recuerda que una vez pudimos escucharnos, ¿será que ya no lo hacemos? En el 64 el pueblo se lanzó contra la cerca de la zona, en el 89 se lanzó a saquear el comercio de las ciudades de Panamá y Colón. Hemos perdido cosas muy valiosas, entre ellas, la memoria. Y sin memoria, ¿puede haber patria?

El buen amigo Andrés Villa con está y el resto de sus novelas, contribuye a la restauración de la memoria, al diálogo con la historia. Esto es la patria, recibir un legado y transmitirlo. Si en los tiempos de la globalización queremos seguir siendo panameños, es necesario y obligatorio cuidar nuestro legado. Ya Andrés hizo su parte, ahora nos toca a nosotros. 

sábado, 9 de noviembre de 2013

PALABRAS MÍNIMAS

Onomástico
Según mi partida de nacimiento, a las siete y tres minutos de esta mañana arribé a los 53 años. Llego a esta edad con un único convencimiento: que no hay tales convencimientos, que la vida cambia demasiado rápido como para estar convencido, por  siempre, de algo que está llamado a transformarse y a dejar de ser lo que inicialmente me convenció. Quizás tenga una convicción un poco permanente, tal vez bastante permanente: que la vida es un instante, que 53 años no son nada; aún tengo vívido el recuerdo de mi maestra Zenaida de Pérez copiando una lección en el tablero. Vida te doy las gracias por permitirme compartir este instante que es el resumen de
27 856 800 instantes. Gracias a todos ustedes, a todas ustedes. No dejen escapar los instantes.

De la felicidad
¿Qué es la felicidad? Esa es la gran pregunta. Contestarla es tan esencial como respirar o comer. ¿Qué será? Podemos comenzar diciendo que no es la felicidad. No es un artículo que pueda comprar en mi centro comercial favorito ni es un aeropuerto donde mágicamente aterrizo. No depende ni del grueso de mi billetera ni de cuanta gente digo conocer. Ni siquiera de mi muy ferviente activismo. ¿Qué será la felicidad? Ella es una actitud, es inclinarse a pensar y sentir, cuando se sufre, que el dolor pasará, que no es eterno, que será vencido por el tiempo. ¿Que qué es la felicidad? Es saber, tener la total certeza, cuando se está alegre, de que la alegría tiene mi mano agarrada y me está invitando a bailar. Es aceptar la invitación y gozar la danza intensamente y con entusiasmo. La felicidad es aprehender al dolor y también a la alegría, para aprender de ellos y así saber dejarlos ir cuando les toca irse. ¡Eureka! Al fin lo comprendí.

domingo, 3 de noviembre de 2013

UN ESCRITOR ES EL COMPLEMENTO DE UN LECTOR



Cisne al frente

“Hablo de la política como el lugar donde dialogamos con el prójimo para tomar decisiones.”
Carlos Fong
Una gráfica de datos consta de una variable dependiente y otra independiente. En el mundo literario, ¿quiénes son la variable dependiente? ¿Quiénes la independiente? ¿Los escritores o los lectores?
Para contestar, hay que volver a preguntar: ¿puede haber buenos escritores sin buenos lectores? En realidad, ¿quiénes mantienen vivo el universo creado en la escritura?
Puede que aún falten preguntas, pero contestemos las que tenemos. ¿Sabes por qué los círculos de lectura son círculos y no pirámides? ¡Uy! Hice otra pregunta. Bueno, sigo. Los círculos de lectura son círculos y no pirámides, pues son espacios democráticos donde cada opinión vale, claro está, siempre y cuando esté fundamentada en la comprensión del texto. Es un espacio de iguales que se adueñan del universo plasmado en lo escrito.
Cierto es que en la obra el autor es quien demuestra maestría en el manejo de la técnica estética, pero más cierto es que sin lectores todo ese esfuerzo es inútil. ¿Inútil? Sí, inútil. ¿Por qué? Porque a pesar de lo pensado comúnmente, no hay literatura sin lectores.
Si a partir de este instante ya no se publicasen más libros, hay tantos ya impresos que aún habría literatura, pero si los lectores del mundo se declarasen ya en huelga permanente, por más maestría de los escritores, sino tienen quien lea su obra, todo su esfuerzo cae en saco roto. Entonces, ¿quiénes son la variable independiente y quiénes la dependiente? ¿Quiénes son las verdaderas estrellas de la literatura?