domingo, 21 de septiembre de 2014

BIOFILIA


“Cada hombre, considerado fuera de su profesión, despliega cierta actividad intelectual: es un filósofo, un artista, un hombre de buen gusto, participa en una concepción del mundo, tiene una consciente línea de conducta moral, y por eso contribuye a sostener o a modificar una concepción de su entorno, a suscitar nuevos modos de pensar.”
Antonio Gramsci
Aunque me faltan algunos años para poder jubilarme, ya me estoy preparando. No quiero terminar sicótico y sin saber que hacer con tanto tiempo libre. Si me pensiono adelantadamente habré cumplido 32 años de servicio. Si espero la edad legal de jubilación habré laborado 38 años dando clases. El grueso de esos años habrá sido en el Colegio Elena Ch. de Pinate.
Pero hay una  duda que cada cierto tiempo aletea por el interior de mi cráneo: ¿habré sido un profesor de biología? No si he sido o no un buen docente, sino si he educado en ciencias. Llevo, hasta el día de hoy, 28 años enseñando, supuestamente, biología. Y digo supuestamente, porque al cometer el pecado de compararme con otros colegas de la materia, veo que no sólo estamos en planetas diferentes, si no en distintas dimensiones. Los mismos temas los exponemos con diferentes énfasis y enfoques y significados y vehemencias y gravedades y profundidades.
Me inclino por la enseñanza de principios y actitudes y me distancio del repetir conceptos y procesos. Total, las partes de la célula y cualquier otra noción biológica ya están en Internet. Al final, lo confieso, pienso que en lugar de profesor de biología, terminé siendo uno de biofilia.
Bio es vida y filia es amar. Y aprender a amar la vida en la escuela, me parece, se logra con retos intelectuales y emocionales que conduzcan a vivir con intensidad y alegría la simple vida que nos tocó. Así, pienso, se es parte de la solución y no del problema. ¿Habré acertado o estaré equivocado? Eso lo dirán los estudiantes cuando sean adultos, pero por lo menos yo sí he aprendido a amar con intensidad y alegría la simple vida que me tocó vivir.

domingo, 14 de septiembre de 2014

CAVILACIONES SUELTAS

“Veo en las noticias y leo en la prensa que el Real Madrid anda detrás de un futbolista cuyo precio es de ciento veinte millones de euros. Y qué queréis que os diga. Que el mundo me parece una puta mierda.”
Rafael Calero
Ser un marginado es una injusticia, cierto, y lo es porque vivir al margen no es una libre elección. Es una imposición. Pero, ¿y si no fuera así? Si alguien desease estar al margen de tanta situación ordinariamente injusta y absurda, ¿podría elegir libremente tal opción?
Pienso que hay una minoría muy minoritaria de humanos propensa a vivir por voluntad propia en el margen, lo cual, pensándolo bien, en un mundo de desquiciados puede ser más virtud que locura. Dichas personas, porque son personas y no gente, reconocen, aceptan y sumen que sus intereses no son muy populares que digamos; lo cual los obliga a optar por la estrategia de la morena, el pez que parece una anguila, que se esconde entre las rocas del arrecife y cuando pasa frente a ella un descuidado pez, ataca con certeza y así logra alimentarse. Esas personas están al margen y sólo saltan a la palestra cuando tienen algo que aportar. Si es que los dejan.
La gente es manada, sigue a quien está al frente. Persona es un individuo que se distingue de la multitud, que tiene voz propia. La gente se somete sin chistear a las modas y la persona, obviamente, obedece a su conciencia.

Una persona, para poder seguir siendo persona, ¿tendrá que trasladarse al margen? Por lo menos, pienso, tiene que alejarse de la masificación y, sobre todo, repudiar la estupidez. ¿Habrá algo más estúpido que anular el propio pensamiento, los propios sentimientos, sólo para evitar el rechazo por parte de una masa no pensante? No lo creo.

domingo, 7 de septiembre de 2014

DE LA MUERTE AUTOMÁTICA

“Para ellos, lo aceptable es solo lo que se vislumbra dentro del espejismo dogmático-ideológico donde residen. Fuera del mismo, nada es real.”
Rubén Blades
El automatismo, el vivir sin estar conciente de la propia vida, es la gran tentación. Las acciones que hoy nos resuelven los problemas, mañana se aplicarían sin mayor observación ni examen. Pero ese comportamiento, tarde o temprano, termina por bloquear la experiencia de sumergirse en la realidad, por ralentizar la vida. La vida automática, aunque lata el corazón, por ser el atasco de la conciencia y de la iniciativa, es muerte. Muerte ridícula, por cierto.
La dialéctica, la concepción del universo en constante cambio y movimiento, es el gran reto. Significa abandonarse a la incertidumbre y sobrevivir. Aunque esa idea abrume y confunda. Asumir que la realidad cambia, es admitir que lo pensado sobre la realidad debe también cambiar.
La humanidad tiene milenios construyendo conocimiento a través del arte, la religión, la filosofía y la ciencia. Lo ha hecho de forma automática, siguiendo el dictamen de algún dogma que sirve de receta mágica, o dialécticamente, en permanente búsqueda y sin anquilosar el pensar. Pero las ideas pueden superar la rigidez de las rocas. Es cómodo aceptar como absoluto lo ya pensado por otro. Si por el sentirnos cómodos hubiese sido, aún estaríamos, no en las cavernas, sino colgados de algún árbol. En la comodidad, el crecimiento tiende a cero. La humanidad avanzó porque hubo alguien que se incomodó y que estuvo más que dispuesto a incomodar.
Biológicamente hablando, la vida es la transformación de la energía de una forma inútil a una útil para los seres vivos y su transmisión de célula a célula, de ecosistema a ecosistema. Con la cultura ocurre algo parecido, se construye y transmite el conocimiento, a veces como dogma, a veces como hipótesis discutible. Y eso es y será un dilema permanente.