lunes, 27 de abril de 2009

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL PRÓXIMO 3 DE MAYO

(elecciones en Panamá)

“En Panamá hay muchos partidistas, no son personas que pertenecen a un partido político, son gentes que andan buscando partir el pastel y llevarse su parte.”
Wendy A. Robinson O.

El próximo 3 de mayo tendré la oportunidad de ejercer mi derecho al voto por sexta vez. Pero la verdad es que no estoy seguro que lo haga. ¿Por qué? Porque me siento como aquel que lee el menú desagradable de un desastroso restaurante.
Si yo fuese neo-liberal aceptaría que la gestión del actual gobierno ha sido buena. No lo soy. No me parece buena gestión el dar B/. 50.00 para alentar a las familias a cumplir con su deber con sus infantes. ¿O es qué la patria potestad de los niños y niñas favorecidos pertenece al estado? Además, la beneficencia, porque de beneficencia estamos hablando, no toca ni altera las raíces de la pobreza. Allí van a estar esperando a los pobres cuando el gobierno decida que ya no hay plata para regalarles. Por cierto, la canasta básica familiar está muy por encima de los B/. 50.00. La candidata oficialista lo primero que hizo al ganar las primarias fue afirmar que el plan económico se mantiene. Dicho plan es neo liberal, yo no. ¡Ah! El neo liberalismo es el responsable de la actual crisis mundial.
Sí soy bastante realista. Y a esta altura de mi vida sé que mientras que Panamá sea gobernada por políticos electoreros y no por estadistas, toda campaña política se va a caracterizar por prometer todo aquello que el electorado quiere escuchar y que de antemano se sabe que no se va a cumplir. ¿Acaso el candidato líder de la oposición, entre sus muchas promesas, se ha comprometido con acabar con los monopolios solapados que tienen las cadenas de supermercados y los molineros? Muchos temen que la candidata oficialista se convierta en una versión panameña y femenina de Hugo Chávez, yo temo que el candidato de la oposición se convierta en Alberto Fujimori. Siento que la mentalidad conservadora y de pensamiento único ha ido en dramático asenso y que eso es extremadamente peligroso, más si el gobierno aúpa la cacería de brujas para disimular su incapacidad de poder cumplir con todas las promesas hechas. Sólo falta que Martinelli prometa tres martes de carnaval al año. Además, el que él se haya declarado loco y que sus seguidores lo imitaran, ¿no es una licencia para vivir irresponsablemente bajo el paraguas de la impunidad de la locura?
¿Qué hacer? ¿Ejercer mi derecho? ¿Mi derecho a qué? ¿A elegir al menos malo? Eso no me es suficiente. ¿Qué hacer? ¿Voto en blanco o anulado? ¿La abstención de quedarse en casa? Quien sustituya a Martín Torrijos en el Palacio de Las Garzas no tiene que cumplir con ningún porcentaje mínimo de votos. ¿Qué hacer? La verdad es que no sé. Lo que sí sé es que lo que no hemos remediado en los últimos 20 años, los del supuesto regreso de la democracia, no lo vamos a remediar en un día. Creo que el derecho que voy a ejercer es mi derecho a preguntar. ¡Ser democráticos o no serlo, he allí el dilema! ¿O será otro?

sábado, 11 de abril de 2009

UN ENCUENTRO EN EL ZAGUAN


A los tres días de la vaina, regresábamos a casa hablando sobre toda la desgracia que le había ocurrido a él. Me costaba entender como después de ser tan vitoreado, fue vilipendiado y asesinado. Entrando al zaguán, un desconocido me dio las buenas noches y sin entender bien el porque, lo invité a comer con nosotros. Mi madre peló los ojos, pero el hombre al ratito le resultó agradable. Ella le pidió disculpas porque la única comida que había era arroz divorciado de la carne y los porotos. Éramos cuatro y sólo había dos huevos, así que mi viejita los hizo revueltos para estirarlos. Me apenó haberlo invitado a comer arroz casi pelao. Pero él dijo que el arroz es el resumen de la vida de quienes trabajan. Un campesino dejó su sudor en el campo, otro en el molino. Un trabajador lo transportó y otro lo despachó en la tienda donde lo compró mi madre. Y ella lo convirtió en alimento, que aunque poco, lo compartimos mi novia, mi madre, el desconocido y yo. Nunca me supo tan rico un plato de arroz casi pelao. Al terminar de comer, ellas fueron las primeras en reconocerlo. A mí me costó un poco más. Él salió por la puerta sin despedirse y, aún así, se quedó para siempre con nosotros.