“No se puede encontrar
la paz evitando la vida.”
Virginia Wolf
Escucho a muchos
amigos decir que la felicidad no existe, que a lo sumo hay instantes de alegría
intercalados entre momentos tristes. Pero ¿y si la felicidad es algo más que
estar alegre?
La vieja canción del
payaso que, a pesar de las risas, vive con el corazón roto resume la vida de muchos
mortales. La felicidad parece escasear porque se le reduce a un sentimiento grato
que no puede ser permanente de forma natural. Las drogas terminan por
convertirse en una prolongada, si es que no es eterna, condenación. La
felicidad no es una emoción.
La ética estudia
las obligaciones morales del ser humano. ¡Y nuestra sociedad está llena de
obligaciones! Tenemos que ser infantes bien portados, buenos estudiantes,
profesionales exitosos, magníficos cónyuges, excelentes padres, abuelos
bondadosos y, finalmente, cadáveres fáciles de maquillar. Si te fijas, nunca se
nos dice que estamos obligados a ser felices, que la sociedad tiene la
obligación con nosotros de enseñarnos a buscar, hallar y sostener nuestra
felicidad; más bien se nos inculca que hay que comprar un billete de lotería,
para ver si le pegamos al gordo y así gozar de la felicidad, por lo menos
durante algún tiempo.
Cada día viene con su amanecer. En cada aurora la luz estalla y las
sombras huyen. Después de las horas de oscuridad, todo parece renovarse. ¿Y si
así funciona la vida? ¿Y si la gracia de todo es vivir en periódica renovación?
¿Y sí lo que ocurre es que desconocemos como hacer estallar los fulgores y
espantar a las oscuridades? ¿Y si nuestra gran obligación es aprender a ser
feliz y compartir la felicidad? Aprender a ser feliz y compartir la felicidad.
Pienso que ese es el fin que debe tener la ética. Lo demás, solamente, es lo
demás.
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