domingo, 26 de abril de 2015

CÓMICAS EN VERSOS

“Es un observar constante, sobre lo que pasa en el mundo, y devolver en forma de arte aparejos de sobrevivencia para este valle de lágrimas.”
He decidido celebrar el día del Escritor Panameño escribiendo sobre un escritor panameño. Hoy opté por escribir un comentario sobre el poemario CÓMICAS DE BERLÍN del poeta istmeño A. Morales Cruz. Comencemos.
El autor juega con los títulos de los poemas o textos poemáticos tal como él los llama. Juega con mayúsculas y minúsculas (por ejemplo, no es Nadadores es NADAdores), juega a que encontremos varios posibles significados, juega a que asumamos nuestra responsabilidad, porque el hallar o no significados en un poema tiene un único responsable. La significación de los versos está totalmente en manos del leyente que acepte el reto de enfrentarlos, comprenderlos, vencerlos. Y así es en todo el poemario de Morales Cruz.
“En el camino
La felicidad trazada como un disparo”
Así que como la responsabilidad del significado es mía, voy a apostar y compartir un par de acepciones. A todo lo largo del poemario Cómicas de Berlín, A. Morales Cruz confiesa su tristeza existencial. Tiene una visión trágica de la vida, donde la felicidad es apenas un instante.
“El amor es más sencillo: no lúcido
Serio   compacto   sino
Saturno     cíclico     desdibujado
Es la lluvia corriendo en la ventana
Un deportista corriendo en la hierba     gratis
Y esperanzado”
Sin embargo, frente al amor no son estos versos una confesión de la derrota. Es una cosa muy interesante: para el autor la felicidad es efímera, pero el amor es gratuito y confiado.
“Blanco el día. Escribo en él, ríos de palabras
Unas rosadas, otras de agua lluvia, otras escapan como zorras.”
La poesía de Morales Cruz impele a olvidarse de la esclavizante lógica cotidiana y nos sumerge en el blanco más blanco de las palabras. Rota la caja, el sonido impone su sensatez, la musicalidad se convierte en el significado. Y es que el diccionario es superado por la imagen creada con el roce de las palabras entre sí, con esa chispa que es el color de los vocablos.
“No, este poema se habrá lanzado desde azoteas.
Lanzado del piso 30, con el pecho del cielo
Habrá hecho trizas este pavimento”
Dice el poeta Héctor Collado que la poesía es algo que ocurre, Morales Cruz coincide y va más allá: el poema o vuela o muere en el intento. Cómicas de Berlín puede ser un texto enigmático, pero un esfuerzo extra en la lectura, sea la segunda o la tercera, una lectura con alas bien puede ser la oportunidad para permitirse que algo ocurra en la imaginación. Ahora, la pregunta obligada: ¿el escritor debe o no pensar en el lector que se pierde en la niebla?
“Los años nos dejan un sabor a arrugas
En la boca
En el fondo del vaso de agua
No se ve más que un letrero
De desastres”
La vejez tiene mal sabor, el poeta no lo olvida, es más, con estoicismo la ve venir con su carreta cargada de ruinas. Para Morales Cruz, la poesía no es un enjuague bucal que disfraza los sinsabores, sino todo lo contrario, es un adobo que estimula las papilas.
“Como en los viejos tiempos
Pasa la edad sus cien pies”
¿Alguna duda sobre que piensa el poeta sobre la edad y su carga de años?
 “Me pareció que todo el mundo es un mundo”
Eso sí, Morales Cruz aprovecha cada verso posible para dejar clara su cosmovisión: la individualidad prima sobre el colectivismo.
“Un hombre es una orilla de tinta en el horizonte”
Esa es la misión del poeta, escribir y provocar al lector con lo escrito. Lanzar una provocación tras otra, hasta que el entendimiento común y silvestre se rinda, hasta que gane la intuición. No hay sentencias, sólo imágenes. En Morales Cruz el pintor y el poeta quedan conjugados en un artista visual, que no escribe palabras, las dibuja.
“El argumento: un abanico chino que se deshace
La obra provoca disturbios
Los niños en el computador”

A. Morales Cruz en Cómicas de Berlín anuncia un cambio de épocas, ya los  medallistas no están en la pista y el campo, ahora digitan un teclado. ¿Acaso el Homo sapiens evolucionará al Homo digitus? El abanico ininteligible desaparece, lo que viene es un tumulto de ¿rendiciones?

domingo, 12 de abril de 2015

MALAJI O LA EVASIÓN DE MALAQUÍAS

“Me provoca pensar en los tiempos pretérito, presente y futuro. Pero me irrita. Sé que he vivido y nunca supe del futuro. Sencillamente he vivido, transcurrido y ambulado en innumerables avenidas y círculos del  tiempo, y en ese trajinar he envejecido sintiéndome un niño entusiasmado por las preguntas y el asombro; quizá he sido un espécimen de la duda tratando de andar, viviendo en la incertidumbre que contiene alguna dimensión desconocida, con el ardoroso deseo de trastocarla.”
Henry Petrie
En las palabras que me sirven de epígrafe se encuentra resumida la trama de Malaji (Ediciones Pensar, 2012). Pero para ser sincero, al terminar de leer la novela sentí que dicho argumento evadía lo intensa y conmovedora que puede llegar a ser la vida de un hombre ordinario. Luego de viajar hacia atrás en el tiempo, viaje en el cual pudo haberse descubierto la razón de la negada soledad del protagonista, de su dolor; viaje que pudo aterrizar en contestarnos como un tipo pudo llegar a los ochenta años de edad sin quedar atascado en el tormento. Luego de entusiasmarnos con un personaje que vive con intensidad en este mundo que a veces huele a rosas, a veces hiede a estiércol. Luego de plantear un gran drama humano, la novela se decanta por un periplo místico realizado por el mismo protagonista, en un universo paralelo. Tiene su gracia, pero no me basto. Mejor comienzo por el principio y así podré explicarme.
“Despertó. Desde niño contempló las estrellas, quiso vivir entre ellas, tal vez lo logró”. La pieza única de la primera parte no es fácil de entender a la primera lectura, es un anticipo de todo lo que viene; de manera cruda narra como las tinieblas envuelven este mundo, pero también declara, con valor, que detrás de las sombras se encuentra la luz que quema los ojos. Hallar esa preciosa luz ¿sólo habitando entre las estrellas? ¿O ese tesoro se puede encontrar en el mundano corazón humano?
“Me siento morir, a pesar de haber despertado. La muerte amenaza y espero afrontarla con altivez. Nada más ridículo que llegar a viejo y temer morir”. En el capítulo 1 de la segunda parte hay otro indicio de lo que viene. También de lo que pudo venir.
La muerte como portal a otra dimensión, es la promesa que las religiones llevan miles de años realizando. Ver la muerte directo a los ojos y no temblar es el más humano de todos los discursos. Humano, pues deja en manos del hombre o la mujer, según sea el caso, la decisión de cual ha de ser la actitud final: el miedo o la dignidad. ¿Acaso ese no es el dilema de la existencia?
Este capítulo y toda la novela describen días comunes enriquecidos por los diálogos asombrosos de Malaquías. En este capítulo y en toda la novela el autor demuestra la sabiduría de un octogenario, de su conocimiento adquirido al vivir y reflexionar la vida, de su afán por compartir su erudición con quienes están sedientos de ella, incluso, con aquellos que la reniegan.
“No creo en esas cosas, pero quien dice que la vida no tiene secretos. Podré ser ateo, pero la energía existe. Siempre hay enigmas”. En el capítulo 5 de la segunda parte comienza a justificarse el desenlace final, el que no me basta, donde la magia intangible triunfa sobre los hechos medibles. Ciertos discursos postmodernos me despiertan algunas aprensiones. Comparto una anécdota personal: tuve una amiga que pregonaba militantemente su ateísmo; sin embargo, nunca viajaba sin un frasco lleno de rocas. Lo primero que hacía cada mañana era posar en él su mano para absorber su supuesta energía. Mi amiga no era atea, no vivía sin Dios, simplemente había reemplazado al Señor de las barbas por unas muy llamativas piedras. Aquí la ruptura de un espejo y el sepelio que sufren los restos de cristal sirven de excusa para convertir el drama humano de Malaquías en un evento que escapa de sus manos y que sólo es responsabilidad de ¿las estrellas? Por cierto, el viejo protagonista de esta novela es un ateo muy preocupado por las cosas de la Biblia.
“Don Malaquías, siempre me ha llamado la atención, su soledad, sus conceptos. Es verdad que hemos tenido encuentros apurados, como usted dice, pero he disfrutado cada minuto de su compañía. ¿Sabía usted que tiene un encanto especial? ¡Wao! ¿Quién no quisiera ser un octogenario solicitado sexualmente por una joven profesional? A Malaquías los años no sólo le trajeron arrugas y sapiencia, también un encanto especial que, supongo, fue fruto del lidiar y superar los traumas que acompañan y atormentan a todo ser humano. Pero lo que supongo se me convirtió en pregunta, y sin contestar. La respuesta es el mismísimo Santo Grial: ¿Cómo envejecer sin quedar impregnado con el olor a la decadencia?
“Y se durmió, por primera vez, en la paz del sueño”. El capítulo Desaparición de Lázaro de la tercera parte es una pieza poética. Sin mencionar la palabra suicidio me queda claro cual fue la decisión tomada por el joven Calixto Stuart. Bello y sugerente, este capítulo resume el alivio que encontró el amigo de Malaquías con su extrema y lamentable solución. Es obvio que quien escribió esta novela tiene aliento de poeta. Sólo así se explican los riesgos tomados en el manejo del lenguaje. ¿Cómo se dice: me refugiaré a ellas o me refugiaré en ellas? (página 146, párrafo 3). La tentación eterna del poeta, el buen sonido por encima de la rigidez gramatical.

La tercera parte es magistral. Viajar buscando, pensé, la raíz del dolor y de la alegría. Me quedé esperando. Puedo aceptar, entender y comprender que un niño, en su imaginación, trate escapar del sufrir viajando a las estrellas; pero que el destino de un sobreviviente, no, llamar a Malaquías sobreviviente no le hace justicia… pero que el destino de un héroe condecorado por la vida se defina con un viaje metafísico, sin concretar el drama bien planteado en la segunda y tercera parte de la novela, no me es suficiente. Prefiero ver las tinieblas y oponerles resistencia. ¿Acaso ese no es el reto? En mi opinión, que bien pudiera estar equivocada, la cuarta parte de la novela llamada Crónica de Malaji es una evasión al dolor humano y por ende, a las posibles soluciones normales y cotidianas llevadas adelante por gente mundana como el viejo Malaquías.