jueves, 19 de julio de 2007

UNA CONVERSA CON LA TERQUEDAD



”No se le vaya a ocurrir que me van a vencer,que voy a retroceder, que ya no puedo seguir.”
Ignacio Ortega Santizo
No vaya usted a pensar que yo me voy a rendir, porque dejar de luchar es comenzar a morir. Así es mi amigo, he visto a muchos que disimulan su muerte autodenominándose pragmáticos.
En esta vida enfrenté la práctica y la teoría. En esta lucha arriesgué todo lo que yo tenía. Y hoy muy pocos se arriesgan, y el mundo ya está harto de tanto discurso de cafetería, de tanto impotente que protesta todo para que nadie cambie, pues sólo es palabrería, sin acción tomada, sin compromiso alguno.
Lo que me queda, daré y aunque me cueste la vida, no me podrán acusar de no hacer lo que debía. No vaya usted a pensar que estamos domesticados; que todo esto acabó, que ya estamos derrotados. El mundo espera, aún, a los despeinados que se atreven a correr riesgos, a los que no buscan llenar sus cofres piratas, sino llenar de joyas de marfil las caritas infantiles.
Seguimos con terquedad y se los voy a aclarar: no hay tiempo para temer, no hay tiempo para perder, lucho por mi dignidad, mi patria, mi libertad, no dejaré de pelear. No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no. El mundo tiembla de miedo, ¿dónde están los héroes? ¿Bajo que piedra ocultan sus sombras? Olvidan que la muerte sin sigilo se acerca y que cuando llegue no habrá excusas.
Los que seguimos la lucha, esta lucha noche y día; estamos contra el Imperio, seguimos en rebeldía. El mundo está harto de los derechistas y más asqueado de los izquierdistas cómplices del imperio. Del imperio que dice que no todos somos iguales, que no tenemos derecho a la oportunidad de vivir como verdaderos seres humanos.
Yo seguiré caminando, no quedaré de rodillas. Les juro, sigo luchando por nuestra soberanía:Soberanía total. Y tenemos que ser tercos, y tenemos que ser rebeldes, y que no podemos conformarnos con algo menos que ser dueños de nuestras vidas. La personal, la familiar, la nacional. Soberanos plenos de la vida, de nuestras vidas.

martes, 17 de julio de 2007

HÉROE


"Cada cual tiene que tratar, en lo posible, de rescatar todo aquello que sea válido, para sí y para los demás".
Jorge Ángel Livraga


Definir a un héroe no es tarea fácil, principalmente porque asociamos sus hazañas a lo extraordinario y hemos de admitir, que nuestras vidas tienen muy poco de ello, entendiendo extraordinario como algo estratosférico, fuera del alcancé común de los mortales. Alguna luz me dio el profesor Valentín Medina cuando nos decía en el aula de clases: “La vela perece regalándonos su luz”.
Creo que esa frase resume a mi amigo Ignacio Ortega Santizo, mejor conocido como Cáncer. Igni se nos fue, pero se nos fue regalando luz. Por lo menos así fue para quienes tuvimos el honor de acompañarlo, tan siquiera un poquito, en sus últimos años de vida. En las esporádicas visitas a su hogar, fui testigo de una vida creadora. La música, la literatura, el amor de padre y esposo, la plástica y la amistad fueron las obras a las cuales dedicó su muy dificultoso y valeroso aliento.
Con cada visita a casa de Cáncer, fui entendiendo que la heroicidad es una inclinación a todo lo bueno, bello y justo. Y que lo bueno, bello y justo no se encuentra encerrado en castillo amurallado, sino que siempre está muy cerca, y que por lo tanto no es necesario lanzarse al asalto, sino más bien asaltarse uno mismo. Aprender a vivir libre de lo alocado y ser capaz de gritarle a la muerte: “Voy a vivir hasta el último instante”.
Cáncer, un héroe, no por estar libre de errores, sino por tener la capacidad de verse y vencerse; decirle adiós a la dependencia química, darle la bienvenida a una nueva familia y a sus respectivos sueños, y sobre todo, por vernos a los demás tal y como somos, sin asustarse e insistiendo en querernos. Cáncer, un héroe que a pesar de estar atrapado en el callejón sin salida que significa la proximidad de la muerte que siempre creyó en la vida.

viernes, 13 de julio de 2007

PALABRAS EN LA PRESENTACIÓN DE MI LIBRO “HEURÍSTICAS”


Una vez me leyeron la mano, fue una traviesa monja católica apostólica romana, y aunque aquello fue meramente un juego, sus palabras las he tomado de excusa para vivir como vivo. Me habló de dos cruces que poseo en ambos lados de una larga línea de una de mis manos y me dijo que una representaba mi buena suerte y la otra mi mala suerte, y dado que así se anulaban la una a la otra, el resultado final de mis empresas siempre dependería de mi esfuerzo personal. Así que, entendí, sé que soy un hombre desafortunado y también sé que soy un tipo afortunado.
Me explico. Muy temprano en la vida entendí que nada nuevo hay bajo el sol y eso, siendo escritor, me hace muy desafortunado; también sé que soy afortunado, pues he comprendido que para que algo se renueve basta arrojarle miradas nuevas. Soy un hombre desafortunado, porque contemplo esta vida de afanes como la inútil persecución de los espejismos, la crema y nata de la vanidad de vanidades; sin embargo, soy afortunado pues sé que hay espejismos que se han convertido en sólidas pirámides que desafían el viento y el tiempo.
Soy desafortunado, trabajo en dos ámbitos (docencia y literatura) donde asumimos como conveniente la extraña costumbre de acartonarnos; soy afortunado, a pesar de mi mismo, sigo siendo de carne y hueso, y me río, y me río muy fuerte, placer del cual se privan voluntariamente los cartones. Soy desafortunado, vivo en un mundo de prohibiciones; soy afortunado, la única prohibición que acepto es aquella que dice está prohibido rendirse. Soy desafortunado, siento que es muy difícil ser feliz, tanto que a veces pienso que la felicidad no existe; soy afortunado, sé que si la felicidad no existe, tampoco existe la infelicidad; sólo basta decidir cada mañana entre la felicidad y la infelicidad. De eso trata este libro, el más autobiográfico de todos, de todas esas leyendas que nos han tejido alrededor de las palabras felicidad e infelicidad. Una vez mi amiga Katia me dijo que para casarse sólo había que decidirse, ¿no será que toda la vida simplemente consiste en eso, en decidirse?