miércoles, 26 de agosto de 2009

ATRAVESANDO EL LABERINTO

foto tomada de Internet
(a ver Montilla, ¿qué tienes que decir?)

“Poesía, perdóname por haberte ayudado a comprender que no estás hecha sólo de palabras.”

Roque Dalton


Durante la tenebrosa noche que se extendió desde la decapitación del doctor Hugo Spadafora hasta la invasión a Panamá, el poeta Jarl Ricardo Babot, movido por el absurdo que asfixiaba a la patria, se preguntaba y nos preguntaba a nosotros sus discípulos: ¿Para qué sirve un poeta?
¿Para qué? ¿Será para hablar cosas bonitas que nadie entiende o, en el peor de los casos, todo el mundo entiende porque son el descubrimiento del agua tibia? ¿Para qué sirve un poeta?
Veinte años más tarde me inclino a pensar que un poeta sirve para hacer poesía y la poesía es para conmover, para mover a un lector, para que un poeta y un lector se muevan juntos. ¿A dónde? A ese punto donde sospechamos se nos puede revelar el misterio, el más fascinante de todos los misterios: nosotros mismos. En medio de estas reflexiones, Jairo Llauradó me entregó su libro de poemas POR EL LABERINTO. ¿Quedaría yo atrapado, cual Minotauro, sin reconocerme en la poesía de mi amigo o saldría victorioso como Teseo comunicándome algo más conmigo mismo?
El primer verso del laberinto “Algo de luz escurrida me dejó verla” alentó mi optimismo. ¡Y no fui defraudado! Jairo deslaberentizó la confusión de vivir sin más opción que la absurda y aburrida cotidianidad. El fastidio de morir carcomido por un insecto excavador, bicho que se me antoja es el miedo. Un mundo donde las balas hacen su trabajo, obedecer a los hombres.
¿Cómo pretende Llauradó conmovernos? ¿Afirmando qué el planeta del plomo no puede ser el único lugar donde podamos vivir? ¿O qué ese es el orbe que nos merecemos? Jairo, para respondernos, nos grita un reclamo de parte de ese amor capaz de teñir las nubes de lila intenso. Las balas no obedecen al amor. El amor no tiene ningún interés en comandarlas. Pero ¿y la espantosa cotidianidad? ¿Cómo escapar de ella? Dice Jairo, y yo le creo, que sólo nos queda abrir el vientre de las almejas, de nosotros mismos, y buscar el entendimiento. ¿Almejas? Sí, almejas, eso somos. Almejas del octavo día, del día que dioses y criaturas caminan juntos. Para terminar este discurso de malacología literaria, me voy sin felicitar a Jairo, más bien le exijo que pronto nos grite de nuevo de que color tenemos que teñir las nubes. ¡Amigo, te lo exijo!

viernes, 14 de agosto de 2009

AGUACERO DE MAYO

SERENETY-Ricardo Sánchez

“La vida práctica cotidiana es ingenua.”
Edmund Husserl


Llegó mayo, llovió, nos dejó sus inundaciones o mejor dicho, conmociones, y hace rato que ya se fue. Me interesa hablar de dos de esos jaleos. El primero, la pandémicamente famosa gripe porcina. El 7 de mayo las autoridades mexicanas informaron del regreso a la normalidad y a la reactivación de la actividad cotidiana en las escuelas, universidades, cines, etc. Me llamó mucho la atención la recomendación hecha para reabrir los teatros: que los asistentes se sentasen banca vacía de por medio. Sí. Cinéfilos y butacas desocupadas acomodados cual tablero de ajedrez o damas. Curioso, ¿verdad?
¿Lo normal es que vivamos de sobresalto en sobresalto, de amenaza en amenaza? Cuando no son los terroristas, son los puercos estornudando. Pero por supuesto, siempre cuidando los negocios. Por mera salubridad básica, un animal no sacrificado en un matadero reglamentado no es de consumo humano. Sin embargo, los productores se apresuraron a declarar que no importaba que el animal hubiese muerto por la gripe, que se podía consumir su carne. ¡Ey! ¡Qué no es el H1N1! ¡Qué es que la carne se pudo podrir en el tiempo en que demoraron en encontrar al puerco fallecido!
La otra conmoción que quiero mencionar fueron las elecciones generales en la República de Panamá. Antes de efectuados los comicios, la candidata oficialista fue acusada de ser ficha de Hugo Chávez. Después de las elecciones, el presidente electo fue acusado de poder convertirse en un dictador populista de la derecha. Les soy franco, a mí todas esas declaraciones me suenan a sembrar miedos. Buenas relaciones con la República Bolivariana de Venezuela me parecen una buena noticia, ¿o acaso se nos olvida que esa hermana nación produce petróleo? Y que el presidente entrante se pueda convertir en dictador, lo dudo. Va a tener suficientes problemas con ver que hace para cumplir las expectativas de sus tantas promesas hechas, que dificulto le quede tiempo para crear una estructura de poder que perdure más allá de lo que determinen la ley y el ánimo de los panameños. Ya estoy harto de este negocio de sembrar miedos, que total sólo sirve para cosechar más miedos.

domingo, 2 de agosto de 2009

UN VERDE, OTRO VERDE, OTRO VERDE

"CONVERSACIÓN EN LA CEIBA"- Ricardo Sánchez Beitía
“Que triste época la nuestra, es mas fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.
Albert Einstein

Soy un hombre afortunado. Para ser honesto, la vida me ha tratado bien. No me puedo quejar. Entre mis muchas fortunas están la salud, las amistades, el trabajo y el conocimiento. ¿Conocimiento? ¡Sí, conocimiento! He tenido la dicha de contar con la amistad de algunos eruditos. En especial, durante una década, tuve el honor de ser retado periódicamente por un sabio.
Por lo general, uno asocia el adjetivo sabio a personajes que tienen mucho tiempo de gozar de la paz eterna, no es de esperar toparse con un ilustrado, y menos, que sea un vecino quien derrame sabiduría por las veredas de la comunidad.
¿Por qué será que ocurre este fenómeno? Pienso que es verdad que los ilustrados no abundan, pero también es verdad que los prejuicios sí abundan. Y la más común de las suspicacias, es el negarse a reconocer que un prójimo muy próximo puede tener cualidades que lo convierten en alguien excepcional.
Por suerte, tuve quien me enseñó a enfrentar mis prejuicios. Los prejuicios tienen la habilidad de vestirse con cada disfraz y así pasar inadvertidos mientras nos sumergen en la oscuridad de la ignorancia y su consecuente deshonor. ¿Cuántas personas sufrirán cada día las crueldades de los ignorantes? Lamentablemente, son muchas las víctimas.
Pero, como dije, soy afortunado. Carlos Matías, el vecino sabio, me hizo confrontar mis prejuicios. Principalmente uno que, a pesar de ser muy dañino, es de los más ejercidos. El insistir en resaltar la escasez, en lugar de la abundancia. Ver la dificultad y no la oportunidad. Un día me preguntó: ¿Sabes por que las aves cantan? No supe que contestar. Me dijo: Cantan porque están maravilladas con los verdes que ven. Neciamente le pregunté si no eran los mismos verdes de todos los días. Él concluyó: El milagro no está en el verde, sino en poderse maravillar al verlo.