“Epicuro creía que todos podemos hallar un modo de ser
felices. El problema, según él, es que buscamos en el sitio equivocado.”
Alain De Botton
No
entendemos nuestras necesidades. Las confundimos con las supuestas buenas
costumbres sociales que desde pequeños nos han dicho debemos cultivar
obligatoriamente, las confundimos con esos deseos ilusorios que la publicidad y
las ofertas comerciales han sembrado en nuestro ser y con esos caprichos
maniáticos que nos convierten en víctimas del que dirán, de la presión de grupo.
Y mientras vamos tras los espejismos, nuestras verdaderas necesidades siguen
sin satisfacerse y, por ende, crece nuestra infelicidad.
Según
el filósofo griego Epicuro, la felicidad consiste en satisfacer nuestras
verdaderas necesidades, las cuales son: tener amigos, ser libres y reflexionar
sobre la propia vida.
Viajar
a una ciudad desconocida o cenar un plato exótico y sabroso o jugar por primera
vez un partido de críquet o asistir a una función del Ballet Bolshoi o cualquier
otro placer que se nos ocurra es mucho más placentero si se comparte con los
amigos. La evolución biológica nos llevó por la ruta de la amistad, por eso el
bebé le sonríe a su madre y aprendemos a transmitir emociones a través del
contraste entre la esclerótica y el iris de nuestras miradas. Ser amigo es una
fuente de placer que nos aleja del suicidio. Repito: ser amigo, porque uno no
tiene amigos, uno es amigo. Y sólo se puede ser amigo del otro, después de ser
amigo de uno mismo. Amigo del ser uno mismo, no de esa invención mental llamada
ego.
Mi
cuerpo existe, mi mente también, así mismo mis emociones y sentimientos, carácter,
temperamento y personalidad; mis recuerdos y expectativas, mi fuerza de
voluntad existen. Estos y otros elementos conforman mi ser. Mi ego también es
parte de mi ser. Pero mi ego no soy yo.
Los diversos
componentes de mí ser cambian y cambian permanentemente y cada uno a su propia velocidad
y en direcciones y sentidos variados. Eso me despierta una gran ansiedad. Mi
ego es un intento imaginario y artificial de crearme la sensación de seguridad.
¡Qué lío! Como mi ser varía tanto que es imposible inmovilizarlo en una única definición que
abarque su totalidad, me invento una descripción de mí mismo que supuestamente
es permanente y así tener un asidero en el mar de incertidumbres que es la vida.
Pero perder de vista las transformaciones de mi ser por defender la permanencia
de mi ego, me impide ser mi propio amigo y del otro. Una defensa del ego que
sacrifique los cambios del ser y a los amigos es una aproximación a la
esclavitud. La libertad acompañada de la amistad es un anticipo del paraíso.
La libertad
es aquel estado donde mi ser se puede transformar sin frenos ni perjuicios. Quien
ha aprendido a ser amigo, no tiene porque temer ser libre. La libertad implica
cumplir con ciertas responsabilidades, tales como: sanear la economía personal.
Hay que buscar los recursos y administrarlos sensatamente. Como quien dice, hay
que arroparse hasta donde llegue la manta.
Es importante
cuidarse de los jueguitos cotidianos del poder. Son una trampa. ¿Para qué
competir por decir la última palabra cuando en realidad ni siquiera nos están
escuchando? ¿Por qué endeudarnos comprando artículos innecesarios dizque para
lucirlos frente a gente que apenas si nos voltean a ver? ¿Qué ganamos
complicando lo simple?
La
persona autónoma abandona las costumbres y tradiciones que no comprende; esas
rutinas le fueron impuestas, así que no se siente obligada con ellas. El autómata
prefiere cumplir con el que dirán, aunque ello signifique abandonar la búsqueda
de su felicidad.
El
tercer componente de la felicidad, según Epicuro, es llevar una vida bien
analizada. Construye su felicidad quien reserve tiempo para reflexionar sobre
sus preocupaciones, si son o no reales, si son o no exageradas.
Construye
su felicidad aquel que se aleje de la bulla social, del dedicar esfuerzo de las
neuronas a pensamientos inútiles. Construye su felicidad quien calme y sosiegue
su mente y cuerpo. ¡Todos los días!
Destruir
la felicidad es fácil, basta rendirse a la presión de grupo. Basta vivir
afanado por cumplir con la opinión ajena. Basta preferir ser esclavo que
persona autónoma. El infeliz esclavo que no se arriesga en las profundidades de
la reflexión, pues puede ser que descubra que tiene responsabilidad en su
propia infelicidad. La persona autónoma si toma el riesgo, pues sabe de
antemano que de descubrir su propia complicidad va a corregir tal situación.
La
persona autónoma tiene amigos, pero no permite que ellos le impidan satisfacer
sus necesidades. Sus reflexiones le permiten diferenciar entre un consejo de
amigo y la vulgar manipulación. Por ejemplo, sabe muy bien, por más que se lo
pidan sus compinches, que es muy tonto e idiota gastarse el dinero de la comida
en el suéter de un equipo deportivo. ¡Comer es más importante que el Real
Madrid!
En
resumen, la senda de la felicidad epicúrea consiste en desear satisfacer sólo
las verdaderas necesidades. Y las necesidades, las verdaderas necesidades, son
muy pocas.