La cerradura
“Vivimos en una cárcel. La diferencia es que tenemos la llave para
abrir la puerta y al reo, otro le abre la celda.”
Zelideth Rosales
Trabajar con desgano no sólo atenta
contra la felicidad del propio apático, puede ser, incluso, causa de dolor a
terceros. En Panamá, hace pocos años, cientos de pacientes de la Caja del
Seguro Social fueron intoxicados con dietilenglicol; bastan 15 miligramos de
esta sustancia para envenenar a una persona que pese 200 libras. Los
intoxicados bebieron frascos enteros de jarabe para lo tos con dietilenglicol.
Es un escándalo de proporciones mayores, pues no sólo estuvieron involucradas
altas personalidades del mundo político en la compra de la toxina, si no que los
trabajadores responsables de fabricar el jarabe para la tos confundieron
glicerina con el dietilenglicol. La glicerina es espesa como la miel, el dietilenglicol
es diluido como el agua. ¿Inexperiencia o desidia?
En Panamá hay una expresión que
contesta esa inquietud: ¡Me vale v…! ¡Qué soy funcionario público a cargo de
vidas humanas! ¡Me vale v…! ¡Qué esta sustancia no se parece a la que siempre
uso! ¡Me vale v…! ¡Qué comenzaron a aparecer los afectados! ¡Me vale v…! ¡Qué
se están muriendo los afectados! ¡Me vale v…!
Pero esa expresión, no sé, ese
resumen extra concentrado de la apatía me huele más a cárcel que a liberación.
Sí. ¿Qué por qué lo digo? Porque suena a la frase expresada por un infeliz que
no es dueño de su vida. Alguien que no ha podido realizar sus sueños, que,
quizás, lo más triste, nunca ha enfilado el buque de su vida en la dirección
correcta para alcanzar sus metas. Alguien que se rindió, tal vez, antes de
empezar la lucha. ¡Me vale v…! Es un
triste lema. Es un trío de palabras tan duras y resistentes como los barrotes
de una cárcel.
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