"Tu única obligación en
cualquier período vital consiste en ser fiel a ti mismo".
Richard
Bach
Toda sociedad posee mecanismos que transmiten la pobreza de una
generación a otra. Algunos ejemplos son los embarazos precoces, sistemas
educativos negligentes, la publicidad promotora del consumismo y, por ende, del
endeudamiento de las familias. Muchos son los factores involucrados y mucho es
el tiempo que tienen dichos factores interactuando entre sí para lograr
mantener a un segmento de la población, permanentemente, incapaz de cubrir sus
necesidades básicas.
Pero hoy prefiero escribir sobre una práctica que considero
extremadamente perniciosa. Incluso, puede llegar a ser mortal. Me refiero al
poder represor que ejercen los mediocres sobre los brillantes. Crecí escuchando
a mi parentela hablar del por qué un balde lleno de cangrejos no necesitaba ser
tapado, es que cuando un crustáceo está a punto de escapar viene otro y,
atrapándolo con sus propias pinzas, lo regresa al fondo del recipiente. Ya de
adulto he sido testigo de dicho comportamiento más veces de lo deseado. No
hablo de cangrejos, hablo de miserables que no son felices y los atormenta el
éxito del prójimo y hacen lo que sea, para que aquellos que tienen la
posibilidad de salir del pantano que es la pobreza, no lo puedan lograr.
¿Quién te crees tú? En boca de estos miserables no es una pregunta, es
una acusación de traición que no toda persona puede soportar y más sí es alguien
tan cercano como un padre o una madre. Había dicho que esa miseria puede llegar
a ser mortal. Una muchacha de mi barrio, hace un tiempo, todas las madrugas
afrontaba las vicisitudes del transporte público de la ciudad de Panamá y lo
hacía para ir a estudiar a la universidad; bueno pues, resulta que a una vecina
ese le reventó el hígado y un día ya no lo soportó y agredió a la estudiante
universitaria y le rayó la cara con una navaja de afeitar. Cuando arrestaron a
la agresora estúpida, ésta declaró: Ella se lo buscó, ¿quién le dijo que es
mejor que yo? Por suerte, la universitaria no abandonó sus estudios y las
cirugías reconstructivas tuvieron el mejor de los resultados. Hoy en día es una
profesional. La agresora pagó canas en la cárcel un par de meses y hoy en día
continúa con su miserable vida, pero, lamentablemente, con una escalera de
chiquillos. ¿Qué quién dijo que la universitaria es mejor que la miserable? Los
hechos lo dijeron y lo siguen diciendo.
No veo por qué hay que temer darle reconocimiento a quien se lo merece
cuando eso significa dejar en evidencia a un individuo que sólo sirve para
estorbar y para más nada. Ese temor o asco o mala fe es la razón por la cual
los profesionales con cierto éxito pronto se mudan de barrio. Pero también es
el motivo por el cual mucho joven deja de intentar alcanzar el triunfo, porque
tendría que abandonar, física y emocionalmente, el gueto, y eso es traición. ¿Por
qué los egresados de los colegios no se involucran como quisieran con sus almas
máter? ¿Será por qué, luego de visto el mundo por los jóvenes, la mediocridad
de mucho docente quedaría al descubierto ante los ojos de aquellos?
Por suerte, este comportamiento no es un absoluto
universal. Porque de serlo pronto regresaríamos a la edad de piedra. Pero no
nos descuidemos, hay que vigilarlo. Hay que educar a los muchachos para que,
llegado el momento, sean capaces de romper, si es necesario, con su circulo de
amistades, incluyendo, ¿por qué no?, a familiares. ¡Qué se alejen de esos
amigos y parientes que en el fondo desean que ellos repitan su fracaso! Sólo
así se romperá con un dañino mecanismo de repetición de la pobreza entre
nosotros. No podemos permitir que los miserables triunfen y sometan a lo mejor
que tenemos entre nosotros: las mujeres y hombres capaces de enfrentar y vencer
a la pobreza.
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