“Todo lo más
que puede esperar la filosofía es llegar a hacer complementarias la poesía
y la ciencia, unirlas como a dos contrarios bien hechos.”
Gastón Bachelard
Gastón Bachelard
Cuando alguien quiere
decir que algo es absolutamente cierto, repite la gastada frase de esto está
científicamente probado. Y olvida que, en realidad, la ciencia genera más
preguntas que respuestas. Tal vez ese olvido se debe a que, por el gran
desarrollo tecnológico, se piense que la ciencia es infalible. El mundo
científico muchas veces ha tenido que descartar sus argumentos.
Hemos separado
el conocimiento humano; lo partimos en racional e irracional, y todo lo que
huela a esto último es despreciado. Y resulta que, por aferrarnos a la supuesta
seguridad que dan las verdades científicas, nos perdemos lo mejor de la vida:
la sorpresa que trae lo incierto.
La investigación
científica parte de las observaciones, pero resulta que se observa a través de
las ideas que ya se posee y ellas contaminan el observar; además, las
observaciones no pueden aprehender (con hache) la totalidad de lo observado,
así que lo que supuestamente se está aprendiendo (sin hache), no siempre es la
verdad de lo que se está observando.
Así que, a pesar
de mis esfuerzos, gran parte de mi conocimiento no se fundamenta en mis
asépticas observaciones, sino en mi capacidad de construir ideas. En decidir
que acepto como verdad y que rechazo por falso. Siendo así las cosas, mi gran
potencial cerebral consiste en mi facultad de abstracción e imaginación. En mi
habilidad para liberar mi creatividad.
Y esa liberación, paradójicamente, está llena de
incertidumbres y a ratos parece contradecirse, es más, a veces, efectivamente
se contradice. Y es en el arte, en mi caso en la literatura, donde todo ese
potencial de la incierta contradicción se convierte en el demonio de la
creación. Y digo demonio sin ningún temor, es más, lo digo con mucho cariño.
2 comentarios:
Dicho sea de paso, la vida misma es una abstracción imaginativa, por más real que parezca, ya mañana no estaremos y en un par de generaciones tampoco nadie sabrá que existimos. Reinventarnos a diario el día, aún bajo la certeza de que podemos morir en cualquier momento. Sin embargo, da menos miedo pensar sobre lo pensado que aceptar lo desconocido, aunque esto no produzca nada más allá. Entra a una oficina en cualquier parte de Panamá, de ocho a cinco, y verás un ganado humano de gente que le importa un rábano con los que le rodean, a no ser que sea para confabular, coger o joder. Esclavos vestidos con saco, corbata y faldas ceñidas al culo, culos de aspiraciones ejecutivas, y ojos que sólo parpadean del miedo…el miedo a dejar lo que los entierra vivos, vivos muertos, o muertos vivos...muriendo durante las horas más productivas de sus días, durante los días más productivos de sus vidas…viviendo como esclavos para que sus hijos puedan madurar como esclavos de alguien más en el futuro, desde modelos educativos castrantes, humanos estériles de ingenio y parcos, muy parcos de intelecto. Porque si no comemos no importa, peor es que no tengamos el celular de último modelo, o “el jefe” nos regañe. Y entonces preguntamos, qué hacen armas nucleares en un barco repleto de azúcar.
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