“¿Dónde
está lo que quiero decir? ¿Dónde está lo que debo decir?”
Clarice Lispector
¿Quieren ser famosos?
¿Exitosos en redes sociales? Pues basta con irse a la entrada del Puente Centenario
y esperar que ocurra un accidente de tránsito, nunca falta uno en ese punto;
con suerte habrá un par de fallecidos y con mucha más suerte, uno de los
cadáveres será de una embarazada. ¿Les parece buena idea? ¿No? Entonces,
permítanme hacerles otra propuesta.
En los últimos siglos
consideramos a los científicos como las personas más sabias. Pero antes fueron
los filósofos y antes los sacerdotes. Sin embargo, ¿saben quiénes fueron los
primeros sabios del género humano? Los artistas. Así fue en el inicio de la
humanidad.
Los primeros cazadores y recolectores
se reunieron alrededor de las fogatas a contarse historias, pintaron las cuevas
y también danzaron bajo el cielo estrellado. Así resumieron su día a día y expresaron
sus fantasías. Así comenzaron a explicarse el mundo, su mundo.
Ellos, por su corto
desarrollo tecnológico, se demoraban en terminar sus obras, pero, gracias a esa
limitación, tenían el tiempo suficiente para insertarlas en la vida de su clan;
esas obras terminaban dándoles identidad y sentido de pertenencia. Y esa es la
gran diferencia entre ese mundo primitivo y el de las redes sociales.
Durante milenios la obra era
la vista, ahora es el obrador. El obrador, al que no me atrevo a llamar artista,
usa la obra como excusa para ser visto y, por tanto, existir. La calidad de la
obra no importa, lo importante es su frecuencia. La obra prolifera sin explicar
el mundo. Y así, existir es recibir los anhelados me gusta. Kimberly Noel Kardashian West es el
epítome de ese canon y el selfi la obra perfecta. Resumen total del paradigma:
ser visto es existir.
El paradigma contrario, y el tradicional, por cierto, es que sea la obra
quien de la cara por el artista. Que la obra sea la vista y que, por ella, al
final, sea aplaudido el artista.
Y eso, estimados, sólo se logra, a la antigua, con intenso trabajo. La fórmula
para crear una obra que valga la pena ser vista es, en el caso de la poesía, la
de siempre: leer, leer, leer, leer, leer, leer, leer, leer, leer, leer,
escribir, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar,
tachar. Hay que convivir con otros que tengan el mismo interés. Que también se
dediquen a leer, leer, leer, leer, leer, leer, leer, leer, leer, leer, escribir,
tachar, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar.
Y juntos leer, leer, leer, leer, leer, leer, leer, leer, leer, leer, escribir,
tachar, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar, tachar.
En resumidas cuentas, no porque las redes sociales faciliten la
publicación, significa que las Kardashianadas tengan algún valor estético; no
es la inmediatez quien da valor a una publicación, es que le sirva al lector
para explicarse el mundo. Y eso toma su tiempo.
Transformarse de obrador a artista,
de escribidor a poeta, toma su tiempo. Tiempo para contestar una pregunta como esta:
¿Qué convierte en poeta a alguien
que escribe versos? Porque no basta escribir versos para ser poeta.
Tampoco asistir a un taller literario. Las razones para asistir a un
taller de creación poética que tiene la fortuna de culminar en una publicación
pueden ser muchas y variadas. Curiosidad, matar el ocio, buscar amistades,
inquietudes artísticas, apasionado compromiso con la poesía. Asistir a un
taller no me convierte en poeta. Es más, he conocido casos donde con solamente
ver su nombre impreso en un libro le basta al tallerista para satisfacer sus
auténticas necesidades.
¿Qué convierte en poeta a alguien que escribe versos? ¿Basta expresar
los propios sentimientos y pensamientos? No. No basta. En este caso estaríamos
hablando de terapia ocupacional. A lo sumo de versos que serán leídos una sola
vez, versos que no logran ni lograran engancharse a la vida del lector. ¿Puede
haber mayor homenaje que éste: caminar por los pasillos de una feria del libro
y toparse con un lector que dice: sus versos los tengo en mi mesita de noche,
son mi libro de cabecera?
¿Qué convierte en poeta a alguien que escribe versos? Muchas cosas. Pero
unas cuantas son esenciales, entre ellas: leer, escribir y tachar; sobre todo
leer y tachar. Hay una cuarta: buscar. ¿Buscar qué? Una verdad. ¿Dónde? En el
interior de quien escribe. El poeta busca en su interior las palabras con las
cuales va a construir una verdad que el lector asumirá como propia.
Esa verdad en versos le sirve al lector para organizar sus emociones.
Esa verdad nunca le perteneció al poeta, siempre fue del lector. ¿Quién es
poeta? Aquel que asume, como su gran verdad, que la poesía siempre se trata del
otro.
Para llegar a ese convencimiento hay que caminar, y caminar toma tiempo.
Un seminario sirve para arrancar, también tener amigos con los propios
intereses, amigos que se acompañan, se critican, se pelean, se reconcilian, se
acompañan; sin embargo, tarde o temprano hay que enfrentar y asumir la lectura
de la propia alma y que los poemas fruto de tal lectura le permitan al lector
leer su propia alma. Así un escribidor de versos aprende a ser poeta.