“Las
ideas tienen consecuencias.”
Richard M. Weaver
La lógica
es una de las herramientas de la ciencia. Pero, como decía mi profesor Maté, la
lógica no siempre es lógica. Cualquier silogismo que reniegue de la realidad, que
oculte datos, aunque esté bien construido, no puede ser verdadero. Según la
RAE, lo evidente es tan claro y patente que no
puede ser puesto en duda o negado. Sin embargo, a pesar de lo que la lógica
indica, lo obvio no es tan obvio.
Digamos
que en una escuela un grupo de estudiantes es sorprendido haciendo trampa en un
examen, la administración resuelve castigar a la mitad de los muchachos y al
resto los absuelve, sin dar mayores razones. Los padres de los castigados
reclaman justicia, a sus ojos sus hijos fueron discriminados. Sin embargo, su
exigencia no es que les muestren las evidencias recogidas en la investigación, que
les expliquen el por qué de la conclusión del proceso disciplinario, no, nada
de eso; exigen que la absolución sea general, para todos los involucrados. ¡Qué
la falta sea olvidada! ¿Están confundiendo justicia con impunidad?
Tal
confusión va más allá del significado de la palabra justicia, el conflicto nace
al no poder reconocer el fenómeno en sí mismo, sus causas y consecuencias. La
falla lógica estriba en no comprender la relación entre el origen del problema,
el problema y sus secuelas.
¿Cuál es el dilema: la trampa hecha por los
estudiantes o las dudas que despertó el proceso disciplinario? Ese es el meollo
del asunto. Cada vez escucho más disyuntivas parecidas al ejemplo dado. Argumentos
formalmente lógicos, pero desconectados de los hechos y de la evidencia. Eso
solamente puede significar algo: no podemos reconocer cual es el problema que
nos aqueja, no podemos resolverlo y seguimos aplicando la lógica de los
ilógicos.
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