domingo, 27 de noviembre de 2016

LA HERMANA ESTHER

“Un gramo de acción vale más que una tonelada de teoría.”
Friedrich Engels
El recuerdo más intenso que tengo de mi tía Esther es de mi infancia, cuando una noche  subimos juntos a la rueda de la fortuna. Ella reía y reía. Y yo la escuchaba sin darme cuenta de mi miedo a las alturas. ¡Ah! También me acuerdo del famoso chis, su grito de guerra con el cual lograba dibujarnos una sonrisa cada vez que posábamos frente a una cámara para la foto de rigor.
Esther, mi tía, la hermana de tantos, se marchó, ya no gozamos de su compañía, pero nos dejó sus enseñanzas. Hay dos de sus lecciones que me son muy especiales. La primera de ellas fue el compromiso que asumía en cada una de sus empresas. Y tenía una increíble capacidad de lograr que otros se involucraran en sus proyectos. Así fue en el teatro, como actriz y directora; en la catequesis, en sus misiones. Pero sobre todo, en su solidaridad con todo necesitado o humilde que Dios pusiese en su camino. Esther siempre fue desprendida, nunca se ató a lo material.
La segunda lección fue su pacto sin condiciones con la libertad. Con su absoluta libertad. Hoy estaba aquí, mañana allá. Para quien no ame el ser libre como ella amaba serlo, ese ir y venir podría ser algo desconcertante, pero para Esther fue fundamental, no negociable. Defendía su libertad con toda su fuerza de voluntad y esa voluntad, permítanme decirlo, sí que era fuerte.
Esther, la hermana de todos, fue mujer de convicciones que no eran teoría, sino vida; muchos así lo pueden atestiguar. Hoy ya no está entre nosotros, pero sus enseñanzas sí lo están y lo van a estar por mucho tiempo. Sé que su ejemplo dará muchos frutos, o mejor dicho, ya está dando muchos frutos. Me es fácil imaginar a las mujeres y a los hombres que la conocieron realizando misiones personales, ese es el legado de Esther. Legado que no se va a perder.

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