“La clave es conocer las premisas,
deducir a través de las inferencias adecuadas, hilar la relación entre las
causas y las consecuencias, fomentar el debate y contrastar diversas fuentes de
información.”
Alfonso
López Borgoñoz
No tengo interés en demostrar que Dios existe, tampoco
en probar que no existe. Mucho menos me interesa probar que esta o aquella
política, que esta o aquella economía, que esta o aquella ideología son las
correctas para regir la vida mundial. No me interesa convencer a nadie de mis
creencias, mis creencias no duran mucho. Prefiero conocer algo que creer en ese
algo.
Prefiero vivir experiencias, reflexionarlas, encontrarles
significados y así darle utilidad a mis
pensamientos y sentimientos. Prefiero aprender algo que creer en ese algo.
Me interesa conocer el mundo real, el que
efectivamente existe, el explicado por las evidencias. Y esas evidencias las
descubro al estudiar los fenómenos del mundo, sus causas y consecuencias. No
descarto nada a priori. ¡Nada! Si alguien me dice que habló con Dios esta
mañana, ni lo acepto ni lo rechazo, no tengo pruebas para poder emitir un
juicio; eso sí, se me van a ocurrir muchas preguntas y las voy a hacer. Si otro
me dice que su computadora portátil se dañó gracias a los celos que le despertó
la compra de un teléfono inteligente, lo rechazo porque la evidencia indica que
las computadoras que están hoy en el mercado no sufren por las pasiones. Si
alguien más me dice que tiene el hígado dañado por tomar mucho licor, lo acepto
porque los informes médicos ya comprobaron la relación entre las bebidas
alcohólicas y las enfermedades hepáticas. Acepto o rechazo algo en base a la
evidencia disponible.
La interpretación de las evidencias depende del
criterio del sujeto que las interprete. Eso
abre la puerta al debate. Me cautiva debatir, derrotar al otro, no lo
niego, pero más me gusta ganar nuevos conocimientos. Prefiero debatir sobre algo
que creer en ese algo.
Mi fascinación se sostiene con el significado que doy
al debate. Debatir es un deporte del intelecto que equiparo al karate, sólo que
en lugar de patadas y puñetazos, esgrimo técnicas del pensamiento y el
lenguaje. Mis técnicas preferidas son: exponer los hechos, construir
silogismos, también metáforas y mi favorita, hacer y rehacer preguntas. Hay una
técnica que es superior a estas cuatro juntas y es escuchar. Al escuchar algo,
no me siento obligado a creer en ese algo.
En el debate hay que ser coherente y no dar argumentos
opacos. Apliqué este concepto en mi vida
personal y comencé a transformarme en una persona transparente, pero debo
vigilar que entre mis motivos, pensamientos, sentimientos, discursos y acciones
exista una interconexión y no una contradicción. Para lograrlo debo debatir contra
mi propio ser. Me hago preguntas del tenor siguiente: ¿Hay alguna evidencia que
justifique esto que estoy diciendo?
Debatir para crecer y hacérsela difícil a las
pasiones, fantasías y traumas que opacan nuestro entender. El debate contra uno
mismo es para medir nuestro crecimiento. Si hoy tengo un debate sobre un tema X
y dentro de diez años vuelvo a tener el mismo debate y esgrimo los mismos
argumentos, no sólo perdí diez años de mi vida (pues no crecí), sino que lo más
probable es que tuve que usar contra mí mismo la fuerza del dogmatismo para
evitarme cambiar.
Debatimos para evolucionar con la cambiante realidad
que nos circunda. Descubrirla a ella, a la realidad, descubrirnos en ella y,
finalmente, descubrirnos a nosotros mismos. ¿Acaso eso no es el verdadero éxito?
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