domingo, 20 de noviembre de 2016

DEBATIR PARA CRECER

“La clave es conocer las premisas, deducir a través de las inferencias adecuadas, hilar la relación entre las causas y las consecuencias, fomentar el debate y contrastar diversas fuentes de información.”
Alfonso López Borgoñoz
No tengo interés en demostrar que Dios existe, tampoco en probar que no existe. Mucho menos me interesa probar que esta o aquella política, que esta o aquella economía, que esta o aquella ideología son las correctas para regir la vida mundial. No me interesa convencer a nadie de mis creencias, mis creencias no duran mucho. Prefiero conocer algo que creer en ese algo.
Prefiero vivir experiencias, reflexionarlas, encontrarles significados y así darle  utilidad a mis pensamientos y sentimientos. Prefiero aprender algo que creer en ese algo.
Me interesa conocer el mundo real, el que efectivamente existe, el explicado por las evidencias. Y esas evidencias las descubro al estudiar los fenómenos del mundo, sus causas y consecuencias. No descarto nada a priori. ¡Nada! Si alguien me dice que habló con Dios esta mañana, ni lo acepto ni lo rechazo, no tengo pruebas para poder emitir un juicio; eso sí, se me van a ocurrir muchas preguntas y las voy a hacer. Si otro me dice que su computadora portátil se dañó gracias a los celos que le despertó la compra de un teléfono inteligente, lo rechazo porque la evidencia indica que las computadoras que están hoy en el mercado no sufren por las pasiones. Si alguien más me dice que tiene el hígado dañado por tomar mucho licor, lo acepto porque los informes médicos ya comprobaron la relación entre las bebidas alcohólicas y las enfermedades hepáticas. Acepto o rechazo algo en base a la evidencia disponible.
La interpretación de las evidencias depende del criterio del sujeto que las interprete. Eso  abre la puerta al debate. Me cautiva debatir, derrotar al otro, no lo niego, pero más me gusta ganar nuevos conocimientos. Prefiero debatir sobre algo que creer en ese algo.
Mi fascinación se sostiene con el significado que doy al debate. Debatir es un deporte del intelecto que equiparo al karate, sólo que en lugar de patadas y puñetazos, esgrimo técnicas del pensamiento y el lenguaje. Mis técnicas preferidas son: exponer los hechos, construir silogismos, también metáforas y mi favorita, hacer y rehacer preguntas. Hay una técnica que es superior a estas cuatro juntas y es escuchar. Al escuchar algo, no me siento obligado a creer en ese algo.
En el debate hay que ser coherente y no dar argumentos opacos. Apliqué este concepto en  mi vida personal y comencé a transformarme en una persona transparente, pero debo vigilar que entre mis motivos, pensamientos, sentimientos, discursos y acciones exista una interconexión y no una contradicción. Para lograrlo debo debatir contra mi propio ser. Me hago preguntas del tenor siguiente: ¿Hay alguna evidencia que justifique esto que estoy diciendo?
Debatir para crecer y hacérsela difícil a las pasiones, fantasías y traumas que opacan nuestro entender. El debate contra uno mismo es para medir nuestro crecimiento. Si hoy tengo un debate sobre un tema X y dentro de diez años vuelvo a tener el mismo debate y esgrimo los mismos argumentos, no sólo perdí diez años de mi vida (pues no crecí), sino que lo más probable es que tuve que usar contra mí mismo la fuerza del dogmatismo para evitarme cambiar.
Debatimos para evolucionar con la cambiante realidad que nos circunda. Descubrirla a ella, a la realidad, descubrirnos en ella y, finalmente, descubrirnos a nosotros mismos. ¿Acaso eso no es el verdadero éxito?

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