domingo, 7 de junio de 2015

DE LA ARROGANCIA DISIMULADA

“¿Por qué no podríamos aceptar la idea de que hay personas totalmente amorales que caminan por la calle y son absolutamente capaces de cometer homicidios o infligir mutilaciones sin experimentar sentimiento de culpa o escrúpulo de conciencia algunos?”
Michel Foucault  
El arrogante siempre busca situarse en algún punto desde el cual pueda menospreciar al otro. Todos conocemos cientos de ejemplos de la arrogancia en acción. Pero a mí me tomó un tiempo reconocer como altaneros presumidos a ciertos individuos que, a primera vista, parecen candidatos al santoral de la iglesia. Sí, sus acciones sólo huelen a mirra e incienso consagrados.
Tengo dos ejemplos, el primero es aquel que sufre sin comunicar su dolor a aquellos que lo aman, dizque para no provocarles malestar. En realidad, lo hace para no deberle ningún favor a nadie y en caso tal su dolor sea descubierto, la culpa crezca en los otros y así poderlos manipular.

El segundo es quien insiste en confiar, una y otra vez y a pesar de la evidencia, en un estafador; afirma que lo hace con la esperanza de que el timador se redima, pero en el fondo de su ser busca que dicha redención ocurra gracias a su propia virtud merecedora de todos los aplausos. Este último es el que considero el más pernicioso. En el fondo él necesita, anhela, desea, procura  que siempre el delincuente delinca; que nunca deje de hacerlo, porque así el mundo sabrá quien es el ser superior, y es él, el arrogante disfrazado de santo.

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