“¿Por qué no podríamos
aceptar la idea de que hay personas totalmente amorales que caminan por la
calle y son absolutamente capaces de cometer homicidios o infligir mutilaciones
sin experimentar sentimiento de culpa o escrúpulo de conciencia algunos?”
Michel
Foucault
El arrogante siempre busca
situarse en algún punto desde el cual pueda menospreciar al otro. Todos
conocemos cientos de ejemplos de la arrogancia en acción. Pero a mí me tomó un
tiempo reconocer como altaneros presumidos a ciertos individuos que, a primera
vista, parecen candidatos al santoral de la iglesia. Sí, sus acciones sólo
huelen a mirra e incienso consagrados.
Tengo dos ejemplos, el
primero es aquel que sufre sin comunicar su dolor a aquellos que lo aman,
dizque para no provocarles malestar. En realidad, lo hace para no deberle
ningún favor a nadie y en caso tal su dolor sea descubierto, la culpa crezca en
los otros y así poderlos manipular.
El segundo es quien insiste
en confiar, una y otra vez y a pesar de la evidencia, en un estafador; afirma
que lo hace con la esperanza de que el timador se redima, pero en el fondo de
su ser busca que dicha redención ocurra gracias a su propia virtud merecedora
de todos los aplausos. Este último es el que considero el más pernicioso. En el
fondo él necesita, anhela, desea, procura que siempre el delincuente delinca; que nunca
deje de hacerlo, porque así el mundo sabrá quien es el ser superior, y es él, el
arrogante disfrazado de santo.
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