“¡Pero cuidado! ¿Vais al Congo?
Respetad, no digo la propiedad nativa (las
grandes compañías belgas podrían confundirlas con una piedra
arrojada a su tejado), no digo la libertad de los nativos (los colonos belgas
podrían ver en ello propósitos subversivos),
no digo la patria congoleña (arriesgándonos a que el gobierno belga tome muy mal la cosa), digo: ¡Vosotros que vais al Congo, respetad
la filosofía bantu!”
Aimé Cesaire
El sargento camina lleno de orgullo después de haber
departido tragos con el capitán, el oficial respetó su honor, le permitió pagar
la cuenta, la juerga fue larga, la cuenta fue grande; el salario del capitán
triplica al del sargento. La mujer camina oronda hacia la iglesia, no tuvo que
pedir permiso a su marido para salir a escuchar la misa, nunca le pide permiso
para ir al oficio; es el esposo quien hace los mandados, quien paga las cuentas,
quien asiste al colegio y vela por los estudios de los hijos, quien le compra
la ropa a ella, así que ella no sale nunca del hogar, salvo para ir a misa y lo
hace sin pedir permiso. El obrero camina encendido de honor después de
enterarse que va a tener que seguir trabajando más allá de la edad de
jubilación, su patrón nunca pagó las cuotas del seguro social; el obrero
sospecha que, quizás, va a tener que trabajar hasta el día de su muerte, pero
él es moralmente superior a su patrón y no se va a rebajar a mendingar en un
tribunal lo que por ley le pertenece; la casa pierde y se ríe, hay un Dios en
el cielo.
¿El honor de los oprimidos es una estrategia de
explotación? Pues a veces sí que lo es. Cuando por él se renuncia a exigir el
cumplimiento de los derechos ganados, cuando sirve para ocultar una situación
tiránica, un saqueo. Cuando el honor despierta en el sometido la enajenante
sensación de superioridad sobre el déspota y tontamente asume la actitud de
esperar que sea el abusador quien rectifique, en ese instante, el honor se
convierte en deshonra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario