“La justicia dramática y rápida de Runnels ha traído
una paz repentina en el istmo como nunca antes se había visto. La mayoría de
los cabecillas de los Dennieri han sido eliminados y los viajeros, al menos por
ahora pueden cruzar en paz el istmo de Panamá, que ya no es acosado por
vulgares salteadores de caminos. Es una gran obra de mérito cívico, e inclusive
una manifestación y defensa de la Doctrina Monroe.”
Héctor Aquiles
González Angulo
En el siglo XIX nació la famosa Doctrina Monroe y con ella los
estadounidenses justificaron sus prácticas colonialistas. En el siglo XX la
mayoría de las colonias dejaron de serlo, sea porque se independizaron o bien
porque pasaron a formar parte del territorio nacional de la potencia
colonizadora. La India se independizó del Reino Unido, Martinica pasó a ser
territorio francés y Puerto Rico aún es una colonia estadounidense. Sin
embargo, a pesar de que las estructuras coloniales desaparecieron, no ha sido así
con su discurso justificador. Ese discurso hoy es denominado por sus
estudiosos: colonialidad.
A la literatura le es imposible ser neutral en el dilema entre la
colonialidad y el descolonialismo. El lenguaje, en sí mismo, es un elemento
básico para el ejercicio del poder, sea para resistirlo o para aplaudirlo.
Dadas así las cosas, ¿es posible la neutralidad de una obra literaria que
aborda un capítulo histórico entre una ex colonia y su ex colonizador?
La novela El sheriff de Panamá de Héctor
Aquiles González Angulo recoge un segmento de la historia panameña poco
conocido y mucho menos divulgado. Y eso es un gran mérito. Pero aborda el tema
desde el discurso predominante en la sociedad panameña, léase nuevamente la
oración final del epígrafe de este escrito y se sabrá a que me refiero. Los
asesinatos de Runnels, porque los linchamientos sin juicio previo son
homicidios, quedan calificados como obras de mérito cívico y defensas de la Doctrina
Monroe.
Podría argumentarse que así era la sociedad panameña en 1850,
cierto, pero más cierto es que los lectores de la novela somos nosotros, los
ciudadanos del Panamá del siglo XXI. En un país donde parte de su población
defiende la mano dura contra la delincuencia, donde esa mano dura significa
balas contra los delincuentes comunes y casa por cárcel, en el mejor de los
casos, para los delincuentes de cuello blanco, ¿No podría Runnels levantarse
como icono redentor a ese flagelo social? A esta altura de mi vida ya estoy
tentado a archivar la palabra imposible.
A continuación, un ejemplo de como una obra literaria puede reflejar
la estética maniqueísta de la colonialidad. Esa donde el colonizado es negro,
feo y bandido y el colonizador es blanco, bello y justiciero.
“El campamento es grande y
en ese preciso instante están cocinando y un olor a carne de monte impregna
fuertemente el ambiente. A Runnels casi lo hace
vomitar. Puede ser zaino o armadillo. Algunos bandoleros toman grandes
pedazos de carne y los mastican con gusto. La grasa les corría por los labios y
ellos se los limpian con el brazo o con la camisa, lo que le parece sumamente
repugnante.”
Hasta para comer los bandidos son groseros y eso le parece
repugnante al justiciero.
“Lo primero que pide Runnels fue un café, que le fue
preparado de una vez y como a él le gusta. Desde su época de Ranger tomaba esta
infusión para mantenerse despierto, ya que eran muchas las horas de vigilia que
había que hacer para cuidar el campamento o para mantenerse alerta de algún
ataque de bandidos o indios. Se tomaba hasta cuatro tazas diarias.”
Runnels nunca derrama su café, a él le preparan el café, gracias al
café el sheriff está siempre atento. En una sola ocasión Runnels ingiere unos
panecillos preparados por su esposa, así que no tiene la necesidad de limpiarse
la boca con las mangas. Quien come armadillo asado sí tiene que hacerlo.
¿Tendrá esta presentación de los hechos algún efecto en el lector?
La colonialidad es un discurso político que tiene su propia
estética. El colonizador es bello, el colonizado grotesco. Con las palabras el
escritor construye valores estéticos y, una de dos, lo hace con la clara
intención de decir lo que está diciendo o es desbordado por los conceptos que
la sociedad le ha inculcado a lo largo de su vida. La literatura nunca es
inocente.
Pienso que esto último le ocurrió al autor de El sheriff de Panamá. Estamos tamizados por paradigmas
sembrados en nuestra alma durante siglo y medio de coloniaje estadounidense. No
es cosa fácil descubrir dichos cánones en nuestro medio y mucho menos en
nosotros mismos.
Sin embargo, hay algo muy importante que rescatar: Héctor Aquiles
González Angulo está hablándonos del olvidado siglo XIX panameño. Vivimos como
si nuestra nación hubiese nacido con la llegada a la presidencia de la
república del partido político de nuestra preferencia.
Héctor, con esta primera novela, señala que antes del diseño del
canal interoceánico ya había panameños. Y al decir que ya existía Panamá
durante la construcción del ferrocarril entre 1850 y 1855, desdice que Panamá
fue un invento de Teddy Roosevelt en 1903. Al fin y al cabo, de eso tratan las agudezas
literarias.
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