“En la vida no hay premios ni castigos,
sino consecuencias.”
Paco
Moreno
¿Qué tan
doloroso sería admitir que se odia a la propia familia? Se supone que nadie
decente reconocería públicamente sentir tan terrible aversión hacia la propia
parentela, así nos lo han hecho creer. Pero el sentimiento existe y mantiene
despierto al dolor. Hasta que se es curado por el tiempo. Pienso que lo que
ocurre es que se termina por maquillar los recuerdos. Así la vergüenza de la
niña al ver a la madre alcohólica coquetearle al adolescente que le gusta a la
niña, queda disminuida a un punto donde no pueda mantener insomne al dolor.
También ocurre
algo parecido con las conversas diarias; omitimos ciertos detalles, subrayamos
otros e inventamos algunos. Todo con tal de seguir adelante, sin frustraciones,
con la vida diaria. Así los amigos tuvieron en la universidad las grandes
aventuras amorosas, cuando en realidad sólo eran clientes de ciertas damas que,
por lo general, trabajan de noche.
¿Es este
comportamiento una patología? No soy psicólogo ni nada parecido, no puedo decir
si lo es o no lo es, lo que sí puedo decir es que constantemente inventamos
mitos para amortiguar el dolor, la vergüenza y la culpa. Para no acusar y
acusarnos.
Pienso que el
asunto se convierte en problema cuando el mito pasa de ser un analgésico a un
anestésico. El primero suprime el dolor sin que se pierda la totalidad de la
sensibilidad, cosa que sí ocurre con el segundo. Un insensible no se percata de
su realidad y termina por enajenarse.
Viendo así las cosas, para que el inventar mitos no
se convierta en enfermedad, nunca hay que olvidar que se trata de eso, de una
mentira. Pero eso es muy difícil. Se necesitan ciertas cualidades, todas muy
especiales; hay una que sobresale: aceptar que se es un mentiroso. Por cierto,
aquel que necesita un analgésico llamado mito para soportar la vida diaria, nunca
podrá aceptar, aunque sea en secreto, que es un mentiroso. ¡Maldito círculo
vicioso!
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