"Al
hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades
humanas, la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino,
para decidir su propio camino."
Viktor Frankl
Cuando
nacemos somos empujados a tomar una decisión: vivir o no vivir. De eso se trata
la famosa, y creo que desusada, nalgada del médico. La madurez, entonces,
debería consistir en decidir autónomamente y no motivados u orillados por los
otros.
Pero el
acto de decidir necesita cubrir condiciones emocionales, existenciales y hasta
políticas. Decidir también es un problema técnico. Partamos del supuesto de que
quien vaya a tomar una decisión ya cubrió todos los prerrequisitos mencionados
y tiene claro sus objetivos. Tiene resuelto el problema de la coherencia, es
capaz de actuar de acuerdo a lo que piensa y siente. ¿Qué necesita? Necesita un método que
le facilite tomar la más correcta y conveniente decisión. Y de eso se trata
este artículo, de una propuesta que a mí me funciona. La he llamado la metodología de la aurora, pues se trata de
un ciclo de pasos que me recuerdan el amanecer.
Así va
el método: veo la situación a resolver sin juzgarla. Me veo en ella,
igualmente, sin juzgarme. Trato de comprender y conocer sus elementos
componentes, el efecto que cada uno tiene sobre la totalidad. Me hago conciente
de las emociones que me despierta la situación en general y sus elementos en
particular. Ahora sí, comienzo a juzgar la situación y sus componentes, a desechar
y a estimar opciones; me doy razones y escucho mis sentimientos despertados por
cada una de ellas. Finalmente, decido y vigilo mi decisión. Y vuelvo a empezar.
Procuro que mis decisiones me permitan seguir decidiendo.
La metodología de la aurora es
para renovarse constantemente. No con principios y leyes, sino con decisiones.
¿Decidir qué? ¡Decidir lo que quieras! Por lo menos, así me funciona a mí.
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