“Me provoca pensar en los tiempos pretérito, presente y futuro. Pero me
irrita. Sé que he vivido y nunca supe del futuro. Sencillamente he vivido,
transcurrido y ambulado en innumerables avenidas y círculos del tiempo, y en ese trajinar he envejecido
sintiéndome un niño entusiasmado por las preguntas y el asombro; quizá he sido
un espécimen de la duda tratando de andar, viviendo en la incertidumbre que
contiene alguna dimensión desconocida, con el ardoroso deseo de trastocarla.”
Henry Petrie
En las palabras
que me sirven de epígrafe se encuentra resumida la trama de Malaji (Ediciones
Pensar, 2012). Pero para ser sincero, al terminar de leer la novela sentí que
dicho argumento evadía lo intensa y conmovedora que puede llegar a ser la vida
de un hombre ordinario. Luego de viajar hacia atrás en el tiempo, viaje en el
cual pudo haberse descubierto la razón de la negada soledad del protagonista,
de su dolor; viaje que pudo aterrizar en contestarnos como un tipo pudo llegar
a los ochenta años de edad sin quedar atascado en el tormento. Luego de
entusiasmarnos con un personaje que vive con intensidad en este mundo que a
veces huele a rosas, a veces hiede a estiércol. Luego de plantear un gran drama
humano, la novela se decanta por un periplo místico realizado por el mismo
protagonista, en un universo paralelo. Tiene su gracia, pero no me basto. Mejor
comienzo por el principio y así podré explicarme.
“Despertó. Desde niño contempló las
estrellas, quiso vivir entre ellas, tal vez lo logró”. La pieza única de la
primera parte no es fácil de entender a la primera lectura, es un anticipo de
todo lo que viene; de manera cruda narra como las tinieblas envuelven este
mundo, pero también declara, con valor, que detrás de las sombras se encuentra
la luz que quema los ojos. Hallar esa preciosa luz ¿sólo habitando entre las
estrellas? ¿O ese tesoro se puede encontrar en el mundano corazón humano?
“Me siento morir, a pesar de haber
despertado. La muerte amenaza y espero afrontarla con altivez. Nada más
ridículo que llegar a viejo y temer morir”. En el capítulo 1 de la segunda
parte hay otro indicio de lo que viene. También de lo que pudo venir.
La muerte como
portal a otra dimensión, es la promesa que las religiones llevan miles de años
realizando. Ver la muerte directo a los ojos y no temblar es el más humano de
todos los discursos. Humano, pues deja en manos del hombre o la mujer, según
sea el caso, la decisión de cual ha de ser la actitud final: el miedo o la
dignidad. ¿Acaso ese no es el dilema de la existencia?
Este capítulo y
toda la novela describen días comunes enriquecidos por los diálogos asombrosos
de Malaquías. En este capítulo y en toda la novela el autor demuestra la
sabiduría de un octogenario, de su conocimiento adquirido al vivir y
reflexionar la vida, de su afán por compartir su erudición con quienes están
sedientos de ella, incluso, con aquellos que la reniegan.
“No creo en esas cosas, pero quien dice que
la vida no tiene secretos. Podré ser ateo, pero la energía existe. Siempre hay
enigmas”. En el capítulo 5 de la segunda parte comienza a justificarse el
desenlace final, el que no me basta, donde la magia intangible triunfa sobre
los hechos medibles. Ciertos discursos postmodernos me despiertan algunas
aprensiones. Comparto una anécdota personal: tuve una amiga que pregonaba
militantemente su ateísmo; sin embargo, nunca viajaba sin un frasco lleno de
rocas. Lo primero que hacía cada mañana era posar en él su mano para absorber
su supuesta energía. Mi amiga no era atea, no vivía sin Dios, simplemente había
reemplazado al Señor de las barbas por unas muy llamativas piedras. Aquí la
ruptura de un espejo y el sepelio que sufren los restos de cristal sirven de
excusa para convertir el drama humano de Malaquías en un evento que escapa de
sus manos y que sólo es responsabilidad de ¿las estrellas? Por cierto, el viejo
protagonista de esta novela es un ateo muy preocupado por las cosas de la
Biblia.
“Don Malaquías, siempre me ha llamado la
atención, su soledad, sus conceptos. Es verdad que hemos tenido encuentros
apurados, como usted dice, pero he disfrutado cada minuto de su compañía.
¿Sabía usted que tiene un encanto especial? ¡Wao! ¿Quién no quisiera ser un
octogenario solicitado sexualmente por una joven profesional? A Malaquías los
años no sólo le trajeron arrugas y sapiencia, también un encanto especial que,
supongo, fue fruto del lidiar y superar los traumas que acompañan y atormentan
a todo ser humano. Pero lo que supongo se me convirtió en pregunta, y sin
contestar. La respuesta es el mismísimo Santo Grial: ¿Cómo envejecer sin quedar
impregnado con el olor a la decadencia?
“Y se durmió, por primera vez, en la paz
del sueño”. El capítulo Desaparición de Lázaro de la tercera parte es una
pieza poética. Sin mencionar la palabra suicidio me queda claro cual fue la
decisión tomada por el joven Calixto Stuart. Bello y sugerente, este capítulo
resume el alivio que encontró el amigo de Malaquías con su extrema y lamentable
solución. Es obvio que quien escribió esta novela tiene aliento de poeta. Sólo
así se explican los riesgos tomados en el manejo del lenguaje. ¿Cómo se dice:
me refugiaré a ellas o me refugiaré en ellas? (página 146, párrafo 3). La
tentación eterna del poeta, el buen sonido por encima de la rigidez gramatical.
La tercera parte
es magistral. Viajar buscando, pensé, la raíz del dolor y de la alegría. Me
quedé esperando. Puedo aceptar, entender y comprender que un niño, en su
imaginación, trate escapar del sufrir viajando a las estrellas; pero que el
destino de un sobreviviente, no, llamar a Malaquías sobreviviente no le hace
justicia… pero que el destino de un héroe condecorado por la vida se defina con
un viaje metafísico, sin concretar el drama bien planteado en la segunda y
tercera parte de la novela, no me es suficiente. Prefiero ver las tinieblas y
oponerles resistencia. ¿Acaso ese no es el reto? En mi opinión, que bien
pudiera estar equivocada, la cuarta parte de la novela llamada Crónica de
Malaji es una evasión al dolor humano y por ende, a las posibles soluciones normales
y cotidianas llevadas adelante por gente mundana como el viejo Malaquías.
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