"Cuando el agua ha empezado
a hervir, apagar el fuego ya no sirve de nada."
Nelson Mandela
Hace diez mil
años la humanidad domesticó ciertas plantas y así inventó la agricultura. Y
nació una nueva razón para la guerra: la propiedad de la tierra. Hasta hace
unos quinientos años los dueños de la propiedad eran los elegidos por los
dioses. Hoy en día también es así, la tierra sigue teniendo dueños, quien
cambio fue el ídolo designador. Ahora es el dinero.
Este poderoso
ídolo y su sistema económico, el capitalismo, se consolidaron en los altares
con el saqueo de los pueblos indígenas del mundo. Ese saqueo aún continúa.
Lo irónico del
asunto es que el saqueo continúa en nombre de la libertad, el bien más
importante de toda la humanidad. Como no se puede tener todo, para salvaguardar
a la sagrada libertad, hay que sacrificar a la buena solidaridad. Ahora somos
más libres y menos solidarios. Tenemos libertad de comprar, de endeudarnos y
sobre todo, de ser víctimas del saqueo.
Los actuales
dueños de la tierra, en nombre de la libertad, finiquitaron la hegemonía de
nobles y monarcas, y lo hicieron con el oro y la plata del saqueo que llevaron
adelante los antiguos dueños de la tierra, los nobles y los monarcas. También
en nombre de la libertad, los actuales dueños de la tierra, establecieron que
sus países arrebatarían la materia prima que le quedaba a los países saqueados
y que luego se la venderían transformada en productos de consumo. Y como no les
fue suficiente, enfilaron sus colmillos contra los sistemas de salud, de
educación, de jubilaciones y hacia toda organización a la cual se le pudiese exprimir
algún centavo, aunque eso implicase dejar desamparados a quienes no somos
dueños de la tierra.
¿Cambiará pronto este orden de las cosas? Pronto
no. Es más, quizás no cambie en mucho tiempo. El actual sistema es centenario y
heredero de otro sistema milenario. ¿Pronto? ¡No! Y menos si seguimos
ejerciendo nuestra libertad de aprovechar las rebajas del Black Friday.
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