“Mi mayor honra es surgir del seno de los oprimidos, que son
el alma y nervio de la raza.”
Augusto César Sandino
En marzo de 1979
ingresé a la Escuela de Biología de la Universidad de Panamá. No entré
directamente a los cursos regulares de la carrera. Tuve que hacer un curso de
capacitación. El abismo entre educación media y estudios superiores ya existía
en aquellos tiempos. En ese curso introductorio conocí a unos nicaragüenses muy
jóvenes que me hablaron de sueños e ideales patrióticos. A finales de abril
todos dejaron de asistir a clases. Un par de meses más tarde supe que habían
regresado a su patria. Un par de años más tarde supe que todos murieron en el
empujón final que derrocó a la dinastía tiránica de los Somoza.
24 años más
tarde por fin conocí la patria de Sandino. De la revolución quedaba muy poco.
En las dos guerras (contra Somoza y contra los Contras) se habían cometido
grandes y graves estragos, pero para cuando por fin pisé Nicaragua, lo más
evidente eran las ruinas dejadas por el asalto estilo piñata que sufrió el
estado nicaragënse. Aún así sentí que había algo diferente.
Algo que en mi primer viaje a Managua
llamó mucho mi atención, fue un personaje pagado por los vecinos de un barrio
para cuidar las calles por las noches. Lo llaman CDN o algo parecido. Pienso
que pudiera tratarse de una reminiscencia de los tiempos de guerra. En viajes posteriores
llegué hasta San Salvador y vi algo que
no había visto en Managua: los grafitis de los mareros. Concluí que junto a la
institución del CDN o como se llame, debería haber otras que convirtieron a
Nicaragua en territorio libre de las temibles maras. Esa capacidad de los nicas
de organizarse para frenar el mayor fenómeno delictivo de finales del siglo XX
e inicios del XXI, es producto de la Revolución Sandinista. Hasta antisandinistas
me lo dijeron. Y esa es la mejor evidencia de que algo ocurrió, algo bueno, en
aquellos años de tanta agitación, dolor y muerte. Por lo menos eso es lo que
queda del sacrificio que hicieran mis jóvenes compañeros de clase.
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