Arte de Rafael Galdames
“Yo creo que vale la pena seguir resistiendo.”
Susan Sontag
Una de las
frases que más he escuchado en mi vida es: la crisis educativa. Otra que
escuchó igualmente repetida es: la crisis de valores. Y escucho que las mencionan
como si no hubiese relación entre ellas y como si educación y ética fuesen
tortugas que caminan por las calles libres de los vaivenes políticos y
económicos.
¿Por qué? ¿Por
qué ocurre ese desatino? Porque, en el fondo, los estamentos con el poder para
resolver ambas crisis no tienen ningún interés en resolverlas. Ni siquiera los
afectados directamente quieren pagar el precio de resolverlas. Por ejemplo,
acabo de escuchar en las noticias que una vendedora de billetes de lotería, de
manera autónoma, subió en un 40% los precios de los mismos y que no hay
instrucciones en la Lotería Nacional de Beneficencia de la República de Panamá
para enfrentar dichos casos. ¿La vendedora es abusiva? ¡Sí! ¿La Lotería
Nacional es negligente? ¡Sí! Pero quien dijo que los juegos de azar son un
artículo de primera necesidad. ¿Qué pasaría con la vendedora abusiva si los
compradores, todos los compradores, comprendieran que no hay ninguna razón para
soportarla? Otro ejemplo, todo el mundo se queja de la violencia en la
televisión, ¿pero cuántos la apagan? Desde mi punto de vista, tanto la crisis
de valores como la crisis en el sistema educativo no son más que consecuencias
del modelo político económico que tenemos.
Puedo entender
que quienes pelechan de dicho modelo no sólo no hagan nada para resolver la
crisis, sino que, además, estén más que dispuestos a utilizar la fuerza bruta
para mantener la situación tal como está. Pero no es fácil comprender por qué
quien sufre el atropello, simplemente, no resuelve de raíz el problema.
Siguiendo nuestros ejemplos sería no comprar lotería y apagar el televisor.
¡Y allí es donde
la puerca tuerce el rabo! La conclusión a la que llego, una y otra vez, es que el
pensamiento, específicamente el pensamiento crítico, perdió la guerra. Las
redes sociales y el Internet están llenos de foros de discusión, pero no hay
mayor razonamiento. Los ordenadores han facilitado en un mil por ciento el arte
de escribir, nunca como hoy ha habido tanto escritor publicado, sin embargo,
nunca como hoy ha habido tanto texto insustancial. Existe poco interés en
comprender la realidad, mucho menos en incidir en ella. El faranduleo ganó, el
pensar perdió.
Pero si la
crítica al mundo es exigua, la autocrítica es casi extinta. Los estereotipos
han configurado el comportamiento diario de los individuos hasta tal punto, que
ya no se reconoce que es lo fingido y que lo concreto. Vivimos en los tiempos de
las confusiones profundas.
Cierto que eso
de navegar en aguas profundas siempre ha sido práctica de unos cuantos. La
intelectualidad está llamada ha realizar permanentemente esa tarea. ¿Y dónde
está ella, la intelectualidad? Me asusta pensar que se encuentre imitando a
Homero Simpson.
Los
intelectuales lo son porque están comprometidos con la reflexión. La
inteligencia es nuestra capacidad de resolver problemas y éstos se resuelven conectando
el conocimiento con la realidad del planeta. ¡Involucrándose con ella! El
pensamiento comenzó a perder la guerra cuando se le divorció de la pasión.
¿Cómo resolver problemas sin involucrarse completamente? ¿Cómo involucrarse en
la solución de un problema con los sentimientos amputados? ¿Cómo querer
resolver los problemas del planeta sin tener la mínima simpatía por él?
¿Sin amarlo?
El
pensamiento comenzó a perder la guerra
cuando el ejercicio reflexivo se convirtió en un engaño defensor del fanatismo.
Parece que es más importante sostener los dogmas que entender la realidad. No
hace mucho escuché a un supuesto pensador revolucionario hacer diferencia entre
la contaminación industrial producida en Estados Unidos de América y la
producida en la República Popular China. La primera era responsable de la
hecatombe ambiental y la segunda era inocua a nivel planetario. ¿Se puede ser
más fanático?
El pensamiento
está perdiendo la guerra. Quien se crea pensador debe exponer el producto de su
quehacer. Y eso significa que debe escribir. Y no hacerlo en los tiempos del
ciberespacio es mera vagancia. Escribir es, en realidad, razonar.
El pensamiento
está perdiendo la guerra y es porque dejó de proponer cosas interesantes,
estilos de vida que resistan la tropelía a la que estamos sometidos. La vida es
resistir, así lo comprueban las cucarachas y las amebas. El pensamiento crítico
es la contribución de la intelectualidad a esa resistencia. El pensamiento
crítico contribuye a romper el velo que disfraza de inevitable aquello que los
poderosos llaman destino, pero que en realidad no es más que la afrentosa
consecución y concreción de sus propios intereses.
El pensamiento
habrá perdido la guerra cuando renunciemos a nuestra condición de humanos,
cuando nos reduzcamos a ser consumidores, a cifras estadísticas del mercado.
Ser humano es pensar y no sólo en la academia, también en la cocina, y no sólo
sobre el problema del ser, también sobre los problemas y las bellezas de cada
día.
1 comentario:
Cuanta verdad que ignoramos muchas veces convenientemente y por ser despistados.
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