“Todo lo que el curador
ubique en la sala del museo tiene sentido y significado.”
Avelina
Lésper
Pienso
que la gran tentación de todo escritor es la consagración. Recibir el homenaje
de sus lectores. Pero, ¿quién en realidad consagra? ¿Cuáles son los mecanismos
que conducen a un escritor hasta la celestial trascendencia?
Uno
de esos mecanismos es el concurso literario. Sobre el ganador cae la luz de los
reflectores, aunque sea por un par de minutos. Pero el ganador sólo ha sido
leído por el jurado del premio, que generalmente está formado por 3 ó 5
expertos. ¿Ello basta para la consagración?
Otro
es el recibir críticas favorables también de expertos. ¿No sigue siendo
elitista?
Hay
otro mecanismo que es mucho más masivo: la venta de libros, alcanzar ser el
mejor vendido. Acá en Panamá se logra amarrando colegios que compren los
libros. ¿La lectura por una nota puede consagrar a un escritor?
No lo
sé. Lo que sí sé es que tuve que cambiar mis definiciones de consagración y
trascendencia. Hace unos años locamente afirmaba que si veinte años después de
mi muerte mis libros aún fuesen leídos, yo habría alcanzado la trascendencia.
Unas amigas, Isabel y Érika, me ubicaron: ¿Para qué buscar un fruto que no
podría disfrutar? ¿Para quedar atrapado en un museo como un felino disecado?
¡Quiero encontrar sentido y significado en vida!
Cierto que este negocio del trascender en literatura es un
resistir al tiempo, pero más cierto es que no vale la pena si ese resistir no
incluye encontrar gozosa coherencia en el vivir como escritor. El día del
sepelio de García Márquez recordé unas palabras suyas: Yo escribo para que me
quieran mis amigos. Asumo como propia la filosofía encerrada en esas palabras.
Escribir es mi patente de corso, no para asaltar, sino para ser feliz con mis
amigos.
1 comentario:
Muy bien.
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