Una orquídea acostada sobre el verde
"Navegué en tu vientre como una pelota de luz y de tu sangre absorbí la delicada sombra de todas tus caricias."
Luis Carlos Jiménez Varela
Nuestra cultura judeo-cristiana tiene graves problemas con el placer. La vida placentera es identificada con el pecado. Tanto, que hasta llega a afectar nuestras lecturas. No por gusto existió el Índex de la Santa Inquisición.
Esa cultura asesina convierte al individuo afectado por ella en un moralista reprimido que condena todo lo que huele a encanto y felicidad. Ese individuo no puede leer libremente, porque teme encontrar algo placentero y por lo tanto, pecaminoso.
Liberarse de esa cultura de la repugnancia es harto difícil. Increíblemente, la lectura, la herramienta esencial del conocimiento, es quien puede rescatarlo de esas cadenas. ¡Quien se convierte en un lector asiduo de buena literatura llega a entender que esas cadenas no son de hierro y que no son imposibles de romper!
Libres de las ataduras, quien empieza como lector puede terminar siendo escritor. Comienza a desarrollar una especie de antena doble que por un lado lo pone en contacto con la realidad que lo rodea y por el otro, con su mundo interior. De la fricción entre lo interior y lo exterior nace el punto de vista diferente que tiene el escritor sobre la vida. Esa mirada lo es todo, el poema no es más que la concreción de esa mirada.
Todos los seres humanos pueden ver flotar a las nubes en un atardecer, sólo los artistas ven en ellas a la caballería que escolta al rey a sus aposentos de descanso. Bueno, a decir verdad, esa mirada también le pertenece a los infantes. Y eso es lo triste de la cultura de la repugnancia, asesina la mirada artística de los niños y la plaga de dolor y tristeza.
Luis Carlos Jiménez Varela
Nuestra cultura judeo-cristiana tiene graves problemas con el placer. La vida placentera es identificada con el pecado. Tanto, que hasta llega a afectar nuestras lecturas. No por gusto existió el Índex de la Santa Inquisición.
Esa cultura asesina convierte al individuo afectado por ella en un moralista reprimido que condena todo lo que huele a encanto y felicidad. Ese individuo no puede leer libremente, porque teme encontrar algo placentero y por lo tanto, pecaminoso.
Liberarse de esa cultura de la repugnancia es harto difícil. Increíblemente, la lectura, la herramienta esencial del conocimiento, es quien puede rescatarlo de esas cadenas. ¡Quien se convierte en un lector asiduo de buena literatura llega a entender que esas cadenas no son de hierro y que no son imposibles de romper!
Libres de las ataduras, quien empieza como lector puede terminar siendo escritor. Comienza a desarrollar una especie de antena doble que por un lado lo pone en contacto con la realidad que lo rodea y por el otro, con su mundo interior. De la fricción entre lo interior y lo exterior nace el punto de vista diferente que tiene el escritor sobre la vida. Esa mirada lo es todo, el poema no es más que la concreción de esa mirada.
Todos los seres humanos pueden ver flotar a las nubes en un atardecer, sólo los artistas ven en ellas a la caballería que escolta al rey a sus aposentos de descanso. Bueno, a decir verdad, esa mirada también le pertenece a los infantes. Y eso es lo triste de la cultura de la repugnancia, asesina la mirada artística de los niños y la plaga de dolor y tristeza.
1 comentario:
Pues, qué viva la literatura y sigamos gozando. Un abrazo, Chente.
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