domingo, 10 de octubre de 2010

ES MÁS FÁCIL CREER

Los poetas en el Colegio Elena Ch. de Pinate

“No se trata de buscar nuevas soluciones, sino de plantear nuevas preguntas.”
Alberto Einstein


Prefiero vivir que creer. Prefiero vivir en justicia que creer en la justicia, por ejemplo. Eso me ha ayudado a comprender mejor la vida. Y a mis congéneres. Y a mí mismo. Una cosa es la justicia dentro de un discurso y otra, aplicarla. ¿Qué tan sencillo es dar a cada quien lo que corresponde cuando a un hijo no le corresponde nada? No sé. Lo que sí sé es que vivir situaciones específicas donde hay que aplicar la justicia, me ha servido para dejar de ser un tipo rígido y de conceptos cuadrados.


Quizás por esa experiencia es que soy muy sensible al incremento de creencias que está sufriendo la población. Miren que hablo de creencias, no de fe. Cada vez más seguido me encuentro con personas aferradas a credos de todo tipo, credos que constantemente son desmentidos por la realidad y que fuerzan a sus adeptos a convertirse en férreos dogmáticos. ¡Fanáticos limpios!


No sólo he observado el repunte de las tradicionales creencias religiosas y políticas (de izquierdas y derechas), también de otras determinadas por el mercado, por ejemplo, las ventas multinivel que afirman que todo el que se suscriba en tal compañía para vender tal producto, irremediablemente se convertirá en un millonario.


Hay que creer en algo, hay que creer, me dicen muchos amigos, pero ¿por qué? Pienso que cada vez más personas están dispuestas a creer en lo que sea, porque así es más fácil escapar de lo incierto de la vida. Pero ocurre que la vida es incierta. Que no existen las recetas salvadoras. Que cada mañana hay que despertarse, salir de la cama y enfrentar lo que nos trae la nueva jornada.


¿Hay que creer? ¿Para qué? La respuesta es tan antigua como la humanidad: para que los poderosos sigan teniendo poder en la sociedad. Resulta que siempre al final de una creencia, el creyente se somete y alguien se hace más poderoso.


En lo personal, a mí me ha ido muy bien con una vida llena de vivencias y escasa de creencias. Por ejemplo, más que creer en la amistad, convivo y me alegro de convivir con los valientes que osan ser mis amigos. En lo personal, creer me suena a buscar una seguridad donde no se encuentra.

3 comentarios:

GrupoSanFcoSales dijo...

Querido David:
Gracias. En estos días estuve a punto de ir al loquero, pensando que no estaba bien poner el cerebro en cero, y vivir segundo a segundo, sin pre-pensamientos, sin pre-juicios, sin pre-ocupación.
Ya somos dos los locos, y eso me basta para mi paz.
Te acompaño en la idea de reducir las creencias a cero; no esperar; no permitir que el ego marque la ruta; impedir que los credos y costumbres sembrados por tantos años de sometimiento social y religioso nos dogmaticen.
Estar en cero creencias es revolucionario... Ser una esponja ante el universo, sin apegarse a nada ni nadie, un acto de terrorismo espiritual.

Anónimo dijo...

Hay que creer en algo (Dios, uno mismo, los otros, la religión, el dinero, el sexo, una idea, etc.) David, si no creemos, no pensamos, y si no pensamos, no somos humanos. Creer en NO CREER, es en sí una forma de creer, igual. Ser fanático, es otra cosa. Explotar al prójimo es otra cosa. Pero dejar de creer es una preconcepción del suicidio.

CECILIA dijo...

David, aunque en ocasiones se convierta en una indescriptible tortura, hay que continuar creyendo...

Cree en la vida y en la magia con la que ésta toca todas las cosas.

Cree en tu manera de afrontarla: con resolución y responsablemente.

Cree en tus caminos... en esos que duelen o que demoran, pero que rinden frutos.

Cree en quien eres: alguien que a pesar de las derrotas no tiene ninguna intención de dejar de creer.

Cree en el sendero de la verdad, en el sendero difícil.

Cree en tu alma, en esa porción no material de ti.

Cree en tu sueño, en el magnífico sueño que seguirás construyendo, hasta que no te queden más fuerzas para respirar y creer.

Cree en el destino, en tu historia, en tus pasos y en tu experiencia.

Cree en tus ganas de dar y en cómo lo materializas; cree en la solidaridad que lo hace posible.

Cree en tu esfuerzo por crecer, en tus ganas de crecer.

Cree en el destino y en un futuro de recompensas para aquellos que afrontan el desafío de ser fieles a sí mismos.

Cree en ti; sobre todo cuando caigas, cuando no tengas fuerzas, cuando el viento sople y tus velas cedan…sigue creyendo en aguantar y en volver a intentarlo, para seguir y seguir creyendo… para seguir andando… para seguir viviendo.

Cree en tus palabras, en tus frases, en tus abrazos y en tus miradas.

Cree en la amistad, en los besos, en la lluvia, en las sonrisas y en los secretos.

Cree en los sentimientos que pueden hacer de cada día un sol distinto y, por supuesto, cree en el amor y en ese modo indescriptible de estar parado ante la vida; en esa manera intrépida de hacer transcurrir el tiempo, en esa forma tan peligrosa y a la vez tan excitante de vivir con el corazón abierto...