“Toda generosidad hacia el futuro reside en darlo todo al presente.”
Albert Camus
Hace unas
semanas, tuve la dicha de tener una conversa muy interesante con mi amiga
Priscilla. Me contó de cómo en la vida le ha tocado ganar, perder y recuperarse
de las pérdidas. Conversamos sobre el cómo aprendió a recuperarse de las
pérdidas y de cómo eso le ha permitido alcanzar cierta dicha. Felicidad.
Hablamos
sobre las expectativas, las irreales por ilógicas, las que nos amargan la vida.
Esperar algo que está más allá de toda posibilidad de realizarse es hacer cola
frente al despacho de la infelicidad; pese a lo que los autores de auto ayuda digan,
ese tipo de expectativas sí existen. Por ejemplo: no milito en ningún partido
político, ni en ningún otro tipo de organización social, ni siquiera conozco a
todos mis vecinos, y no pretendo cambiar de actitud, pero espero ser el próximo
presidente de la república. ¿Exagerado el ejemplo? ¿Seguro?
Por eso
seguimos, Priscilla y yo, hablando sobre la aceptación. El primer paso para
cambiar una realidad es aceptar la existencia de esa realidad. Es mortal
atascarse en un lastimero ¿por qué a mí? Más provechoso es preguntarse: ¿qué
puedo aprender de todo esto? Y por último, hablamos de ubicarse, ¿dónde? En la
realidad circundante. ¿Tengo alguna responsabilidad con lo que ocurre? ¿Quién
la tiene?
Muchos espejismos nos impiden ver nuestra realidad
tal cual es, y como no la vemos tal cual es, estamos incapacitados para
aceptarla tal como es, y como no la aceptamos, es imposible para nosotros
cambiarla. Y aún así, cumplidos todos estos pasos, no necesariamente tendremos la
capacidad de transformar a la realidad. Recursos, oportunidades, fuerza de voluntad
y un extenso etcétera potenciaran o anularán dicha capacidad. Parece que no voy
a ser el próximo presidente.
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