“Los
pintores necesitan maestría para pintar, el público no la necesita para
apreciar su obra.”
Aldo Hinojosa
¿Qué pasaría si
en este momento todos los poetas, cuentistas, novelistas, dramaturgos,
ensayistas y demás escritores dejasen de escribir? Ni una sola publicación nueva
en libros, revistas, periódicos, desplegados; ni siquiera en el ciberespacio. ¿Qué
pasaría?
La verdad es que
la literatura no desaparecería. Hay suficientes textos impresos en papel o
guardados digitalmente para que el hábito de la lectura logre sobrevivir por
muchas décadas. Probablemente las librerías comiencen a vender libros usados y
volvería a ser popular el trueque de libros. Tal vez, tal vez regrese el protagonismo
de las bibliotecas. No me parece que el uso del Internet se vea afectado.
Ahora, en caso
contrario, ¿qué pasaría si a partir de este instante todo aquel que no sea
escritor deje de leer? Ninguna lectura, ni siquiera en el ciberespacio. ¿Qué
pasaría? ¿Aún habría literatura? Temo que no. Toda publicación sería una
inversión inútil, ya que no tendría al clásico destinatario: el lector. Pero,
un momento, ¿eso ya no está ocurriendo?
Cuando los escritores
escriben para complacer a otros escritores, sin comprometerse con ser testigos
de su tiempo, con tocar la vida de sus lectores, ¿no terminan usando un
dialecto que excluye a quien no pertenezca a su secta? Y esa exclusión, al fin
y al cabo, ¿no elimina de la ecuación a los lectores al convertir a la
literatura en un fenómeno endogámico?
Los escritores, cuando sólo se comprometen con su
ombligo y nunca con decir algo significativo a sus lectores, viven llorando el
abandono al que los somete el estado. Sin embargo, cuando los escritores son
referentes de los acontecimientos de sus respectivas sociedades, es imposible
que los lectores puedan marginarlo, menos en estos tiempos cibernéticos.
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