domingo, 27 de mayo de 2018

CREER, ESPERAR Y DECIDIR


“Si uno no cree en nada, y nada hace sentido, si no podemos encontrar ningún valor, todo está permitido y nada es importante. Uno es libre de atizar el fuego crematorio o dar la vida al cuidado de los leprosos.”
Albert Camus
Si todo está permitido, el bien y el mal son igual de lícitos. ¿No hay diferencia? Sí la hay, pero, ¿en dónde son diferentes? Porque esa es la pregunta. ¿Qué es el bien? ¿Qué el mal? Son  preguntas que no pueden tener una sola respuesta. La humanidad, gracias a la diversidad cultural, no es un bloque homogéneo, más bien es un conjunto de terrenos aluviales. Nuestras actuales sociedades son el producto de miles de año de sedimentos de experiencias y saberes.
¿En dónde son diferentes? El bien y el mal surgen de la misma matriz: nuestras expectativas, de lo que esperamos del mundo, de los otros y de nosotros mismos. Allí difieren. Aquello que cumpla con ellas es lo bueno; lo que no, es malo. Lo demás es discurso.
Las culturas se diferencian por sus esperanzas. Por ellas actúan de esta o aquella forma. Entonces, siendo así las cosas, ¿puede haber un concepto del bien y otro del mal, absolutos y universales? Para los machistas, una mujer económica y emocionalmente independiente es la misma encarnación del demonio; esas mismas cualidades son el ideal vital de miles de mujeres.
Las esperanzas de una sociedad, esas que determinan lo bueno y malo en ella, pueden poseer matices que pintan de diversos grises a un mismo precepto. En Occidente se exige el cumplimiento obligatorio del mandamiento judeocristiano de no matarás, sin embargo, en esta misma civilización hay opiniones encontradas sobre la pena de muerte y la guerra.
Las expectativas, lo que se cree ocurrirá y será, tampoco son absolutas a lo largo del tiempo. Lo que hoy es, mañana no lo será. Entonces, ¿qué hacer? Decidir, sólo decidir.

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