“Cree el aldeano vanidoso que
el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifiquen al rival que le
quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el
orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las
botas, y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el
cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos.”
José Martí
Según el diccionario de la RAE, una de las
acepciones del vocablo humanismo es: doctrina o actitud vital basada en una
concepción integradora de los valores humanos; y uno de los significados de la
palabra valor es: cualidad del ánimo, que mueve a acometer
resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros. Entiendo, de repente
con torpeza, que un humanista es aquel que vive de acuerdo a un sistema de disposiciones
de la voluntad humana. Y esas pericias pueden ser negativas o positivas. Es
decir, un humanista bien puede ser una persona injusta, pese a su discurso
defensor de la justicia o puede ser alguien con muchas ejecutorias en tutela de
la rectitud y escasas peroratas.
Pienso que lo que hace la
diferencia es el ejercicio del poder. Siempre se ha dicho que el poder corrompe
y que el poder absoluto, corrompe absolutamente. Un amigo afirma que el poder
desenmascara y otro que marea. Lo cierto es que, sea destruyendo o
construyendo, gracias al ejercicio del poder los humanos podemos darnos el lujo
de poseer arengas humanistas.
Hoy volvemos a escuchar voces a
favor del ocaso de millones de seres humanos. Y miles de humanistas creen que
con llamarlas fascistas ya las descalifican. Pues no, pensar así no sólo es
cándido, es idiota. Sólo el poder a favor de la vida, puede frenar el poder de
la muerte.
Y la pregunta es: ¿podemos o no enfrentar a los
asesinos? ¿O ya es tarde?
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