"El único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar
nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos."
Marcel Proust
Hay gente mala como los triángulos
que puyan o buena como los círculos que acarician. Esa era mi filosofía cuando
tenía siete años. Ahora de adulto me preocupan más los cuadrados. Son formales,
caminan con parsimonia y no se visten, se invisten. Y tienen, en lugar de tres,
cuatro ángulos con los cuales herir a sus prójimos.
Ahora de adulto sé que existen los sofisticados
polígonos, quienes en nombre de la belleza y la verdad, también en nombre de la
justicia, hieren con sus múltiples ángulos a quienes estén cerca de ellos. Para
ellos, los polígonos, en general, el fin justifica los medios y en particular,
sus fines justifican sus medios.
Ahora de adulto he entendido que no
sólo existen los círculos, también las esferas, que por donde se les mire son
amables y cariñosos. Gracias a las esferas hay vida, amistad, amor. Se me
ocurre que, de repente, por eso la Tierra es una esfera.
¿Habrá momentos en que es necesario
afilar los ángulos? ¿Otros donde se deban ocultar? Imagino que sí. Pero no me
refiero a situaciones específicas, sino a actitudes permanentes.
Lo más sano, para todos, es alejarse de los triángulos
y, sobre todo, desdeñar el deseo, torpe por cierto, de querer ser aceptado por
ellos. Lo único que se gana con ello es ser herido y aprender a herir. ¡Qué
dinámica más estúpida!
Necesitamos abandonar el
equipo de los polígonos y comenzar a danzar con las amables y cariñosas
esferas. ¿Será difícil ese baile? No si somos simpáticos y cordiales, muy
difícil si somos groseros e insensibles.
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