“La decadencia, sea en una sociedad más amplia o en
otras instancias como en la familia, en el trabajo, empieza cuando el
imperativo ético de una acción es sustituido por la acomodación y por la espera
desalentada. ¡Es el abatimiento como hábito!”
Mário Sergio Cortella
Se dice que la pobreza obliga a convertirse en
delincuente, entonces, la riqueza debería orillar a la vida virtuosa, pero ¿por
qué entonces un millonario, al llegar a un alto puesto público, desfalca las
arcas del estado?
La pobreza es caldo de cultivo para toda clase de
problemas sociales, pero en lo que respecta al crimen, no es el único factor en
juego, porque de serlo, todos los pobres serían delincuentes y esa conclusión es
una falacia que discrimina y sostiene la injusticia entre nosotros.
Los pobres no sólo son pobres, son empobrecidos.
Económicamente empobrecidos, con sistemas de educación y salud empobrecidos y,
lo peor de lo peor, con horizontes empobrecidos.
¿Por qué alguien se convierte en delincuente? Inicialmente,
puede ser porque no ve otra forma de obtener recursos. Luego de delinquir
concluye que es absurdo dejar de hacerlo. ¿Cuándo en una vida lícita podría gozar
de los beneficios que brinda el crimen?
Las religiones, con la amenaza del infierno, llenan
de miedo a algunos futuros posibles delincuentes. La mayoría, simplemente, no
quieren morir asesinados o terminar sus días en la cárcel. Pero parece que no
es suficiente.
¿Habrá una forma sin traumas de prevenir que los
niños se conviertan en delincuentes? ¿Cómo evitamos que su panorama se
oscurezca? ¿Cómo evitamos que se los oscurezcan? Quizás entendiendo que la
pobreza no tiene nada de virtuosa y que pensar que no podemos vencerla a ella,
a la pobreza, es la derrota. ¡Y los derrotados viven oscurecidos, todos los
días!
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