“Un gramo de acción vale más que una tonelada de
teoría.”
Friedrich Engels
El recuerdo más
intenso que tengo de mi tía Esther es de mi infancia, cuando una noche subimos juntos a la rueda de la fortuna. Ella
reía y reía. Y yo la escuchaba sin darme cuenta de mi miedo a las alturas. ¡Ah!
También me acuerdo del famoso chis, su grito de guerra con el cual lograba
dibujarnos una sonrisa cada vez que posábamos frente a una cámara para la foto
de rigor.
Esther, mi tía,
la hermana de tantos, se marchó, ya no gozamos de su compañía, pero nos dejó
sus enseñanzas. Hay dos de sus lecciones que me son muy especiales. La primera
de ellas fue el compromiso que asumía en cada una de sus empresas. Y tenía una
increíble capacidad de lograr que otros se involucraran en sus proyectos. Así
fue en el teatro, como actriz y directora; en la catequesis, en sus misiones.
Pero sobre todo, en su solidaridad con todo necesitado o humilde que Dios
pusiese en su camino. Esther siempre fue desprendida, nunca se ató a lo
material.
La segunda
lección fue su pacto sin condiciones con la libertad. Con su absoluta libertad.
Hoy estaba aquí, mañana allá. Para quien no ame el ser libre como ella amaba
serlo, ese ir y venir podría ser algo desconcertante, pero para Esther fue
fundamental, no negociable. Defendía su libertad con toda su fuerza de voluntad
y esa voluntad, permítanme decirlo, sí que era fuerte.
Esther, la hermana de todos, fue mujer de
convicciones que no eran teoría, sino vida; muchos así lo pueden atestiguar.
Hoy ya no está entre nosotros, pero sus enseñanzas sí lo están y lo van a estar
por mucho tiempo. Sé que su ejemplo dará muchos frutos, o mejor dicho, ya está
dando muchos frutos. Me es fácil imaginar a las mujeres y a los hombres que la
conocieron realizando misiones personales, ese es el legado de Esther. Legado
que no se va a perder.