“Todo es tabú
hasta que el temeroso pierde su miedo. No lo olvides.”
Emiliano Pardo-Tristán
Según Freud, de nuevo, el humor es la negación de la realidad y, por
tanto, su superación. Al rechazar la realidad, se le quita poder. La persona
con buen humor es un rebelde que no acepta los dictámenes de la lóbrega
realidad.
En nuestra sociedad patriarcalmente machista reírse en la cara de
alguien es un grave insulto. Me imagino el caos que debe ocurrir en la mente de
un agresor cuando su víctima, en lugar de pedir clemencia se ríe desafiante. No
me extrañaría que el bravucón se llenase de miedo, miedo que disfrazaría de
violencia, pero que aún así seguiría siendo miedo.
Los incapaces de reír necesitan de las investiduras, sin ellas se
sentirían desnudos, sin poder alguno, ridículos; por eso están tan prestos a
reprimir a quienes ríen libremente, y con más fuerza a los que son capaces de
convertir en chiste el tonto hecho de que sin el título por delante ellos, los
incapaces de reír y contagiar con su risa, son hombres o mujeres…¡Impotentes!
Porque el que no valora la risa es un impotente, no tiene el poder de
construir algo tan simple como una sonrisa. Bueno, ni tan simple, porque para
construir una sonrisa se necesita dar razones para ella. Y eso no se logra
repitiendo una y otra vez: ¡Soy el magíster Fulano de Tal!
Quien no es capaz de reírse de él o ella misma, vive con el miedo de que
lo descubran. De que a lo mejor es un fraude. De que no tiene el talento para llenar de
significado su título de magíster, por ejemplo.
Quien tiene la capacidad de reírse de sí
mismo y, además, de armar un chiste que, a pesar de la carcajada, deje
claro que se está cometiendo una injusticia, vive sin miedo, es decir, libre.
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