“La gente no te
quiere por lo que hagas o tengas, la gente te quiere por como la haces sentir.”
Gaby Vargas
Hay chistes inocentes, hay
chistes tendenciosos. Vamos a hablar un poquito sobre estos últimos. Para Freud,
según mi inexperto entendimiento, el chiste es el afloramiento desde el
inconciente de ideas reprimidas a lo largo de la vida. Por eso no es de
extrañar que un tema tabú como el sexo sea tan recurrente entre los relatores
chistosos.
También el comportamiento hostil
es reprimido en la infancia. El chiste sustituye a la agresión física por la
oral. Si esto fuese inocuo, hoy no sería un problema el acoso escolar. El
chiste así se convierte en la herramienta del poder para humillar.
Vivimos en sociedades
fundamentadas en la discriminación y gracias a ella existen las poblaciones
vulnerables. Un gran número de chistes son burlas a estas poblaciones. Sin ofensa,
no hay risa. Y el chiste sostenido, que funciona como campaña, no hace más que
reforzar esa situación de vulnerabilidad. Es harto peligroso hacer chistes
sobre personas que en el día a día tienen que lidiar con el robo de sus oportunidades,
porque, al propagar estereotipos, se está justificando tal saqueo. Además, se
pueden ocultar oscuras razones políticas.
Por ejemplo, Buenos Aires es
la segunda ciudad del mundo con mayor población gallega fuera de Galicia. Sin
embargo, los bonaerenses, en clara negación del aporte gallego a la nación
Argentina, son de los mayores contadores de chistes con gallegos como tontos
personajes. A ello sólo tengo que decir este chiste que una vez le oí a una
gallega:
¿Qué hacen los gallegos mientras los argentinos cuentan chistes de
gallegos? Trabajar y ganar dinero. ¿Qué hacen los argentinos que cuentan
chistes mientras los gallegos trabajan y ganan plata? Comer mierda. ¿Verdad que
duele?
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