“Para la burguesía la belleza
es una fatalidad distintiva que hace
inviable la belleza de los otros.”
Fernando Buen Abad Domínguez
Que dos ideas
sean disímiles no significa que una de ellas sea acertada y la otra equivocada,
diferente significa eso, diferente, distinto, ni más ni menos. Entonces, ¿por
qué insistir en que una de las dos ideas debe estar equivocada? Esa obstinación
no es gratuita.
Nuestra sociedad
está jerarquizada en forma piramidal, donde los pocos que están en la cima
siempre tienen la razón y los muchos que están en la base nunca la tienen. Por
cierto, este orden se aplica igual para lo bello y lo moralmente correcto.
Hermosos y buenos los de arriba, feos y malos los de abajo.
Esa pirámide
tiene el poder de instruir las mentes de sus miembros. Así la mayoría de las
mentes en nuestra sociedad están adiestradas para descalificar o alabar los
argumentos que se les presentan; casi nunca para detenerse y escuchar. ¿Pueden
adivinar de quiénes son las ideas mayormente aceptadas como acertadas?
Ante esa
situación, los disidentes juegan un papel muy importante. Sí, esos que dudan de
las autoridades, de los especialistas que determinan que es verdad, que es
bello y que es bueno. Obviamente, salirse de la programación impuesta por la
pirámide no es cosa fácil; es sumamente sencillo convertirse en un criticón de
todo, proponente de nada.
Los instintos
nos bastan para sospechar que algo no anda bien socialmente hablando, pero para
romper con la pirámide eso no es suficiente. Hay que comprometerse con el
siguiente concepto: es posible, de alguna forma, que mi interlocutor y yo
tengamos la razón y, por ende, no estamos obligados a descalificarnos entre
nosotros. Eso es comenzar a desconocer el poder de la pirámide. Comenzar a ser
libres.