"El cerebro no es un vaso por
llenar, sino una lámpara por encender."
Plutarco
Aprendemos y,
sobre todo, aprehendemos aquello que nos emociona. Si la clase es una cárcel,
no despertará interés y tampoco logrará aprendizajes. Si la clase es un espacio
alegre, despertará interés y conseguirá mayor aprendizaje.
Aprendemos y,
sobre todo, aprehendemos aquello que entendemos, que logramos comprender. Una
clase cuyos conceptos estén estructurados para el educando y en el orden lógico
del educando es más fácil de asimilar por parte de, ¿adivinan? El educando.
Aprendemos y,
sobre todo, aprehendemos aquello sobre lo que ya conocemos algo. La clase no es
para que el educador demuestre erudición, sino para que practique la sabiduría de
conectar los conocimientos que pretende impartir con los conocimientos que ya
tiene el educando. ¡Los estudiantes no son tablas rasas! ¡Las mentes en blanco
no existen!
Aprendemos y,
sobre todo, aprehendemos aquello que nos reta, lo que nos mantiene la mente despierta y motivada. Educar es animar a educarse.
Aprendemos y, sobre todo, aprehendemos
aquello que nos es dado con amor. La información
que nos llega a través de los sentidos pasa por las emociones antes de ser
procesada por la razón y al escuchar algo amoroso, su recuerdo se consolida de forma
más eficiente.
Aprendemos y, sobre todo, aprehendemos de
las historias con datos inesperados, que crean
sorpresas, que rompen con la monotonía, que mantienen en vilo a la clase.
Aprendemos y, sobre todo, aprehendemos de
quien nos plantea y formula un problema
creativo interesante, de quien nos alienta a resolver el problema lo mejor
posible, de quien nos da las herramientas para expresar y comunicar las
respuestas adecuadamente.
Aprendemos y, sobre todo, aprehendemos de los
buenos maestros.
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