“Por el rey, es verdad, pero... ¿Por qué
rey?”
Giuseppe
Tomasi di Lampedusa
En repetidas
ocasiones he escrito que vivimos tiempos donde la solidaridad, que es algo
distinto a la beneficencia, está perdiendo terreno y lo está perdiendo por
múltiples razones. Hoy escribiré sobre una de ellas, una razón que pienso es
fundamental.
Cuando los
recursos son escasos y el problema es de gran magnitud, se hace obligatorio el
trabajar en equipo; y es en este punto donde parece que la puerca tuerce el
rabo; los mismos afectados parecen no interesados en resolver su afectación. Aquel
que asume la responsabilidad del cambio aparece como un ser abandonado y no
seguido por nadie.
Sin embargo, esa
pérdida del poder de convocatoria no es gratuita, tras que los medios de
comunicación masivos atentan contra toda iniciativa de organización para el
cambio social e instauración, nuevamente, de la solidaridad entre nosotros, los
supuestos agentes transformadores tienen actitudes que atentan contra sus
buenas intenciones.
Parten de supuestos
equivocados: 1-todo el mundo está de acuerdo con que hay que realizar un
cambio; 2-yo conozco muy bien el tema; 3-yo debo dirigir el proceso de cambio.
¡Error! ¡Error! ¡Error! Este trío de equivocaciones conlleva otro par de
síndromes.
Primer síndrome, el de la inconsulta. Resulta ser
que el proceso que quiero llevar adelante necesita de los recursos y el tiempo
del otro, de aquel a quien no he consultado sobre que piensa de la situación
que me parece un problema. Puede ser que en un inicio aquel acepte participar,
pero no tardará mucho en entrar en contradicción con el proceso solidario, pues
termina repudiándolo por no comprenderlo, por no sentirlo suyo. Y eso nos
empuja al segundo síndrome, el de la pertenencia. El problema le pertenece a
todos, pero la solución es mía, porque yo soy el hombre que pensó que había que
hacer algo. ¿Acaso tengo que seguir explicando?