“¡Hoy me di
cuenta que mi éxito no se trata de diplomas ni de una carrera llena de logros,
me doy cuenta que mi éxito ha sido ver hasta hoy cada amanecer!”
Yessi Pedroza
Así habló el otro Zaratustra, el apenas nutrido, el tropical
y tercermundista. El que mira los partidos de fútbol mientras come patacones, mientras
bebe cerveza fría; él se disgusta cuando hace filas en los bancos, cuando lee
en los periódicos el estado de mal salud de la nación. Él no fue a la
universidad, pero tiene en su casa una biblioteca con libros que sí lee. Ese es
él, sí, el otro Zaratustra. Un día habló, habló después de entender, o
mejor dicho, comprender que ya amaneció y que ya no quedan excusas para el
miedo a la oscuridad. Así habló y esto fue lo que escuché, mejor dicho, entendí,
mejor dicho, comprendí:
Hoy es el día, hoy es el día,
escuchen y comprendan. Comprendan y hablen. Hablen y nunca más callen. Escuchen,
escuchen. La realidad es lo que existe, lo que existe es la realidad, nada
existe fuera de la realidad.
La causa primera de la realidad
no es el ser, la esencia inmodificable, es el devenir, el constante acontecer. El
devenir es primero, el ser es después. Así que la realidad no es estática, siempre
está en movimiento. La vida es el más interesante cambio que sufre la realidad.
La vida es permanente transformación. El conocimiento es fruto del experimentar
la vida, el conocimiento siempre está cambiando.
La vida no es un fenómeno que se
sufre en solitario, la vida es un evento comunitario. Para vivir en comunidad lo
más conveniente no es guiar el comportamiento habitual con creencias indiscutibles,
sino con reflexiones dialogadas realizadas por los involucrados sobre su experiencia
en la realidad. Sin diálogo no hay comunidad. Las creencias indiscutibles tarde
o temprano terminan en totalitarismo.
Toda creencia es una
arbitrariedad. Lo arbitrario disfraza la realidad y la vida disfrazada, no es
vida conveniente, es vida correcta para aquel o aquellos que imponen la arbitraria
creencia.
La vivencia prima sobre el
creer. Para mantener la vida fuera de la cárcel de las creencias indiscutibles,
hay que vivir la vida y reflexionar lo vivido y dialogar lo reflexionado y
decidir juntos o en solitario sobre que hacer y hacerlo y seguir viviendo la
vida. Así se demuele la cosa dogmática y se construye la persona humana.
El más perfecto compromiso de la
persona humana, no es más que la conveniente realización diaria de las pequeñas
tareas. A eso se dedica la persona humana.
Así habló el otro Zaratustra, el apenas nutrido, el tropical
y tercermundista. Y con la mirada de un infante que ríe sin dar excusas, prosiguió
el discurso mientras su piel era bañada por los rayos del sol recién nacido que
evaporaban las gotas de rocío que aún quedaban en su cabello.
Y el otro Zaratustra
habló, me habló.
La gran maestra
es la vida y la vida es una experiencia. Mi maestra es la experiencia. La mayor
experiencia que he tenido es llegar a ser yo mismo y ese evento me convirtió en
un hombre feliz. Ser yo mismo no significa que alcancé una esencia incambiable;
ser yo mismo significa que estoy conciente, aquí y ahora, de los cambios que
están ocurriendo y ocurriéndome.
Mi
felicidad consiste en pensar en libertad, en sentir en libertad y asumir la actitud
que mejor me parezca. Sé que no puedo hacer y decir lo que me de la gana, puedo
ofender a quienes me rodean. La libertad me ha obligado a ser responsable.
La responsabilidad
es la habilidad de vivir en la verdad, de ver y aceptar lo hechos tal cual son,
de asumir la realidad sin disfrazarla. Quien vive en la verdad es humilde, que
es algo totalmente distinto a vivir humillado. Soy un tipo humilde, pero no
permito que me humillen.
Soy humilde
porque, por más que me duela, intento vivir sin desfigurar a la realidad; estoy
aquí y ahora, y tengo una guerra permanente contra las preguntas malditas: ¿por
qué a mí? ¿Por qué a mí no? También contra los detestables hubieras: si yo
hubiera, si yo no hubiera.
En mi
patria íntima soy libre, soy yo mismo, soy feliz. Sin embargo, sé que mi mundo
interior tiene que negociar con el mundo que me rodea. Estoy aprendiendo a dialogar.
Y me está costando dos mundos. Cuidado tres. Pero la vida ha sido muy buena
conmigo, así que me siento obligado a aprender a dialogar con aquellos que me
rodean. Además de ser soberano en mi patria íntima, he comprendido que la
felicidad, mi felicidad, no es la risa permanente, también es el dialogo entablado
con mis próximos para buscar el bienestar de la comunidad.
Y el otro Zaratustra
siguió hablando,
hablándome.
Lo que me importa, me importa y
lo que no me importa, no me importa. Lo que me importa está aquí y ocurre ahora
mismo. Lo que no me importa está lejos y fuera de este tiempo. El ego, mi ego,
nunca está aquí y ahora, mi ego no me importa. El ser, mi ser yo mismo, siempre
está aquí y ahora, mi ser sí me es importante. Mi ego es mi inconciencia, mi ser
es mi conciencia. Y por estar conciente pude crecer y crecer me hace feliz. Cuando
nuevamente caigo en la inconciencia no puedo crecer, no puedo ser feliz.
Y ese es mi dilema, puede que
también sea el tuyo. Debo decidirme cada día entre gastar 24 horas en buscar
excusas para mantener vivo el miedo a vivir o invertir 86 400 segundos en
permitir que la vida me tome de la mano y me de razones para llorar o reír.
El otro
Zaratustra
así me habló.