“Un animal oscuro parecido a un lobo salió de pronto
de la nada, sus ojos brillantes me dieron mucho miedo. Algo me hacía subir y
subir, mirándolos como un solo ser. No supe si te mordió, si te comió o si se
hicieron amigos. Desperté sobresaltada; pero me tranquilicé cuando te miré
sonriendo con papá en el retrato sobre mi mesa de noche.”
Hace poco declaré en público que me gustó mucho leer la novela Túnica de lobos de la escritora
nicaragüense Gloria Elena Espinoza de Tercero. Se me preguntó el por qué.
Preferí no contestar y me comprometí ha hacerlo por escrito, con toda la
paciencia necesaria. ¿Paciencia necesaria? Sí, el sosiego preciso para probar
un punto. ¿Cuál? Probar que María Esperanza, la narradora, es fruto de las
habilidades literarias de Gloria Elena, la autora. Quizás la primera nació
siendo un alter ego de la segunda, pero al final terminó convertida en un gran personaje
literario. Pienso que en la novela, a diferencia del testimonio personal, autor
y narrador, gracias a la ficción, nunca son la misma persona. Esta obra es
perfecta para elucidar el tema. Tengo la impresión que quien me cuestionó se
molestó, pero la verdad prefiero su enojo a no aprovechar la oportunidad que me
dio su pregunta: escribir un artículo.
Antes una breve reseña. La obra empieza con una última reunión
familiar antes de separarse debido a mudanzas por estudios y trabajo; la
familia va a quedar repartida entre Estados Unidos, donde empieza la novela;
Australia y Nicaragua, donde termina. María Esperanza, la narradora, comienza a
dar detalles sobre la lenta aparición de su enfermedad, una muy terrible
enfermedad y sobre su aún más lenta admisión de su condición de enferma. Al
final acepta compartir su dolor y amar. Es interesante como el título de la
novela y el nombre de la narradora sirven de resumen de toda la obra. Canis
lupus (lobo), Lupus Eritematoso Sistémico (enfermedad inmunológica), túnica
(vestidura que cubre el cuerpo), sarpullido
enrojecido (síntoma del lupus que cubre el cuerpo del enfermo); María (mujer
sufrida), esperanza (estado de ánimo positivo).
Bien, al grano. Quien apenas conozca a la autora, quien sólo conozca
sus datos más revelantes, que es mi caso, podría ingenuamente ver en este texto
narrativo una autobiografía disfrazada de novela. Esto podría ser fácil de
confirmar, bastaría con observar a ciertos personajes de la Ciudad de León de
los Caballeros, que a pesar de aparecer con otros nombres, pueden ser
reconocidos en la novela.
¿Tiene alguna gracia literaria escribir la propia historia? Esta es
la pregunta que no quise contestar a la ligera y que espero hacerlo, con objetiva
prudencia, en este escrito.
El merito de una buena novela no estriba ni en el tema ni en lo
extraordinario de sus personajes; una excelente novela tiene un exquisito lenguaje.
Una palabra tras otra palabra, una oración tomada de la mano con otra oración,
un párrafo escoltando a otro. El desfile, alegórico o marcial, de las páginas.
Eso que mantiene al lector conectado al libro desde su inicio hasta su final.
Eso es una buena novela.
“Siento secarme como un arbolito florecido, al cual
van cortando sus únicas flores…Y el corazón se hace loco y palpita desbocado,
más aún que cuando conoció la muerte con la anciana Lois. Mi corazón está…está…
¿cómo puedo decir que está mi corazón.”
El lenguaje en una novela permite filosofar o erigir metáforas, y
siempre contando una historia unida por su hilo conductor que, por esas
maravillas del mismo lenguaje, puede tener una interpretación para el autor y
otra por cada lector fascinado y atrapado. Gloria Elena tiene esa facultad. Y
no es de gratis. Tengo entendido que es una escritora con todas las de la ley,
entregada al oficio de leer, tachar y escribir. ¡Como si fuese una jornada
laboral diaria de cualquier oficinista! No es por lisonja que puedo afirmar que
esta túnica no es una mera bata de enfermo, es una capa de mago bueno.
“¡Qué problema el de la vida! El hombre a lo mejor no
se da cuenta de la necesidad de la muerte, jejeje…sigue buscando el elixir de
la juventud.”
Hay en Túnica de lobos
una cosmovisión que dilucida sobre el dolor, una especie de filosofía del pesar.
¿Qué hacer cuándo estamos separados de los seres queridos por grandes
distancias geográficas? ¿Cuándo la pobreza y la injusticia hincan sus espuelas
en nuestros lomos y estómago? ¿Cuándo ya no sabemos comunicarnos? ¿Qué hacer
cuándo la enfermedad toca la puerta, no le abrimos y no tiene la cortesía de
aceptar retirarse en buena lid?
“…Entonces no puedo ser feliz… Pero tampoco podés arreglar
el mundo María Esperanza. Sí, no puedo arreglar el mundo… ¿Qué puedo hacer? tan
sólo orar… y buscarme.”
Si bien es cierto la narradora, que no es la autora, monologa con
ella misma, más cierto es que el lector queda atrapado en esa continuidad de voces
trocándose en dialogante obligado. La novela deja claro que ellas, sus
palabras, no están para servir de catarsis a nadie, sino para ennoblecer con su
aliento de humanidad, a nosotros, los que nos topamos con su lectura.
Al regalarnos esa cadena de palabras, la narradora termina
dialogando con nosotros y nos da la señal de alerta: hay un laberinto donde
cualquiera se puede perder, basta equivocarse en presencia del dolor. Al ir
leyendo fui recordando dolores que nada tienen que ver con enfermedades inmunológicas,
pero que si van minando poco a poco el cuerpo, el ánimo, el alma.
“¿Acaso tenemos el dolor por causa de nuestro pecado?
No, el dolor es propio del mundo, sin dolor el mundo sería cielo y es mundo,
María.”
El mundo es mundo y no es cielo porque el dolor existe; nosotros
estamos en el mundo y el dolor puede estar en nosotros, ¿qué hacer? Dice la
narradora: buscarme. ¿Buscarse? ¡Sí! ¿Y eso aplaca el dolor? ¡No! Pero nos hace
estar concientes de algo importante: aún en medio del más fiero de los padecimientos
estamos vivos y mientras lo estemos tenemos la opción de no rendirnos, de
luchar. Buscarnos y encontrarnos y entender que en medio de la soledad y el
silencio impuestos por el sufrimiento, el amor respira. Todos sufrimos, todos
hacemos sufrir a otros. Todos decimos que deseamos amar. ¿Eso es verdad? ¿Queremos
vivir sin dolor o amar?
“¿He entendido la vida? ¿Me he ocupado de vivirla, de
sufrirla, de preocuparme, de volver al pasado, de promoverme, de tener la
aprobación de todos? ¿Y mi aprobación? ¿Aprobada en qué? En amor debería ser…
¡Cuánta soledad!”
Quien se busca, quien se busca en medio del dolor, quien se busca y se
encuentra, se sabe vivo. Y la vida sólo es vida en la conciencia de su final.
Hoy es el día de quien está conciente de la certeza de su muerte. Hoy es el día
de ver el dolor que sufre el otro y solidarizarse con él. Hoy es el día de
dejar que ¿el otro vea mi dolor?
“…A veces es doloroso pensar…es mejor escuchar al
universo. El espíritu siempre quiere trascender a Dios, por eso no hay
felicidad completa antes de la muerte. ¿Por qué debo referirme a la muerte?...
es parte de la vida, ¿no?”
¿Tiene alguna gracia literaria escribir la propia historia? En este
caso no lo sé y no lo sé porque Túnica de
lobos va más allá de la memoria de la autora. Esta novela presenta
diversas causas del dolor y sus diversos planos: la enfermedad individual, la
separación familiar, la pobreza nacional, el universal flagelo de la guerra. Y
sobre todo, esta novela reflexiona sobre como seguir siendo humanos frente a
todo ese sufrir. ¿Cómo? Buscando, buscándose; sin dejar de ver al afligido, sin
dejar de ser solidarios, disfrutando lo que se tiene. Ese instante sin dolor.
“Somos efímeros y dentro del corto tiempo tenemos
felicidad y sufrimiento. Vemos como castigo al dolor, la enfermedad y la ruina.
Practicamos la religión aplicándonos arbitrarios significados de premios y
castigo; por eso no encontramos el verdadero amor, la verdadera fe, el disfrute
del trabajo, el empeño en algo.”
Túnica de lobos no es un simple testimonio, es una novela. Ahora otro punto. Gracias
a la pausa otorgada por la paciencia necesaria, por la que opté para contestar
mi primera inquietud, descubrí otra pregunta. ¿Qué es ese libro de páginas sin
escribir que tanto menciona la narradora?
Antes de responder, un paréntesis. En esta novela abundan los regionalismos
nicaragüenses; sin embargo, los entendí sin saber a ciencia cierta su
significado. ¿Por qué? Porque están contextualizados, porque sus palabras vecinas
les dan sentido. Por ejemplo, perrozompopo, dinosaurio, insectos. ¡Ah!
Lagartijas; por cierto, en Panamá las llamamos limpiacasas. Un glosario hubiese
sobrado. Ahora sí, ha contestarme.
En las buenas novelas no hay accidentes. Sus elementos (acción,
personajes, ambiente) en conjunto nos conducen a través del universo creado por
el autor. Las distracciones gratuitas no son propias de la gran literatura. María
Esperanza menciona reiteradamente su libro. Túnica
de lobos apunta a la gran literatura, así que t Túnica de lobos tal libro no puede ser un percance. Si el
lobo y sus aullidos son el dolor que se acerca y que finalmente llega, ¿qué es
el libro? ¿Un llamado de atención?
“¿Hay frío en la eternidad? La eternidad es hoy,
ahora…”
Dice la narradora que en su libro, que no es su diario, están sus
seres queridos. No afirma que se encuentran sus recuerdos, sino que ellos están.
Hace unos años le dije a un amigo, después que él me diese la noticia del Alzheimer
de su progenitor, que lo que el guardaba de su padre en su corazón, también era
su papá. ¿Somos lo que pensamos? ¿Lo que sentimos? Las huellas que dejan en
nuestro ser las vivencias llegan a tener vida propia, más si son compartidas
con nuestros seres queridos. Una suma de memorias, experiencias, expectativas,
¿eso somos? El susodicho libro absorbe las ideas de María Esperanza, la
narradora, se empapa de su ser y no dice nada, sólo retazos, fragmentos. No hay
nada y hay todo en ese libro. ¿Qué será?
“Una mirada es una historia… Una mirada puede
imprimirse para siempre, no como un retrato, sino viva como si estuviera
viendo. Una mirada da sentido a la vida. Acaso es lo único que se puede
atesorar al final de la existencia de un ser querido, aquella mirada impregnada
en nuestros ojos para siempre… para siempre… para siempre…"
Si la narradora propone buscarse, ¿será que el libro es el lugar
donde hay que buscarse? ¿Lugar o actitud? ¿Actitud u oficio? ¿Será el libro el
oficio de auto conocerse? ¿De construirse? ¿Será que María Esperanza, la
narradora, escribe en el libro, su libro que no es un diario, las palabras
necesarias para rehabilitar lo trastornado en ella por los colmillos del lobo?
“Voy a escribir a como sea en mi libro… Ahora voy a
dibujar una pirámide… explayo mi alma y encierro la pirámide entre una esfera
que da vueltas… Y ahora te pregunto, libro: ¿quién puede ver la pirámide. El
desvelo me hace estragos. Helena me ve triste en el comedor y me invita a su
dormitorio. Siempre nos ha gustado platicar, unas veces en serio y otras en
guasa.”
María Esperanza, la narradora, contesta nuestras inquietudes con preguntas
y reflexiones, con estampas de humanidad y ternura y todo a pesar de los
aullidos del lobo, los aguijones del dolor. María crece en conocimiento sobre
ella y su propia familia. Y nosotros crecemos con ella.
“Me gusta leer entre líneas el libro de la vida.”
María Teresa aprende, a la mala, que a veces hay que leer
literalmente; el dolor, nuestro dolor, también es el dolor de quienes nos aman
y por más buenas que sean nuestras intenciones al mantener en secreto nuestro sufrir,
no podemos evitar que el dolor, nuestro dolor, los alcance. Amor también es
compartir los propios dolores. Es decir, ser solidario también es aceptar la
solidaridad del otro. El libro, nuestro libro, también es el libro de ellos.
“Mi libro es como mi conciencia, mi propia vida, la
que no se dice con palabras, la que no se puede traducir.”
El libro, el libro de María
Esperanza de Martínez, la narradora, ¿en qué idioma está escrito? ¿Qué es
aquello que no es tan difícil comprender y hacer entender? El libro de María
Esperanza sólo se puede traducir en vida. En vida compartida. Amor.
“…No…no lo puedo creer, lo estoy pensando pero es
falso, absurdo, tenebroso; casi un sacrilegio en contra del amor por mi
familia. Yo comprendí que el amor es darse. En este caso darme es ocultarme,
cual un adefesio en la cueva de la noche, en la túnica del disimulo, en mi
grito mudo; pero ya no lo puedo ocultar, ya no puedo…”
Y la vida tiene alegrías y tiene dolores. ¡Qué bonito compartir las
alegrías! Pero jamás los dolores, si acaso cuando el otro es el sufriente.
Arrogancia del que se cree invulnerable. Miedo del que niega la propia
fragilidad. Somos enérgicos y también somos lánguidos, la montaña y el valle.
Cuando somos fuertes protegemos al amado, ¿y cuándo somos débiles? ¿Qué?
“Es necesario compartir el dolor con mi familia. ¿Por
qué lo oculté tanto? Pensé que era pasajero, quise evitarles sufrimiento. Y,
no. Es bueno conocer el sufrimiento como parte de la vida. Nadie se escapa de
la muerte ni del sufrimiento y hay que enseñar a soportarlo, a ofrecerlo y
sobre todo, a vivirlo.”
Este artículo termina con palabras de la propia narradora. Antes de cederle
el turno reitero el punto inicial: Túnica
de lobos no es un mero texto testimonial, es mucho más que memoria y
calco de la realidad, es una obra rica en recursos literarios, tanto narrativos
como poéticos, que tejen el manto que envuelve al lector de inicio a fin. Por
eso es una novela y es una buena novela por el buen uso y manejo de tales
recursos literarios. Además, nos regala reflexiones sobre la vida, el amor, el
dolor y la muerte. ¿Acaso no son estos los temas que tanto nos afligen? Y la
buena literatura nos conmueve, ¿verdad? Ahora, pues, las palabras, bellas y
fieras, de María Esperanza de Martínez, la narradora, y agradecemos a Gloria
Elena Espinoza de Tercero, la autora, el haber creado a tan humano personaje:
“Desearía
apuntar en mi libro, para recordar los instantes fértiles de la vida, cuando el
dolor de otro se hace propio”.
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